8 de marzo: conmemorar sin celebrar

Uno de los peligros sociales y cívicos que enfrenta el Día Internacional de la Mujer es convertirse en una celebración en la que solo se extiendan felicitaciones y se eleven discursos, desvirtuando su naturaleza genuina: ser un espacio de reflexión y análisis sobre la situación de las mujeres en nuestra república y en el mundo.

Ellas no necesitan palmadas en la espalda o halagos, lo que demandan con plena justicia es que de la palabra se pase a la realidad y de las leyes a los hechos.

Porque si algo se ha demostrado en estos últimos lustros es que abundan las fechas festivas que no tienen impacto, así como leyes y reglamentos que se ejercen con resistencias o ni siquiera eso.

Pongamos como ejemplo las modificaciones que se hicieron con la Reforma Política, según las cuales será mandatorio para los partidos postular un 50% de mujeres a todos los puestos de elección popular. A pesar de lo justo de esta medida, el presidente del Partido Acción Nacional, Gustavo Madero, ha ejercido resistencia afirmando que “nadie está obligado a lo imposible” y que los mecanismos con los que su partido elige candidatos son un obstáculo para el cumplimiento de esta ley.

En el caso específico del partido de Madero, queda claro que con voluntad y creatividad se pueden crear mecanismos de elección interna que garanticen respeto a los principios democráticos y a la equidad de género, los cuales solo dentro de una mente abstrusa pueden estar disociados.

Esa es una clara muestra de lo que está sucediendo en nuestro país en relación a la mujer: hay avances jurídicos y hay evoluciones discursivas, pero en la cotidianidad se actúa de manera conservadora y machista.

Dichos cambios son positivos, pero como sociedad debemos apuntar mucho más alto: hacia una revolución cultural que afecte hasta las raíces el estar de la mujer en los ámbitos familiares, laborales, escolares y políticos.

Disminuir la brecha de representatividad en los espacios de poder no solo es necesario, también es urgente: mientras haya muchos más hombres que mujeres en puestos de mando se seguirá lanzando a las nuevas generaciones un mensaje equivocado. Si hemos de educar a nuestros niños y jóvenes en la equidad, no hay mejor camino que predicar con el ejemplo.

Ahora que el país está envuelto en un gran dinamismo político y social gracias a las reformas estructurales que —después de décadas— han revigorizado a nuestra patria, el siguiente paso es hacer que el progreso se refleje en los tres grandes rubros de respeto a la mujer señalados por la Organización de las Naciones Unidas: erradicar la violencia de género; salvaguardar sus derechos humanos, especialmente los derechos reproductivos; y lograr su empoderamiento, creando herramientas educativas e igualdad de oportunidades.

Habrá que cumplir la máxima de “integrar a las mujeres en el mundo público y a los hombres en el privado. Pues mientras eso no suceda, mientras la equidad se refleje en leyes y discursos pero no en realidades, la democracia y la justicia distarán mucho de ser realidades en la república mexicana.

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