Al frente del PAN, hace veinte años, Felipe Calderón hizo suya la frase-advertencia de Carlos Castillo Peraza, su antecesor y maestro: “Hay que ganar el poder sin perder al partido”.
Sin ser militante histórico del blanquiazul, pero con sus siglas, Vicente Fox llegó a Los Pinos, desperdició el impulso democratizador que le imprimió el voto popular con el claro mandato de sacar al PRI de la casa presidencial y se embarcó en un gobierno de frivolidades y ocurrencias.
Castillo Peraza, acaso el último ideólogo del PAN, murió el 9 de septiembre de 2000, un par de meses antes de que Fox rindiera protesta como Presidente. Lo vio ganar la elección, aunque un año antes había renunciado al blanquiazul, abiertamente confrontado con Calderón, su más adelantado e ingrato discípulo, y el grupo de panistas que estaban por ganar el poder, después de un largo proceso que implicó rupturas con los doctrinarios y alianzas con la ultraderecha (El Yunque) y el sector patronal.
Pero aun antes de que Fox gobernara, Castillo Peraza hizo saber al panismo con qué había roto: “cuando Fox acabe con esto, perderemos el gobierno y ya no tendremos partido”.
El vaticinio no se cumplió a cabalidad. Fox falló como Presidente, pero hizo todo lo que estuvo a su alcance, en franca traición a la democracia y a costa de dividir al país, para que el PAN siguiera en Los Pinos.
Tocaría a Felipe Calderón, el nuevo inquilino, perder el poder y perder al partido. Perdió las elecciones y llevó al blanquiazul a la debacle electoral. ¿Razones? Diversas a saber: la guerra sucia electoral que dividió a México, el fallido y fanatizado combate al narcotráfico que nos ensangrentó, su ilegitimidad de origen, las divisiones internas de su partido abonadas por la ambición de una militancia cada vez más separada de sus principios, su insensibilidad ante los cambios sociales y culturales a los que antepuso ideología y religión, su distanciamiento de la ciudadanía, los errores en la designación de candidatos y la equivocación estratégica de la presidencial, Josefina Vázquez Mota, quien optó por el continuismo en lugar de marcar una clara distancia.
Calderón, en este contexto, pretende ahora sacar provecho del desastre, asumiéndose como el salvador y refundador del PAN. Las últimas semanas las ha dedicado, desde Los Pinos y con recursos públicos, no partidistas, a conseguir adelantar la Asamblea Nacional del blanquiazul que definirá su rumbo. Él mismo ha usado el término refundar.
Quiere que esa Asamblea se lleve a cabo a más tardar en noviembre próximo, cuando todavía sea Presidente de la República y pueda, desde esa posición, operar los términos de tal refundación, el reparto de posiciones en el Consejo y, muy importante, la designación de quienes serán los coordinadores de los diputados y senadores del partido en la próxima Legislatura.
En suma, quiere quedarse con el control de Acción Nacional acaso para operar, desde ahí, una futura candidatura presidencial de su esposa Margarita Zavala.
Esa decisión de adelantar la Asamblea implicaría modificar estatutos y dar por concluida la gestión de consejeros y dirigentes nacionales antes de que concluya en 2013 el periodo estatutario para el que fueron elegidos.
Pero le han salido al paso los panistas que apoyan al actual líder nacional Gustavo Madero y a la secretaria general Cecilia Romero, cabeza visible de los ultraconservadores. Ellos trabajan en impedir que se adelante la Asamblea para que tenga lugar en 2012.
Pero la decisión se tomará dentro de diez días en la reunión del Consejo Nacional. Para conseguirlo, Calderón necesita los votos de la mitad más uno de los 381 consejeros políticos. Es decir, requiere 191 votos y sólo tiene, hasta ahora, 189. Madero y los yunquistas han unido fuerzas para impedir que Calderón consiga esos dos votos y, en el mejor de los casos, para aumentar los 192 que ya tiene esa alianza para impedirlo.
En eso están los blanquiazules que perdieron el poder y el partido.
(rrodriguez@angularotmail.com @RaulRodriguezC)