La muerte ensombreció los ámbitos académico, arquitectónico, histórico y arqueológico en 2016. Como cada fin de año, se abre el espacio para la reflexión y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) rinde tributo a quienes ya no están físicamente pero cuyo legado continuará presente en museos y zonas arqueológicas.
Rafael Tovar y de Teresa, primer secretario de Cultura de México, el sociólogo Rodolfo Stavenhagen, la historiadora María de Lourdes Cué, el arquitecto Teodoro González de León, el arqueólogo José Antonio Lasheras Corruchaga y la etnóloga María Teresa Martínez fueron algunas de las sensibles pérdidas que registró el INAH este año; hombres y mujeres cuya labor estuvo ligada directa o indirectamente a la institución.
La madrugada del 10 de diciembre falleció el historiador, diplomático y ensayista Rafael Tovar y de Teresa (1954-2016). En su carrera de más de 30 años como funcionario público, fue presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta) de 1992 a 1999, y de diciembre de 2012 a diciembre de 2015, así como director general del Instituto Nacional de Bellas Artes, de 1991 a 1992, y de 2001 a 2007 se desempeñó como embajador de México en Italia.
El 21 de diciembre de 2015, Tovar y de Teresa fue nombrado secretario de Cultura por el presidente de México, Enrique Peña Nieto, luego de que impulsó la transformación del Conaculta en una secretaría de Estado.
El jefe del Ejecutivo reconoció en él a un hombre que “amó profundamente a México. Amó nuestras civilizaciones milenarias, nuestra historia virreinal, el México independiente. Amó nuestras tradiciones, nuestro arte, literatura, música y cine”. Así lo expresó en el acto in memoriam realizado en el Centro Nacional de las Artes.
Un mes antes, a los 84 años de edad falleció el sociólogo Rodolfo Stavenhagen, profesor emérito de El Colegio de México. Nacido en 1932 en Fráncfort, Alemania, llegó a México en 1940 cuando su familia salió de su país durante la guerra.
Se desempeñó como Relator de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y como subdirector general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), cargos profesionales que alcanzó como resultado de su interés por los grupos sociales más desprotegidos. Rodolfo Stavenhagen también fue vicepresidente del Instituto Interamericano de Derechos Humanos y presidente de la Academia Mexicana de Derechos Humanos.
En noviembre también se suscitó el fallecimiento, a los 80 años de edad, del historiador Jorge Alberto Manrique, autor de gran cantidad de publicaciones, entre ellas Los dominicos de Azcapotzalco (Universidad Veracruzana, 1964) y La Dispersión del manierismo (UNAM, 1980).
Homenajeado apenas en septiembre pasado, el investigador presidió el Comité Nacional Mexicano del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (Icomos, por sus siglas en inglés), del cual nuestro país es miembro desde su inicio en 1965.
En septiembre, el INAH expresó su pesar por el fallecimiento del arquitecto Teodoro González de León, cuyas obras más importantes se han convertido en símbolo de referencia de la ciudad de México, como la sede del Fondo de Cultura Económica (FCE), el Museo Universitario de Arte Contemporáneo y el Conjunto Urbano Reforma 222, por mencionar algunas.
Nacido en la Ciudad de México, en mayo de 1929, González de León fue fundador de una corriente de pensamiento arquitectónico basada en la honestidad del material, la simpleza de la composición y la abstracción, por lo que su obra hace referencia a la arquitectura prehispánica, como la teotihuacana.
En agosto se suscitó el fallecimiento, a los 48 años de edad, del escritor Ignacio Padilla Suárez, ganador de innumerables premios literarios nacionales e internacionales, como el Juan Rulfo (Cuento), el Kalpa (Ciencia Ficción), el Primavera (Novela) y el José Revueltas (Ensayo).
Se distinguió por su incansable labor en el fomento de la lectura, principalmente entre los niños. El escritor era doctor en Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca, grado académico que obtuvo con su tesis que abordaba la presencia del diablo en El Quijote, obra inmortal de Miguel de Cervantes Saavedra, autor del que Ignacio Padilla fue especialista.
