La memoria de México en 95 años

México.- En 1917, a cuatro meses de su fundación, EL UNIVERSAL consiguió una de las grandes primicias del periodismo mexicano de todos los tiempos. En cuatro páginas suplementarias publicó, íntegros, los artículos de la Constitución Mexicana que sería promulgada el 5 de febrero de ese año.

La venta de aquella edición —50 mil ejemplares— fue calificada de escandalosa. Se hizo necesario pegar el periódico en las esquinas, para que el público que no había logrado adquirirlo pudiera conocer los nuevos artículos de la Carta Magna.

No fue éste el primer golpe periodístico de EL UNIVERSAL. El 23 de octubre de 1916, a sólo 22 días de su fundación, el diario había lanzado una edición especial, que salió a la venta a las 10 de la noche, para anunciar el destape de Venustiano Carranza como candidato a la Presidencia.

El director Félix F. Palavicini no había querido esperar hasta la mañana siguiente para dar a conocer la noticia: hizo que la moderna rotativa Scott, recién adquirida por el periódico, se pusiera a escupir ejemplares, y luego mandó a un diligente ejército de vendedores a vocearlos a las puertas de los bares, los teatros, los cines.

El periódico va a la noticia

Palavicini era un periodista de cepa: se había fogueado en la prensa antiporfirista. Había dirigido periódicos maderistas. A la caída de Victoriano Huerta, le había tocado cerrar el más legendario de los diarios oficiales: El Imparcial. Su lema de batalla era: “La noticia no va al periódico; el periódico va a la noticia”.

Los peores años de la Revolución no habían terminado. Los generales se emboscaban, se traicionaban, se mataban. La Banda del Automóvil Gris —asaltantes disfrazados de militares que cateaban y robaban domicilios— actuaba con entera impunidad. La oficialidad revolucionaria cometía desmanes en cafés y restaurantes “para no parecer menos agresiva que la División del Norte”. Se juzgaba y fusilaba a cualquiera. Ser “de extracción revolucionaria” autorizaba a cometer “manifestaciones de intolerable insolencia”.

Palavicini había sido diputado del grupo renovador y era miembro del Congreso Constituyente. Estaba convencido de la necesidad de crear instituciones sólidamente democráticas. Creía que el horror no iba a terminar hasta que la autoridad civil fuera rehabilitada.

Fundó un periódico moderno, basado en ese código. Contrató agencias de noticias internacionales, echó mano del teléfono y el telegrama como herramientas indispensables en el quehacer periodístico. Anunció, en su primer editorial, que celebraba la etapa de reconstrucción que Carranza había iniciado; y sin embargo, escribió: “Prensa amiga, pero prensa libre. Mi mano es amiga, pero no esclava”. No tardó en pagar las consecuencias.

Periodismo y pistolas

Carranza recibió con desconfianza el primer número (63 mil ejemplares vendidos en unas horas), y en 1918 forzó a Palavicini a separarse, temporalmente, de la dirección del diario, a causa de una serie de artículos que apoyaban a los aliados, y no a Alemania, en las horas más crudas de la Primera Guerra Mundial.

Para el otro grupo revolucionario dominante, el obregonismo, EL UNIVERSAL fue como un insulto lanzado a la cara. Existía una sección, “Notas de la Secretaría de Guerra”, encargada de ventilar los excesos castrenses. En 1921, después de una andanada de críticas, un alto mando de la secretaría, el general Jacinto B. Treviño, envió a Palavicini la siguiente carta:

“Adondequiera que encuentre a usted y con el modo a que diere lugar, lo obligaré a pagar su insidia y a reparar sus solapados, calumniosos procedimientos”.

Palavicini le contestó:

“Estoy acostumbrado, en mi larga carrera de periodista, a este género de amenazas; puede usted agredirme. Procure usted hacerlo por la espalda, pues le advierto que cargo mi revólver y que no respondo de disparar primero en el caso de que tenga el desagrado de encontrarle a usted en mi camino”.

A continuación, el director cometió la locura de enviar a la rotativa ambas cartas. Se armó la de Dios es padre. Diputados, senadores, el gobernador del Distrito, los concejales, militares enemigos de Treviño, incluso el secretario de Comunicaciones y Transportes, enviaron cartas que desautorizaban la conducta del general y lamentaban “el atentado a la libertad de expresión”.

