En el Colegio Nacional se realizó este jueves la mesa Revuelta, rebelión, revolución: Ayer y hoy, en el encuentro intelectual Octavio Paz y el mundo del siglo XXI; participaron Jean Meyer, el periodista Héctor Aguilar Camín, el escritor Ian Buruma y el narrador rumano Norman Manea.
Jean Meyer mencionó que el autor del poema Piedra de Sol “simpatizaba con el hombre rebelde, por eso siguió con interés el levantamiento de Chiapas, en 1994; el de los revolucionarios de Budapest, en 1956; los manifestantes pacíficos en Praga, los estudiantes mexicanos de 1968 y los rusos de la Perestroika”, aseguró.
El historiador francés consideró que ese sentimiento de Paz hacia esos movimientos, los hubiera experimentado también con los ucranianos de hoy.
Héctor Aguilar Camín, director de la revista Nexos, habló del trayecto moral de Octavio Paz, relacionado con su dimensión religiosa, lo que fue visible pero no se ha explorado con profundidad.
“Su obra es una búsqueda religiosa, una guerra sagrada, palabras como comunión, reconciliación, pecado, origen, redención, paraíso perdido vienen con frecuencia y naturalidad a los labios y pluma de Paz, son palabras del catecismo cristiano, pero en Paz adquiere un aura metafórica de resonancia prepotente que dan cuenta de este desgarramiento religioso, y sin exagerar, profético de su tono crítico”, explicó Aguilar Camín.
Indicó que el amor, la poesía y la revolución muestran lo sacro que hay en Paz, que todas ellas son formas terrenales, profanas, existenciales pero intensas de comuniones.
“Creo que la búsqueda de mantener el instante, la poesía y el amor son las más felices en la vida y la obra de Paz, porque lo logra repetidamente, no así en la historia, la parte más desdichada en su obra”.
Dijo que el autor de El arco y la lira abrazó muy joven a la revolución, como respuesta al vacío, a la desolación del mundo moderno.
“En 1935 está anticipando que el hombre de su época está construyendo la sociedad sin clases, decía Paz, mañana nadie escribirá poemas, ni escuchará música, porque nuestros actos serán como poemas, el hombre está construyendo lentamente su mundo futuro, su sociedad sin clases”, aseveró.
El también historiador dijo que Paz, en 1949, al escribir el Laberinto de la soledad, señala que la grandeza de la Revolución Mexicana consiste paradójicamente en no ser una revolución, sino en ser una revuelta, una sacudida popular sin idea, que produce un regreso al pasado y un sentido de comunión entre los revoltosos.
Señaló que en 1958, Paz escribió los capítulos finales de la segunda edición del Laberinto de la soledad, y que en ese momento para el también diplomático está claro que la tragedia de la Revolución es la que se ha producido en los países atrasados.
Aguilar Camín agregó que en la década de los 60, Paz extendió su visión de la Revolución Mexicana al verla como una revuelta anticipatoria de la oleada de movimientos populares, nacionalistas, como los surgidos en América Latina.
“Paz dice que esas revueltas nacionales con gran visión, desplazan la contradicción clásica del mundo moderno previsto por Marx, entre el proletariado y la burguesía. Que ninguna de esas revueltas dan solución al paso de la modernidad, porque no las inspira una idea universal…”.
Mencionó que el 68 mexicano hace al Nobel de Literatura de 1990 volver a hacer cuentas sobre la Revolución Mexicana.
“Si Paz la había encontrado inerte en el Laberinto de 1958, y la revolución le parecía terminada, en el libro Posdata, de 1969, la encuentra poseída por su pasado enterrado, sólo que ahora la posesión es diabólica, ya no hay la rebelión ni la comunión de 1910, sino la expiación ritual del sacrificio azteca perpetrado el 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas.
“Esta explicación ritual de la matanza separó a Paz del público juvenil mexicano, mucho más de lo que se cree, fue el principio del fin de la credibilidad de la visión mítica de la historia de México que Paz había ejercido con deslumbrante elocuencia”, abundó Aguilar Camín.
“Como el profeta desengañado de la Revolución, no aceptó nunca del todo sus supuestos sustitutos, anémicos para su mirada, los sustitutos del desarrollo, la democracia, el liberalismo, quería algo más; no lo consolaba la idea de bajar a la historia simple sin redención, había un viejo topo religioso y revolucionario que seguía viviendo en él”, añadió el autor de Muerte en el golfo.
“Paz necesitaba una promesa o un atisbo, un instante de comunión y paraíso en la Tierra, creo que eso es una constante en su obra, de su admirable aventura intelectual”, puntualizó Aguilar Camín.
Norman Manea señaló que si revisamos algunos de los estudios de Octavio Paz se encontrarán puntos de partida válidos para debatir asuntos cruciales de los tiempos modernos.
“Paz escribió que la revuelta es la violencia del mundo o el surgimiento de una minoría, ambas espontáneas y ciegas. Según él, para que la revuelta deje de ser un impase y tome su lugar en la historia debe transformarse en una revolución”.
En sus novelas de 1980, apuntó Norman Manea, Paz habló de los peligros del modernismo, capitalismo y globalización. “La caída de los imperios y los disturbios sociales a veces coinciden con momentos de esplendor literario y creativo”.
Jean Meyer comentó que al final de la Segunda Guerra Mundial, el joven Octavio Paz quedó marcado porla ausencia de su padre y por lo mismo él era revolucionario.