El 3 de diciembre de 1872, George Smith, un joven investigador del Museo Británico, presentó ante la Sociedad Británica de Arqueología Bíblica un sensacional descubrimiento: leyendo las tablillas de la Epopeya de Gilgamesh halladas en la biblioteca de Assurbanipal en Nínive había conseguido identificar y descifrar un fragmento en el que se relataba la historia de un diluvio muy semejante al del Antiguo Testamento.
De inmediato se disparó el interés de los medios de comunicación y del gran público por la antigua Mesopotamia y sus conexiones bíblicas. Museos y universidades de Francia, Reino Unido, Alemania y Estados Unidos emprendieron expediciones arqueológicas en busca de vestigios de ciudades sumerias, asirias y babilónicas. Uno de los asentamientos que atrajo este interés renovado fue la antigua Ur, hogar del patriarca bíblico Abraham.
Ur ya había sido identificada años atrás merced a unas breves excavaciones realizadas durante los años 1853 y 1854 por J. E. Taylor, cónsul británico en Basora. Sin embargo, tuvieron que pasar algunos años hasta que el interés por los tesoros que escondía la antigua Mesopotamia volviera a resurgir.
En el año 1922, el Museo de la Universidad de Pensilvania en Filadelfia y el Museo Británico de Londres sellaron un acuerdo de colaboración para excavar en la ciudad. Para dirigir los trabajos escogieron al reputado arqueólogo británico Charles Leonard Woolley, y el posterior desarrollo de las excavaciones en Ur demostró que la elección no pudo ser más acertada.
Woolley había comenzado su formación en el Museo Ashmolean de Oxford como ayudante de Arthur Evans, el responsable de las excavaciones en el yacimiento cretense de Cnosos. Se curtió como arqueólogo excavando primero en Nubia, entre 1907 y 1912, para a continuación, por encargo del Museo Británico, dirigir las excavaciones en Karkemish, una antigua ciudad hitita situada al sur de Turquía, muy cerca de la actual frontera con Siria.
En Karkemish trabajó durante tres campañas, en las que tuvo como ayudante nada menos que a Thomas Edward Lawrence, el famoso Lawrence de Arabia. Pero el estallido de la primera guerra mundial les afectó de lleno: Lawrence se implicó plenamente en el movimiento de liberación árabe contra el yugo otomano, mientras que Woolley participó en la contienda como oficial de la inteligencia británica en el Próximo Oriente hasta que cayó prisionero de los turcos, en cuyas cárceles pasó dos años.
Terminada la guerra, Woolley prosiguió con sus excavaciones en Karkemish y, más tarde, en Amarna, la ciudad egipcia que el faraón Akhenatón, padre de Tutankhamón, había convertido en capital de Egipto y emblema de su reforma religiosa. Allí excavó Woolley entre 1921 y 1922, año en el que fue llamado a dirigir los trabajos arqueológicos de la antigua Ur.
Tras la pista de las tumbas reales
Durante las cuatro primeras campañas de excavaciones en Ur, Woolley se centró en el temenos de la ciudad, la zona en la que se concentraban los edificios más importantes, entre ellos el gran zigurat, o templo en forma de pirámide escalonada, erigido durante la III dinastía de Ur, en el siglo XXI a.C. Pero ya en la primera campaña, Woolley se percató de que en un punto del yacimiento había un cementerio y, por algunos pequeños objetos de oro que enseguida salieron a la luz, comprendió que allí debían de esconderse importantes enterramientos.
Sin embargo, en vez de precipitarse en busca de tesoros ocultos, antepuso su buen juicio como arqueólogo y decidió esperar. Primero había que estudiar los diversos estratos del yacimiento para así establecer su cronología. Además, era necesario entrenar a sus trabajadores y consolidar su autoridad sobre ellos; de este modo podría evitarse el robo de valiosos objetos, algo que se llevaba produciendo desde el primer año.
No fue, por tanto, hasta la campaña de 1926-1927 cuando Woolley acometió la excavación de la necrópolis real. Para entonces contaba ya con la colaboración del joven arqueólogo Max Mallowan, quien cuatro años más tarde contraería matrimonio con la famosa escritora de novelas policíacas Agatha Christie. Como consecuencia de esta relación, la novelista viajó con frecuencia al Próximo Oriente, visitó Ur y conoció a Leonard Woolley. Fruto de todos estos viajes fueron novelas como Asesinato en Mesopotamia o Ven y dime cómo vives, un delicioso libro en el que la escritora relata en clave de humor sus experiencias en Oriente como la sufrida esposa de un arqueólogo.
Durante la primera campaña, el equipo de Woolley excavó un enorme número de tumbas, alrededor de seiscientas, en la mayoría de las cuales los arqueólogos localizaron los restos de un cuerpo y un pobre ajuar funerario. Sin embargo, a finales de esa temporada, en el fondo de una fosa se halló, entre numerosas armas de bronce, un espectacular puñal de oro con empuñadura de lapislázuli; junto a él apareció además un saquito de oro que contenía un juego de instrumentos de tocador, todos ellos también de oro.
Nunca hasta entonces se habían encontrado en tierra sumeria objetos de ese valor y de esa calidad artística. El descubrimiento provocó una conmoción entre los obreros de la excavación, pues bastaba rascar un poco la superficie del lugar para que aparecieran nuevos objetos y más cuentas de oro.
Habían encontrado la tumba del rey Meskalamdug. Woolley relató en sus informes que mandó llamar entonces al jeque de la tribu de la zona, Munshid ibn Hubaiyib, para que garantizara con su palabra que ninguno de los trabajadores tocaría el lugar en su ausencia. Y, según parece, así sucedió durante esa campaña y en las siguientes: nadie se aventuró nunca a profanar el yacimiento ni ninguno de los deslumbrantes hallazgos que se fueron produciendo.