El gobierno de George W. Bush “institucionalizó” la creación de cárceles ilegales por todo el mundo donde son trasladados los “sospechosos” de terrorismo.
Por Guadi Calvo para La tinta
Sitios negros, zonas oscuras, prisiones secretas, centros clandestinos, campos de concentración, llámense como se los llame, en esos lugares, los Estados Unidos terminaron de aniquilar esa pátina seudo-democrática con que descaradamente se presentan ante el mundo.
En esos sitios, practicaron las torturas más escabrosas que pueda imaginar una mente enferma, deshumanizada, fanatizada tras un largo proceso de adoctrinamiento, que no está lejos del lavado de cerebro. Esos centros del terror, donde la tortura era perfectamente legal y estandarizada, se convirtieron en verdaderos laboratorios donde a los prisioneros se les realizaban análisis clínicos a sus babas, vómitos y deyecciones después de cada sección de tortura, también llamadas “técnicas de interrogatorio mejoradas” (EIT, por sus siglas en inglés) para obtener patrones estadísticos con los que se pudieran establecer esquemas acerca de cuán lejos estaba del quiebre el prisionero, o si mentía, o cualquier otra información suplementaria que se le pudiera extraer con las diferentes EIT.
Los Estados Unidos, como remedos secretos de las fábricas de muerte creadas por los nazis en Auschwitz, Treblinka o Dachau, establecieron más de 50 prisiones en unos 28 países aliados, como Polonia, Rumania, Bulgaria, República Checa, Hungría, Armenia, Georgia, Letonia, Marruecos –en este último, donde funcionaba la prisión de Temara, cercana de Rabat-; o dentro de la base norteamericana de Camp Lemonnier, en Djibouti; también en Egipto, Jordania, Azerbaiyán, Kazajistán y Afganistán -con dos de las más siniestras instalaciones secretas de la CIA, la de Cobalt y Salt Pit (pozo de sal); en la isla británica de San Diego, en el océano Índico o en Tailandia -donde funcionó una prisión secreta conocida como Cat’s Eye, cercana a Bangkok, dirigida por Gina Haspel, actual directora de la CIA-.
La mayoría de las prisiones fueron cerradas en 2006. Incluso, en pleno auge de la guerra contra el terrorismo, se detectaron 17 barcos norteamericanos dedicados a la tarea de retener y torturar sospechosos. Sin contar las públicas y mediatizadas prisiones de Guantánamo -en la que funcionó una prisión secreta conocida como Campamento 7, que se construyó en un lugar oculto, alejado de la prisión principal-, y las siniestras celdas de Abu Ghraib, en Irak, donde obscenamente militares norteamericanos se fotografiaron con voracidad de turistas junto a víctimas de largas sesiones de tormentos inenarrables.
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Esos centros de detención clandestinos fueron creados por las mentes afiebradas de los personajes con que se rodeó George W. Bush, cuando lanzaron su guerra contra el terror y que, a 18 años de iniciada, todavía no ha dejado de producir muertos.A pesar de las evidencias, a pesar de las pruebas, ni Bush ni el resto del grupo de tareas que pergeñó esa guerra tendrán su Núremberg. Sin dudas, las responsabilidades de Dick Cheney, Condoleezza Rice, Donald Rumsfeld, Colin Powell, John Ashcroft y George Tenet se diluirán en la historia como la sangre que ellos se encargaron de regar a raudales en los desiertos de Medio Oriente, África y Asia Central.
En un informe de 6.300 páginas sobre el uso de la tortura bajo la administración de George W. Bush, presentado ante el senado norteamericano, se develó que muy altos funcionarios de Washington estuvieron implicados en el uso de la tortura y que entre 80 mil y 100 mil personas han pasado por estas prisiones, muchos de ellos sin siquiera sospechar la razón del por qué fueron asaltados en una calle cualquiera, de una ciudad cualquiera, para después de ser encapuchados y encadenados, embarcarlos en un avión y depositarlos en alguno de esos centros clandestinos a miles de kilómetros de sus casas, de sus familias y de sus vidas, para ser sometidos a torturas físicas y psicológicas en las que se les exigían datos, información, detalles, nombres y lugares de los que las víctimas jamás habían tenido noción alguna.
Quizás uno de los casos más emblemáticos sea el de Khalil Sheikh Mohammed, quien fue secuestrado en Pakistán en marzo de 2003, confundido con un militante kuwaití. Mohammed fue sometido a largas secciones de torturas, las cuales incluyeron la “técnica” waterboarding, en las que se sumerge la cabeza de la víctima bajo el agua hasta el borde del asfixia, o el walling, una tortura en el que el prisionero, sujetado por una correa al cuello, es lanzado contra una pared para que golpee su cuerpo contra ella y, de inmediato, ser jalado por su torturador; así se vuelve a repetir la operación hasta que el prisionero confiese lo que sus captores pretendieran que confiese.
Finalmente, el sospechoso confesó haber organizado 31 ataques alrededor del mundo, desde los atentados en Nueva York de 1993 hasta los de septiembre de 2001, los atentados en Bali de 2002 y la decapitación ese mismo año del estadounidense Daniel Pearl, el agente de la CIA encubierto como periodista, en la ciudad de Karachi.