Treviño se plantó a las afueras del café Colón, esperando ver pasar el coche de Palavicini. Como ese día (8 de octubre de 1921) el director fue a trabajar en taxi, se salvó de ser asesinado.

El que no se salvó fue el autor de una de las cartas, José Alessio Robles, quien tuvo el mal tino de ir a trabajar en su propio carro: el general Treviño lo vio, sus pistoleros lo siguieron, y lo acribillaron en Insurgentes.

“En México, cuando no se puede perseguir judicialmente a un periodista, se emplea la pistola”, escribió Palavicini.

La pistola ganó. Al poco tiempo, el director fue obligado a dejar el diario.

La máquina del tiempo

Félix Palavicini afirmó en sus memorias que los golpes periodísticos, los escándalos, la censura, garantizaron la existencia, el prestigio de EL UNIVERSAL. Una máquina del tiempo, un dispositivo de la memoria, se había puesto en marcha. Durante 95 años, cada día de la vida de México está registrado en esas páginas.

El debut cinematográfico de Emma Padilla. El incendio del parque Asturias. Los combates de Kid Azteca. El terremoto de 1962 (“pánico en los corazones y twist en los edificios”). El primer viaje en Metro. La aparición de El Santo.

Los movimientos obreros de 1958. La aceptación del voto femenino en 1953. La inauguración del Monumento a la Revolución en 1938. Los crímenes de Goyo Cárdenas en 1942.

La llegada del radio. La apertura del Viaducto. La campaña de Vasconcelos. Las Olimpiadas. La fundación de CU. La nueva Basílica de Guadalupe.

El Circuito Interior y la epidemia de poliomelitis. El suicidio de Miroslava y la publicación de Los de abajo. El primer partido del Atlante, los ejes viales, Fox, el IFE, el Metrobús, la inauguración del Segundo Piso.

“Trotsky murió ayer a las 7:25 de la noche”. “Fidel Velázquez anuncia su retiro para 1962”. “El cadáver del señor Carranza llega a las 7”. “Protestó el presidente Obregón”. “El Río Consulado será boulevard”. “Impiden transitar por Madero con huarache y tilma”.

“La Luna fue conquistada”. “Emiliano Zapata, derrotado y muerto por las tropas del general Pablo González”. “El jazz es un baile moralmente peligroso, dice la Iglesia”. “Expropiación de la industria petrolera”. “Villa fue asesinado en una emboscada, el cuerpo quedó horriblemente mutilado”.

“Trágica muerte de Pedro Infante”. “Asesinan en Tijuana, de dos disparos, a Luis Donaldo Colosio”. “El nuevo Partido de la Revolución Mexicana”. “Instrucciones del presidente Ruiz Cortines en auxilio de los damnificados”. “Electricidad mexicanizada por y para el pueblo, dice López Mateos”.

“Contaminación, uno de los graves problemas que padece la ciudad de México”. “Terroristas y soldados sostuvieron rudo combate varias horas”. “Hay 3,600 ciudades perdidas en la capital”.

Teléfonos, tranvías, televisiones, autos, puentes, colonias, edificios: de Venustiano Carranza a Felipe Calderón, de la ciudad de 500 mil habitantes a la megalópolis que apiña más de 20 millones de almas, de la sucesión de horrores revolucionarios a la explosión de horrores del narcotráfico, EL UNIVERSAL ha acompañado, registrado, interpretado (con los brillos y las oscuridades propios de cada época), las sucesivas destrucciones, construcciones y reconstrucciones de México.

En la hemeroteca de este periódico, en anaqueles que alinean millones de páginas amarillentas, descansa un Aleph compuesto por notas de ocho columnas; por crónicas, noticias, entrevistas, reportajes. Por galerías de fotos, de escenas, de rostros, en las que desfilan, minuciosamente, 34 mil 675 días en la vida de los hombres.

Ese Aleph es en el fondo el relato de un sueño, el sueño de Palavicini: la construcción de instituciones sólidamente democráticas. Hoy, 95 años después, ignoro hasta qué punto ha logrado cumplirse.

Agencia El Universal