“¿Qué es un jardín sino la celebración de nuestro lugar en el universo?”, dice Charles Jencks, creador de un paraíso terrenal en el que se conjugan el amor por la naturaleza con la especulación metafísica y matemática y la curiosidad hacia los grandes misterios del universo.
Hay quienes piensan que una de las muestras más refinadas de la civilización humana es el jardín, ese espacio en el que conviven naturaleza y ser humano unidos por algunos de los ideales más altos de los que es capaz nuestra especie: amor, conservación, belleza, armonía y quizá algunos otros afines siempre al cultivo, tanto en sentido literal (el cultivo de la tierra) como metafórico (el cultivo del espíritu).
Por esta razón el jardín nos ha acompañado a lo largo de la historia en diversas manifestaciones, desde los grandes jardines de los palacios imperiales —sea en Babilonia o en París— hasta los modestos pero no menos primorosos de personas comunes y corrientes que en todas las poblaciones del mundo, en cualquier época, han mantenido con esfuerzo y cuidado una parcela íntima destinada al descanso o al regocijo.
Sin embargo, existe en Escocia un jardín que sin bien pudiera considerarse armonioso o estético, quizá no sea del todo apacible como tantos otros. Al menos no en el sentido habitual del término. Se trata del llamado “Jardín de la Especulación Cósmica”, construido en 1989 a instancias de Charles Jencks y su esposa Maggie Keswicky. Su peculiar nombre se debe a que a las artes de la disposición natural sus creadores sumaron las de la imaginación matemática y celeste.
Ubicado en la localidad de Portrack House, Dumfries, este recinto se diseñó primero según algunos de los principios de la ancestral jardinería china, con largos y curveados caminos que guían sutilmente al paseante por los mejores panoramas del lugar. A este proyecto inicial, sin embargo, pronto y como por misterioso azar, vino a añadirse una segunda intención, la de emular la perfecta armonía del cosmos proyectándola en ese ínfimo terreno, acaso con el deseo secreto de mostrar que esa suprema belleza es asequible también en este mundo (“como arriba es abajo”):
“Cuando comenzamos con el jardín, no me interesaban los grandes asuntos del cosmos. Pero con el tiempo saltaron más y más a la vista y sin darme cuenta los usaba para pensar acerca de la naturaleza y para contemplar y especular sobre los orígenes del universo. A este respecto, este jardín es parte de una extensa tradición histórica: los jardines zen japoneses, los jardines-paraíso persas, los jardines ingleses y franceses del Renacimiento, representan todos ellos la historia del cosmos tal y como se entendía entonces. Así que la idea de un jardín como un microcosmos del universo es bastante común. De hecho, creo que este es el motivo más acucioso para crear un jardín. ¿Qué es un jardín sino la celebración de nuestro lugar en el universo?”.
(“La cascada del universo”: 25 series de escalones representan cómo el universo se desarrolló durante millones de años, en cada nivel hay distintos objetos que el paseante descubre solo si mira con cuidado)
Con semejante elocuencia y sentimiento describe Charles Jencks la obra que ha levantado en colaboración con su pareja. Jencks piensa además que todo jardín debe ser como un rompecabezas para el entendimiento, con algunos de sus elementos demasiado obvios y con otros ocultos. En el caso del Jardín de la Especulación Cósmica el enigma a resolver se relaciona con la especulación metafísica (el misterio de la muerte y el del nacimiento, el problema del mal), la matemática (la teoría de los sistemas complejos, fractales, la secuencia de Fibonacci), la biología (especialmente la estructura helicoidal del ADN) y quizá algunos otras piezas que invitan a sumergirse en el armonioso caos de la reflexión, esa paradójica introspección que nos lleva de lo aparentemente más apartado de nuestra realidad a lo más íntimo de nuestro ser, y de vuelta.
Un camino recíproco y paralelo que acaso muestra cómo entre los misterios del cosmos y la naturaleza también tienen cabida los de la humanidad.