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Otra de las víctimas de la “confusión” de los servicios de inteligencia fue Jaled al-Masri, un ciudadano alemán de origen kuwaití detenido y torturado por la policía de Macedonia por más de veinte días como sospechoso de pertenecer a Al-Qaeda. Al-Masri fue entregado a agentes de la CIA y trasladado a una de las prisiones más siniestras de Afganistán, conocida como Salt Pit, al noreste de Kabul, donde fue torturado hasta que sus captores se dieron cuenta de su error… cuatro meses después.
Posteriormente, al-Masri demandó al entonces director de la agencia, George Tenet, acusándolo de su encarcelamiento y torturas, aunque la justicia norteamericana desestimó la denuncia amparándose en el “secreto de Estado”.
Existe absoluta constancia de la prisión que se conocía con el nombre clave Bright Light, en el norte de Bucarest, un edificio gris y anodino de aspecto soviético en una zona residencial, ideal para disimular el destino que se le asignó: albergar sospechosos de pertenecer a Al-Qaeda. En sus sótanos, se construyeron seis celdas con un reloj y la qibla, la señal que marca la dirección a La Meca, aunque para los prisioneros les era imposible poder cumplir con las oraciones, ya que los detenidos, en el primer mes de su secuestro, sufrían privaciones de sueño, fueron mantenidos permanentemente empapados, golpeados de manera constante y obligados a permanecer de pie durante horas, hasta que caían exhaustos y el proceso volvía a iniciarse.
Una vieja fábrica de ladrillos
Pero quizás en este muestrario repugnante a lo que la degradación de los “triunfadores” puede llegar, la prisión conocida como Salt Pit, o la Prisión Oscura, una vieja fábrica de ladrillos al noreste de Kabul, junto a la prisión de Cobalt -próxima a la base de Bagran-, ambas inauguradas en septiembre de 2002, sean de las más siniestras que la CIA estableció alrededor del mundo, donde se practicaron torturas que se prolongaban por días. Sus celdas eran extremadamente estrechas, sin ventanas ni ventilación ni baños. Los internos eran alimentados compulsivamente por vía rectal.
A los detenidos, se los obligaba a permanecer desnudos todo el tiempo y debían dormir sobre los pisos de concreto, sin ningún cobijo, en muchos casos, encima de sus propios excrementos y charcos de agua fría. Allí, de manera permanente, la música sonaba a un alto volumen. Existían sectores donde esa estridencia era acompañada con oscuridad absoluta y otros donde una luz, casi incandescente, resplandecía todo el tiempo. Los detenidos pasaban largos periodos en cajas de confinamiento, no más anchas que un ataúd.
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Prácticamente, no se mantenían registros formales de los detenidos ni sus razones de por qué estaba allí ni sus fechas de llegada y salida. El comité informante del senado estadounidense concluyó que los hombres de la CIA que operaban en dichas prisiones no estaban capacitados para encargarse de ellas. Sin instrucción para llevar adelante interrogatorios, sin hablar idiomas frecuentes entre los prisioneros -como el árabe, pastú o darí-, tampoco tenían conocimientos de la cultura ni de la religión islámica. Tanto los jefes de esas dos prisiones como el resto del personal, por lo general de bajo rango, carecían de experiencia y entrenamiento para este tipo de “trabajo”; y, por lo general, sus hojas de servicio mostraban serias faltas, lo que formalmente los descalificaba para trabajar en la CIA.
En las sesiones de torturas, los detenidos eran obligados a permanecer de pie a pesar de tener las piernas o los pies quebrados, y a algunos les fue impedido dormir por más de 180 horas continuas. Permanecían colgados de sus manos, en algunos casos, de los pulgares, apenas pudiendo tocar el piso con los pies durante días, mientras de manera constante eran rociados con agua helada. El informe del senado dice que uno de los detenidos permaneció en esa posición durante 17 días y aclara: “Hasta donde pudimos determinar”.
En esas prisiones, la temperatura no pasaba de los 10 grados, por lo que el afgano Gul Rahman, que se convirtió en la única víctima comprobada en Salt Pit, murió por hipotermia en noviembre de 2002 después de haber estado más de dos semanas quejándose del frío y temblando. La CIA jamás entregó el cuerpo a su familia ni les comunicó su muerte. Posteriormente a esa muerte, quizás como un homenaje, la “Agencia” dispuso colocar 14 calefactores en la prisión, lo que tampoco atemperó el frío afgano.
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La tunecina Ridha al-Najjar fue la primera detenida en Cobalt. Durante dos días, la mantuvieron encadenada con los brazos levantados durante 22 horas en total oscuridad, en un ámbito extremadamente frío, desnuda y encapuchada con música a todo volumen. Según el inspector general de la CIA, al-Najjar fue la matriz del tratamiento que recibieron todos los detenidos que le continuaron en Cobalt.
El informe sobre las torturas de la CIA, finalmente, explica que las” técnicas de interrogatorio mejoradas” nunca proporcionaron información sobre ataques terroristas, operaciones, movimientos de hombres, redes, refugios, campamentos o arsenales.
A partir de octubre de 2006, los interrogadores, psicólogos y directores de la CIA revisaron las instrucciones de los EIT y aprobaron y prepararon una nueva lista de indicaciones para presentar en el Congreso, que cumpliría con la Ley de Comisiones Militares recién promulgada, para, de esta manera, torturar con más legalidad en esos infiernos que ni siquiera Rimbaud pudo sospechar.
*Por Guadi Calvo para La tinta