En el mismo mes, también murió Ernesto González Licón, quien fuera director de la Zona Arqueológica de Monte Albán durante 2014 y los primeros dos meses de 2015, así como profesor investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) desde el 2000 hasta el día de su deceso.
Cursó la Licenciatura de Arqueología de 1975 a 1979 en la misma escuela donde impartió clases. Obtuvo el doctorado en la Universidad de Pittsburgh en 2003 y se especializó en la Arqueología de las Sociedades Complejas de Monte Albán del periodo prehispánico.
Carlos Castañeda López, experto en la arqueología del Bajío, murió casi al término de junio, a los 62 años de edad. Maestro en Ciencias Antropológicas y oriundo de Veracruz, ingresó al instituto en enero de 1980. Al momento de su deceso estaba adscrito al Centro INAH Guanajuato.
Coordinó distintos proyectos arqueológicos en los sitios de Plazuelas y Peralta; sus investigaciones le permitieron plantear nuevas hipótesis sobre la arqueología en Guanajuato y desde 1979 se dedicó al estudio de la población prehispánica del Bajío. Fue coordinador del Proyecto Arqueológico Plazuelas, el primer sitio abierto al público en Guanajuato en 2006.
A los 60 años de edad, en febrero pasado, murió el arqueólogo español José Antonio Lasheras Corruchaga, quien fue muy cercano a México debido a las consultorías brindadas a las investigaciones del INAH para realizar el expediente técnico de nominación de las cuevas prehistóricas de Yagul y Mitla, Oaxaca, a la Lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO.
El especialista impulsó el Proyecto de Rescate y Preservación de la Zona de Petroglifos Las Labradas, Sinaloa, y participó en el Encuentro de Gestores de Sitios Arqueológicos Patrimonio Mundial, organizado por el INAH en Loreto, Baja California. Su ausencia física es una pérdida irreparable para el arte rupestre.
La etnóloga María Teresa Martínez Peñaloza, cuyas investigaciones contribuyeron al conocimiento de la historia de su estado natal, Michoacán, falleció en los primeros días de enero, a los 82 años de edad. Participó en la elaboración del expediente dirigido a la UNESCO para inscribir al Centro Histórico de Morelia en la Lista de Patrimonio Mundial, lo que sucedió en 1991.
Martínez Peñaloza obtuvo distintos reconocimientos, como la medalla “Gertrudis Bocanegra”, concedida en 1998 por el ayuntamiento de Pátzcuaro y la presea “Generalísimo Morelos” que recibió al año siguiente por sus investigaciones sobre el insurgente. En 2010 fue distinguida con el premio “Amalia Solórzano Bravo” y en 2011 fue reconocida como “Moreliana distinguida”.
En enero también partieron otros dos grandes personajes: Mario Cirett, modelista cuyas maquetas y miniaturas forman parte de la Galería de Historia, Museo del Caracol, y Manlio Favio Salinas Nolasco, profesor investigador de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRyM).
Mario Cirett participó en el proyecto impulsado por Jaime Torres Bodet que dio vida a dicho recinto en Chapultepec. El maquetista diseñó diversas piezas para la celebración de los Juegos Olímpicos de 1968, para el Museo de las Californias, y para el Fórum Universal de las Culturas, realizado en 2008 en Monterrey, Nuevo León.
Manlio Favio Salinas Nolasco fue experto en conservación de bienes culturales e impartió clases de Polímeros Naturales y Sintéticos a alumnos de la licenciatura en Restauración; asimismo, escribió distintos artículos sobre la materia.
En enero, el INAH también lamentó el sensible fallecimiento de su valiosa colaboradora María de Lourdes Cué Ávalos, historiadora del Arte por la Universidad Iberoamericana quien desempeñaba actividades de investigación y producción editorial en el Museo del Templo Mayor.
La belleza de la escultura mexica de Coyolxauhqui no podría entenderse sin la reconstrucción cromática realizada por diversos especialistas, equipo del que formó parte Cué Ávalos; dicha tarea permitió identificar los cinco colores que tuvo la diosa lunar en la época prehispánica.