Descubren entierros milenarios en la Sierra Gorda

México, D.F.- Dos entierros prehispánicos de entre 900 y mil años de antigüedad, fueron descubiertos por arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH-Conaculta), dentro de un templo que forma parte de un conjunto de edificios precolombinos, que se sumará próximamente al recorrido de la Zona Arqueológica de Ranas, en la Sierra Gorda queretana, sitio que destacó por la obtención del cinabrio, un mineral que fue muy apreciado en Mesoamérica.

El arqueólogo Alberto Herrera Muñoz, investigador del Centro INAH-Querétaro, informó que uno de los entierros consiste en una fosa excavada de 72 cm de diámetro, en cuyo interior se localizó la osamenta de un individuo joven, que al morir tenía entre 13 a 16 años de edad, del cual aún falta determinar el sexo. El esqueleto se halló en posición fetal, y debajo de los restos óseos desarticulados de otro personaje.

De acuerdo con el responsable del sitio, desde 1991, el entierro se ubicó en una capa de sedimento, correspondiente a la segunda etapa de uso del templo, que data de los años 900 y 1100, d.C., de ahí que ambos esqueletos se pueden fechar hacia este lapso.

Cuchillos bifaciales de obsidiana gris —semejante a la que procede de Zacualtipan, Hidalgo—, dos conchas procedentes del Pacífico, un silbato y un anillo grabado hecho con hueso humano, forman parte de la ofrenda que acompañaba al individuo que falleció durante la adolescencia.

La excavación y el registro se realizan con minuciosidad, con el objeto de que las muestras de material que se tomen, sirvan para efectuar pruebas genéticas y de fechamiento, así como para determinar patologías, entre otros aspectos, detalló el doctor Alberto Herrera.

Cercano al primer enterramiento, en un espacio oval —de 90 centímetros— fue descubierto el otro entierro. De dicha inhumación solo se han vislumbrado tres cráneos, porque aún falta excavar; se desconoce si corresponden a esqueletos completos o si se trata de restos que fueron removidos. Por el momento, únicamente se ha determinado que estos restos humanos tiene la misma antigüedad que la primera inhumación descubierta (900-1100 d.C.), y tienen algunos materiales de ofrenda.

El hallazgo de ambos contextos funerarios, dijo el arqueólogo, es significativo para la investigación en Ranas, pues aunque en los años 80 —durante los trabajos dirigidos por la arqueóloga Margarita Velasco en el sitio— se localizaron varios entierros, éstos no se estudiaron de manera sistemática. Ahora, esta investigación pormenorizada partirá justo con este par de inhumaciones, descubiertas hace una semana.

El sitio prehispánico de Ranas se localiza cerca del municipio queretano de San Joaquín, en la Sierra Gorda; fue edificado en la cima de dos cerros que se unen formando un vértice, y el principal desarrollo urbano se dio entre 400 y 1200 d.C. Mantuvo relación con sitios y áreas distantes, como Teotihuacan, Tula, Río Verde (San Luis Potosí) y El Tajín, en la Costa del Golfo.

La ubicación del asentamiento, al igual que la del cercano sitio de Toluquilla, fue ideal para el control y protección de la gran diversidad de nichos ecológicos y recursos minerales existentes en la región, en particular del sulfuro rojo de mercurio o cinabrio, un pigmento que fue muy apreciado en Mesoamérica, al que daban una connotación religiosa y funeraria.

Restos de cinabrio procedente de Ranas, se han hallado lo mismo en Teotihuacan, en el centro de México, que en Monte Albán, en los Valles Centrales de Oaxaca; en la tumba de la Reina Roja, en Palenque, Chiapas, y más allá de nuestra frontera sur, en la urbe maya de Tikal, en Guatemala.

Para el arqueólogo Alberto Herrera, especialista en minería antigua, el complejo de edificios, que se sumará en próximas fechas al recorrido por Ranas, es significativo. El denominado Conjunto Acceso está al suroeste del poblado, sobre la entrada al sitio, y es interpretado como un espacio de control de paso al resto del asentamiento.

“Comparado con los otros tres sectores de Ranas, tiene una menor densidad constructiva, y entre sus elementos destacan los muros de contención con plataformas y basamentos con escalinatas rectas, y en ocasiones con alfardas y cornisa. También sobresalen las habitaciones, algunas de doble cámara, y los conjuntos de tres a cinco estructuras, que forman pequeños patios internos.

“La disposición arquitectónica sugiere que esta parte de la ciudad era habitacional, y estaba vinculada al servicio y mantenimiento de todo el emplazamiento. La exploración inicial de este conjunto indica que fue un espacio dedicado a la molienda, concentración y envasado del cinabrio, aunque no debió ser el único en la urbe dedicado a esta actividad, falta explorar más”, explicó el investigador del Centro INAH-Querétaro.

Como parte de los trabajos de excavación en esta área, los cuales comenzaron a fines de 2011, se retiraron mil 300 m3 de tierra y sedimento; las cinco estructuras que la componen se han consolidado casi en su totalidad, éstas miden en promedio 11 m por lado, y tienen distintas etapas de construcción, que fueron hechas del 400 al 1200 d.C.

Las cinco estructuras corresponden a dos viviendas, una de ellas con altar; el citado templo donde fueron descubiertos los entierros; el Edificio de los Percutores —así nombrado por el hallazgo de 60 herramientas: martillos, cinceles y azuelas, hechas en basalto, ignimbrita, serpentina, riolita, toba volcánica— y un taller para la molienda de metales, donde se localizaron un metate grande y fragmentos de vasijas miniaturas que servían para envasar el cinabrio.

El arqueólogo Alberto Herrera abundó que el enfoque interdisciplinario del Proyecto Arqueológico Ranas, ha sido fundamental para el conocimiento del sitio, de manera que se sabe que sus habitantes se dedicaron a la caza, la recolección y la obtención del cinabrio. Los recientes descubrimientos ayudarán a determinar el impacto de este mineral en el antiguo ecosistema, en las condiciones de vida y salud de sus habitantes.

El investigador del INAH concluyó que los estudios, tanto en Ranas como en Toluquilla, posicionan al sur de la Sierra Gorda de Querétaro, como la primera región con investigaciones sistemáticas en México, acerca de la economía minera del cinabrio (con una tradición de dos mil años) y su aporte a los circuitos de intercambio en el México antiguo.