Pocos viajes aúnan historia y belleza natural con tanta armonía como el Canal del Midi. Construido en el siglo XVII, recorre 240 kilómetros entre Toulouse y la laguna de Thau. El artífice de tal obra, Pierre-Paul Riquet, nacido en Béziers, soñó un día que su tierra, el Languedoc, saldría del aislamiento comercial gracias a una vía fluvial que uniera los dos mares desde Toulouse: hacia el este el canal llevaría a Carcasona y después a Béziers hasta alcanzar el Mediterráneo; hacia el oeste, el río Garona enlazaría Toulouse con el Atlántico.
Toulouse, que ya en la Edad Media tenía fama de ciudad tolerante, próspera y culta, es un inicio de viaje magnífico tanto por su patrimonio como por su intensa vida artística y universitaria. El corazón de la ciudad es la plaza del Capitole, un amplio espacio flanqueado por edificios señoriales y situado a pocos pasos de los principales monumentos: la basílica de Saint Sernin, joya del arte románico europeo; la iglesia de los Jacobinos, cuyas columnas en forma de palmera apabullan por su belleza; y la catedral de Saint Étienne, donde reposa Pierre-Paul Riquet en una sencilla tumba.
En el muelle de la Embouchure empieza el verdadero viaje, bien sea a bordo de una embarcación, en bicicleta por el camino que corre paralelo al canal o bien en coche realizando paradas cada pocos kilómetros. Cuando Toulouse queda atrás, aparece el paisaje del Lauragais, denominado el País del Pastel, una planta utilizada desde el siglo XII para extraer un tinte azul con el que se teñían tejidos y lanas. En el XVI, la fabricación y exportación de este tinte enriqueció las ciudades de Albi, Toulouse y Carcasona de tal manera que la expresión «buen vivir» acabó siendo sinónimo de la zona.