¿Qué sería de nuestras opiniones personales si no existiera Internet? ¿Qué sería del Internet sin el incrédulo, el experto, el activista de sillón, el evangelizador inmóvil, el conspiracionista?
Internet, todos lo sabemos, es el reino del libre comentario, el imperio de la perspectiva personal, la tiranía de la opinocracia. Si de por sí no hay nadie que no tenga su propia idea al respecto de cualquier tema, la Red se ha convertido en campo fértil para que fluyan a raudales todas esas opiniones, para que emerjan en foros, espacios para comentarios, redes sociales y cualquier hueco por donde pueda colarse la expresión de fastidio, enojo, superioridad, arrogancia, gratitud, frustración o lo que sea que el comentarista opina cuando no duda ni un instante en publicar su comentario.
Con todo, la diversidad tampoco es tanta. Acostumbrados como estamos a asumir roles o juicios prexistentes, terminan por generarse ciertos modelos sumamente identificables de comentaristas, personalidades virtuales que se iteran una y otra vez en todos esos rincones de la Red donde es posible salir de las sombras del anonimato pronunciado ese conjuro que comienza con la fórmula “Yo pienso que…”.
El sitio Cracked ha elaborado una lista de 8 de estos grandes estereotipos del internauta que no silencia su opinión al respecto de algo con que se topa en Internet. retomamos este estimulante ejercicio, la experiencia colectiva de la que participamos junto con nuestros lectores nos permite plantear el asunto desde una perspectiva propia, animados no por el escarnio ni la burla, sino por una sana carcajada liberadora inicialmente dirigida hacia nosotros mismos pero en la que también esperamos que se nos unan nuestros queridos opinadores, asiduos y ocasionales, quienes tienen el ahínco incansable de corregir la dislexia crónica de nuestros editores y de enderezar nuestros dislates digitales. Los comentarios enriquecen la experiencia de Internet, son como el ello (id) de nuestra psique: la sombra que de vez en cuando es necesario explorar, reconocer y celebrar. Y el humor es la catarsis de esa sombra.
El Incrédulo
Su misión en la vida (quizá también fuera de Internet) es alumbrar con su escepticismo las tinieblas donde los ignorantes se tambalean y chocan entre sí por carecer de la luz del conocimiento verdadero. Este Socrátes del siglo XXI dice cosas tan ciertas, tan evidentes, tan obvias, que siente que sería ofensivo para la inteligencia suya y del resto argumentar sus opiniones.
Caballero Andante del Scroll
Como los legendarios defensores de los desprotegidos, la voz de este opinador se oirá siempre ahí donde un grupo de identidades virtuales se reúna para mofarse abiertamente de alguien: un niño cuya graciosa caída fue videograbada, un ser al que los hipócritas se atreven a cebarse en sus faltas. Pero, para fortuna del vilipendiado, tarde o temprano irrumpe en su defensa el Caballero que únicamente con sentencias moralistas hará que los abusivos se retiren derrotados a meditar en soledad lo farisaico de sus señalamientos.
Científico en posdoctorado
¡Legos! ¡Cómo se atreven a poner el sagrado nombre de la ciencia y sus descubrimientos en sus immundos labios! ¡Cómo es posible que no sepan que la glucosa es un monosacárido con fórmula molecular C6H12O6!
En descargo de estos fanáticos de la ciencia —que no siempre entienden que la divulgación y la especialización son por momentos incompatibles— diremos que, cuando se permiten un minuto de distracción del paper que seguramente redactaban en ese momento y condescienden a explicar en qué radica el error de la nota en cuestión, entonces, solo entonces, es posible que podamos precisar y aprender de ellos algo nuevo, nunca desdeñable. Gracias por eso.
El megalómano criado en su imaginación por Hitler
Quizá este comentarista sea el único del que es difícil reírse. Está tan orgulloso de sus prejuicios (¿o será que duda de ellos?) que se cree en el deber de propagarlos, una evangelización hecha a base de insultos y ofensas, hachazos hirientes con que cree abrir la mente de quienes lo leen. Por desgracia, sus comentarios pueden llegar a encontrar eco y ser recogidos por un congénere que profese las mismas ideas. Si una nota habla de la comunidad judía, de homosexualidad, de etnias indígenas, de minorías vulnerables, ahí estará él, ansioso de demostrar la impotente estrechez de miras con que quisiera dominar el mundo.
El comentarista ninja
Elusivo. Sigiloso. Letal. Como la daga imprevista que se hunde en la carne del vigía. Como el dardo que cae en medio del caos bélico y acaba de un golpe con la batalla cuyo desenlace parecía incierto. La fuerza de su opinión está en la sustanciosa brevedad de sus palabras.
El activista de escritorio
La lotería de la moral se complementa con el activista político que desde su cama o su silla de rueditas intenta cambiar el mundo comentando en Internet, escandalizado por la banalidad que lo rodea, por el entretenimiento y la diversión, por la capacidad de la masa por atender asuntos fútiles cuando hay cosas mucho más importantes a las cuales dedicarse en cuerpo y alma. Su entrada preferida es el jeremiaco “¡Cómo pueden!”, después de lo cual comienza el discurso soporífero de consignas políticas escuchadas quién sabe en qué marcha contra quién sabe cuál de las millones de injusticias cotidianas que a todos deberían indignarnos.
El Buen Pastor
Las creencias religiosas son respetables, pero no por ello resulta menos molesto que el creyente entusiasta haga todo lo posible por ganar adeptos para su congregación sin importar que su doctrina venga o no al caso, le importe o no a su interlocutor.
Los conspiranoicos
Si es difícil entrar al laberinto de las conspiraciones, mucho más difícil es salir de este. Una vez que el germen de la conspiración comienza a brotar en una mente, sus raíces se apoderarán del entendimiento y ya todo será susceptible de pertenecer a un plan secreto de dominación mundial, engranajes infinitos y sutiles que trituran las buenas causas, los buenos proyectos, las buenas intenciones, sometiéndolos a intereses oscuros que hacen todo lo posible por desprestigiar a las pocas personas que se atreven a ver las cosas como realmente son.
Los exquisitos
Aristócratas del buen gusto, sibaritas de la información, lectores de meñique levantado. Su inteligencia privilegiada se ofende lo mismo si se habla seriamente de una trivialidad que si se trata trivialmente un tema serio. Su gusto primorosamente refinado encuentra repugnante paladear los sabores groseros del atrevimiento y la posibilidad. Lo severo de sus estándares provoca tantos bostezos como amonestaciones, mismas que expresan con la esperanza de que algún día el gusto mundano enderece el camino y se avergüence, siquiera una vez, de tamaña mediocridad.
Enfermos de literalidad
Lamentamos sentidamente que ahora haya tantas personas enfermas de literalidad, impedidas para entender la metáfora arriesgada (y a veces malograda), el sentido figurado, el humor irónico y sarcástico, la liberación que hay en el fracaso. Lamentamos que haya personas incapaces de reír, de permitirse tomar algo a la ligera (empezando por sí mismos), de entender que quizá la existencia misma sea una gran broma (es cierto, demasiado elaborada y por ahora incomprensible) que culminará algún día con una risotada no menos estentórea del universo entero y a la que sin duda terminaremos uniéndonos gustosamente.