Psicólogos encuentran que bloguear es una práctica sumamente terapéutica para los adolescentes, acaso tan efectivo como el diario personal que se llevaba hace ya varios años.
En cierta forma, la escritura confesional es un género más o menos reciente en la historia de la cultura humana. Aunque casi desde la invención del alfabeto han existido los reportes de una situación vivencial, a veces autobiográfica (limitados, por ejemplo, a los asuntos bélicos o de gobierno), fue mucho más tarde, en el siglo XIX y una vez asentado el habitus del romanticismo, cuando el escritor (entendido en sentido amplio como una persona capaz de escribir y con cierto gusto por esta actividad, independientemente de su profesionalización) se volcó hacia sí mismo y comenzó a referir los sucesos de su vida (interior y exterior) y dejar constancia de estos por escrito.
Esto es importante porque de algún modo nuestra época es, como sugiere Paula Sibilia en La intimidad como espectáculo, un cruce de las nuevas tecnologías con las viejas prácticas heredadas de épocas pasadas. Escribir un diario, por ejemplo, ha pasado de ser un ejercicio íntimo y solitario a uno público en el que participan tantas personas como conozcan la existencia de dicho cuaderno. A veces, vistas en perspectiva, las grandes transformaciones parecen solo pequeños y sutiles cambios.
En este sentido es interesante que psicólogos de la Universidad de Haifa, en Israel, hayan publicado recientemente un estudio en el que encontraron que bloguear sea una actividad sumamente terapéutica al menos entre los adolescentes.
Meyran Boniel-Nissim y Azy Barak reunieron a 161 jóvenes con síntomas de estrés y ansiedad social que, además, compartían cierta dificultad para entablar relaciones de amistad con otros; a estos los dividieron en seis grupos asignándoles estas actividades: a dos grupos se les pidió que bloguearan al menos una vez por semana sobre sus problemas sociales, a otros dos sobre cualquier cosa que quisieran y, a su vez, en cada uno de los casos uno de los grupos podía aceptar comentarios en su blog y el otro no; finalmente hubo dos grupos de control que podían llevar un diario en papel o simplemente no hacer nada.
Según los psicólogos, la mejora más notable en el ánimo de los jóvenes se dio en aquellos que escribieron sobre su ansiedad en los blogs que aceptaban comentarios, lo cual sugiere que bloguear sobre las emociones les sirvió como una forma de terapia y que los comentarios recibidos como una retroalimentación positiva (esto acentuado porque, dice Barak, estos eran particularmente alentadores).