Los ciudadanos del Imperio romano tenían la costumbre de dejar constancia por escrito de cualquier agravio del que pudieran ser objeto.
Grababan sus quejas en finas láminas de plomo que después enrollaban, perforaban con clavos y enterraban en tumbas o arrojaban a los pozos. Una tablilla de hace 1.600 años, conservada en el Museo Arqueológico Cívico de Bolonia y traducida recientemente, clama venganza sobre un veterinario llamado Porcello.
Pocas afrentas eran consideradas irrelevantes. Se han hallado más de 1.500 piezas, entre ellas 130 de Aquae Sulis (la actual Bath, en Inglaterra) que piden venganza por el robo de zapatos u otros objetos sustraídos mientras su propietario se bañaba en las termas. Algunas inscripciones están firmadas, otras contienen la imagen del culpable.
Muchas ruegan a una deidad poderosa que acabe con la vida del sospechoso. «Estos textos son importantes porque muestran, con total sinceridad, los deseos, angustias, miedos y preocupaciones de la gente normal –dice Celia Sánchez Natalías, de la Universidad de Zaragoza–, y no de los grandes personajes como Augusto o Cicerón, de los que tenemos numerosos testimonios.» —Johnna Rizzo