El Museo de Santa Cruz de Toledo, alojado desde 1961 en el antiguo Hospital de Santa Cruz, del siglo XVI, acoge hasta el próximo 9 de diciembre la exposición El Greco: arte y oficio, que forma parte de la conmemoración del IV Centenario de la muerte del pintor cretense (1541-1614).
Procedente de Italia, donde pasó una década decisiva tras formarse como pintor en su Creta natal, el Greco se estableció en Toledo en 1577. Supo tomar lo mejor de las escuelas veneciana y romana, pero hasta su llegada a Toledo no había destacado especialmente. Sin embargo, la determinación que mostró Luis de Castilla, hijo del deán de la catedral de Toledo, por contratarlo cambió el rumbo de su devenir profesional.
Con sus primeros trabajos, los retablos de la catedral de Toledo y de Santo Domingo el Antiguo, el Greco pasó del anonimato a convertirse en un artista solicitado tanto por la Iglesia como por la nobleza.
Un taller prolífico
El Greco demostró en Toledo que tenía el talento necesario para desarrollar un horizonte creativo propio, realizando complejas composiciones basadas en variadas fuentes iconográficas y demostrando su dominio del dibujo y del color, además de una asombrosa capacidad para organizar a los diferentes artífices que requerían esos encargos.
En 1585 decidió abrir un taller estable en el que poder atender los cada vez más numerosos encargos que recibía. La producción del taller fue amplísima, y el Greco intervino en diferente grado en todas las obras que de allí salían. Entre las 92 obras reunidas en esta exposición, hay algunas que nunca se han expuesto en Toledo.
Proceden de 27 ciudades, de países como España, Alemania, Reino Unido, Estados Unidos, México, República Checa y Suiza. El Greco vivió en Toledo hasta su muerte y fue en esta ciudad donde alcanzó el cénit de su arte.