Dada la vastedad de su patrimonio cultural, Tlaxcala es un estado que destaca en materia arqueológica. Las cuatro zonas arqueológicas abiertas al público en la entidad, bajo custodia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), cuyo auge se dio en el periodo Epiclásico (650 a 900 d.C.), constituyen un territorio que atestiguó el contacto entre Mesoamérica y Europa, en el siglo XVI.
La Zona Arqueológica de Cacaxtla–Xochitécatl es la más temprana en cuanto a temporalidad, su apogeo se ha establecido en el referido Epiclásico. Su poderío logró la hegemonía política, militar y económica en gran parte del valle poblano-tlaxcalteca después de la caída de Teotihuacan y Cholula.
Este sitio es reconocido por su Gran Basamento, un complejo arquitectónico de estructuras superpuestas en el que se conservan elaboradas muestras de pintura mural, distribuidas en los espacios denominados: Templo de Venus, Templo Rojo, Mural de la Batalla y Pórtico A.
Otros dos enclaves prehispánicos de esta entidad son las Zonas Arqueológicas de Ocotelulco y Tizatlán, del periodo Posclásico (900-1521 d. C.), cuyos vestigios hoy permiten reconstruir la complejidad política y social que existió en la antigua Tlaxcala.
Ocoteluco se ubica a un costado de la parroquia de la comunidad de San Francisco Ocoteulco. Entre sus vestigios puede apreciarse un edificio de tres fases constructivas, en la más antigua de estas —fechada hacia los años 1400 y 1450— se alza un ‘altar policromo’ con forma de prisma trapezoidal, el cual ha sido ampliamente estudiado dada la riqueza de su decorado tipo códice y su vinculación con el dios Tezcatlipoca.
A su vez, la Zona Arqueológica de Tizatlán desciende política y socialmente de Ocotelulco, ya que, de acuerdo con estudios históricos, habría sido fundada por descendientes de Tzompane, un caudillo que se rebeló ante el señorío de Ocotelulco y estableció su propia comunidad.
De ese nuevo asentamiento provenían Xicoténcatl “El Viejo” y Xicoténcatl “El Mozo”: el primero recordado por su alianza con las fuerzas militares de Hernán Cortés, determinante para la Conquista de México-Tenochtitlan; y el segundo, a la inversa, destacó por su férrea oposición a la presencia hispana y las negociaciones de su padre con Cortés, lo que derivó en su ajusticiamiento en Texcoco, hacia mayo de 1521. Cabe señalar que es uno de los pocos sitios arqueológicos donde puede observarse el uso de ladrillos como parte del sistema constructivo que recubre la estructura principal de su basamento.
La cuarta zona arqueológica de Tlaxcala es Zultépec-Tecoaque, un pueblo que, pese a que también data del Posclásico, no pertenecía a la llamada confederación de señoríos, la cual entabló contacto con los españoles en 1519.
Se trataba de un poblado acolhua sujeto al reino de Texcoco, a su vez integrante de la Triple Alianza con Tacuba y Tenochtitlan, de allí que fungiera como un puesto ‘frontera’ del poderío mexica en la región donde iniciaba el territorio de los tlaxcaltecas.
Investigaciones lideradas por los especialistas del INAH Enrique Martínez Vargas y Ana María Jarquín Pacheco, han corroborado arqueológicamente que, a mediados de 1520, en Tecoaque —vocablo que significa: “donde se comieron a los señores o a los dioses”— los acolhuas capturaron una caravana de aliados de Hernán Cortes, de al menos 350 personas (hombres y mujeres de origen español, negros y mulatos, taínos e indígenas tlaxcaltecas y totonacos) y diversos animales, a los cuales sacrificaron y consumieron ritualmente.
En recientes temporadas de campo se han hallado evidencias de la que pudo ser la última ceremonia de la urbe prehispánica: figurillas de deidades, braseros ceremoniales, restos humanos y, en especial, el segmento de una pata de caballo, la cual confirmó que los restos son de la época del contacto con los españoles.
Enrique Martínez ha señalado que, en castigo a la captura de su caravana, Hernán Cortés designó a Gonzalo de Sandoval para que acudiera a Zultépec a destruir la ciudad, lo cual fue verificado por el alguacil mayor del conquistador. Los habitantes en su mayoría huyeron, no sin antes resguardar sus deidades en depósitos que, ahora, son devueltos a nuestro tiempo por los arqueólogos del INAH. En este sitio sobresale su pirámide circular dedicada a Ehécatl, deidad del viento.