Budapest es fundamentalmente una ciudad de fin de siglo. El esplendor arquitectónico de sus palacios, iglesias y edificios asomados al Danubio es tributario del momento en el que fue la segunda ciudad más importante del Imperio Austrohúngaro, entre la última década del XIX y la primera del XX. El director de cine István Szabó –Oscar a la mejor película extranjera 1981– aconseja pasear por su ciudad natal «mirando hacia arriba para contemplar la belleza de su arquitectura.
Sus fachadas muestran una Hungría libre y calmada, pero a la que la presión histórica ha constreñido mucho». Szabó tiene razón. Hungría y su capital pasaron en menos de un siglo de la monarquía al fascismo, y del fascismo al comunismo y a la democracia.
La actual Budapest surgió de la unión de Buda y de Pest en 1873, veinticuatro años después de la inauguración del puente de las Cadenas, el primero que enlazó las dos ciudades de forma permanente. El mejor lugar para apreciar una vista del Budapest de ayer y el de hoy es sin duda el Bastión de los Pescadores, en la colina del Castillo de Buda.
Se trata de un mirador neogótico con siete torres que representan a las siete tribus magiares y erigido en honor de los pescadores que defendieron el lugar en la Edad Media. Desde ahí el Danubio se muestra como un río soberbio, que adquiere un color de oro viejo al atardecer, con el Parlamento y la ciudad de Pest en la otra orilla.
Dejando atrás la estatua de bronce de San Esteban que preside el bastión, surge la iglesia de San Matías, edificada entre los siglos XIII y XV, pero con muchos añadidos neogóticos. Antigua sede de bodas reales y coronaciones, en la actualidad acoge conciertos de órgano que aprovechan su magnífica acústica.