Es evidente la urgencia de un cambio de sistema político que actualice y vigorice al Estado, como demuestra que dos de los tres Poderes de la Unión hayan visto trastocada su operación habitual en estos días: el Legislativo abandonando sus sedes y el Ejecutivo rindiendo el informe anual en la casa del presidente.
Queda claro que la inercia en las instituciones y el solo hacerles cambios menores en temas de fondo solo provoca crispación. Sobre todo porque las decisiones se toman en el reducido espacio del Pacto por México, donde se ignora a los sectores afectados, a quienes solo se les abre una rendija para “consultarlos” sin permitirles participar en las decisiones.
Ante este paisaje político crispado, pleno de descalificaciones y conflictos, ¿quién podría estar en contra de un proyecto de partido que se define desde su gestación como una entidad de cooperación con el Estado y sus instituciones, con voluntad de privilegiar las coincidencias sin hacer de las diferencias una oportunidad de confrontación?
Precisamente en los momentos de tensión y de vulnerabilidad de los Poderes de la Unión grupos es cuando la patria más necesita unidad en torno a las instituciones, así como apostarse por la normalidad republicana.
Seguramente por ello es que cientos de miles de mexicanos se han unido al proyecto de crear el partido Concertación Mexicana (CM), mostrando una doble motivación. Por un lado, está el hastío frente a la diatriba, el conflicto, la violencia verbal y física, la estéril pugna entre izquierda y derecha que tanto ha lastrado al país, dividiéndolo en bandos irreconciliables.
Por otro, está el ánimo constructivo de darse la mano con otros mexicanos —incluso con los de ideologías diferentes— para hacer de la unidad nacional no una frase de discurso, sino una realidad que constituya el cimiento de la prosperidad y la paz.
Igualmente, desde los más altos niveles del Estado mexicano se ha dado la bienvenida a CM. Se reconoce que este proyecto se está conduciendo con estricto apego a derecho y con respeto a las instituciones, promoviendo exactamente lo que a todo el país conviene: unidad, entendimiento, colaboración.
Por marcar un claro contraste con grupos de reventadores y radicales, en CM hemos recibido un trato justo y amable de autoridades de todos los órdenes de gobierno y de los tres poderes, así como de órganos autónomos del Estado mexicano. A todos ellos, enviamos nuestro más profundo agradecimiento.
Porque cada marcha que incurre en excesos y atropella los derechos de los ciudadanos, cada grupo que hace de la violencia una herramienta política, cada ciudadano que levanta la voz pero no es capaz de elevar el nivel de sus argumentos, se aferra a un pasado que los mexicanos queremos superar.
Como sociedad, vamos hacia una era de entendimiento, de tolerancia a todas las formas de la diversidad (política, ideológica, sexual). Ha quedado claro que la confrontación es el pasado y la concertación es el futuro.
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