El 28 de diciembre de 1870 se produjo una catastrófica crecida del Tíber a su paso por Roma. Desde sus orígenes, la ciudad sufría repetidas inundaciones de ese tipo, pero ahora el gobierno italiano decidió poner todos los medios para prevenirlas. Se creó con urgencia una comisión formada por los mejores ingenieros hidráulicos de la época y en 1875, con el impulso de Giuseppe Garibaldi, se aprobó el proyecto de Raffaele Canevari, que proponía, además de levantar altos murallones en las márgenes del río, limpiar y ampliar su cauce, hasta alcanzar cien metros de anchura en su recorrido por la ciudad.
A la altura de la villa Farnesina, una bella residencia renacentista en la orilla derecha del río, el cauce no medía más de 40 metros, por lo que se excavaron otros 60 hasta alcanzar la anchura que marcaba el proyecto de Canevari. Fue en el curso de esos trabajos cuando, en marzo de 1879, salieron a la luz los «restos de una nobilísima casa privada de época augustea, adornada con las más exquisitas pinturas murales que jamás antes se habían admirado en Roma», como dijo el arqueólogo Rodolfo Lanciani en su primer informe.
La residencia, en efecto, se remontaba a la época del emperador Augusto (27 a.C.-14 d.C.) y destacaba por la decoración en frescos y estucos, milagrosamente conservada. Hasta aquel momento eran muy escasos los ejemplos de pintura parietal romana aparecidos en la capital del Imperio –sólo se conocían los de la casa de Livia en el Palatino y los del Auditorio de Mecenas en el Esquilino–, por lo que el estudio de la pintura romana antigua se basaba casi exclusivamente en los contemporáneos descubrimientos pompeyanos.
Operación rescate
Los arqueólogos tuvieron que trabajar bajo una gran presión. Los restos arquitectónicos de la casa fueron eliminados por «razones de utilidad pública». Tanta era la urgencia que el ingeniero encargado del seguimiento y documentación de las excavaciones, Domenico Marchetti, se quejaba en junio de 1879 de no poder garantizar la exactitud de sus planimetrías, ya que los antiguos muros se demolían antes de que pudiera tomar medidas o dibujar su posición.
Lo único que se decidió conservar fueron los elementos decorativos: frescos, estucos y mosaicos. Algunos se perdieron –sobre todo mosaicos geométricos en blanco y negro– y otros fueron robados o vendidos a comerciantes de arte que se instalaban junto a las excavaciones para sobornar a los obreros. Pero la mayor parte de las pinturas fueron desprendidas y trasladadas sobre grandes planchas al vecino Jardín Botánico, hasta ser llevadas en 1889 a su destino definitivo en las Termas de Diocleciano, la primera sede del Museo Nacional Romano.
Quedaba así colmada la curiosidad que las pinturas habían suscitado desde el principio. En septiembre de 1879, un admirado periodista de La Stampa escribía: «Es un trabajo muy especial, curiosísimo, hecho con gran habilidad y paciencia. Cada uno de aquellos frescos, apenas es arrancado de las paredes, se coge como si fuera una tela, se iguala, se limpia y se coloca en un marco. Así se forman muchos cuadros hermosos. Yo ya he visto unos cuantos enmarcados y os puedo decir que nunca antes se había presentado ante los ojos una cosa tan hermosa».
Se cree que esta espléndida villa fue construida por Marco Vipsanio Agripa en torno a 21 a.C., cuando contrajo matrimonio con Julia, la hija de Augusto. Se levantaba en el Trastevere, un barrio ocupado principalmente por talleres artesanales y grandes almacenes, como los depósitos de vino que aparecieron en 1880 en las inmediaciones de la villa.
Aunque no era una zona residencial suburbana tan poblada como la cercana pendiente del Janículo o el área vaticana, las fuentes latinas sitúan en ella otras famosas villas, como la de Clodia, amante del poeta Catulo, o la de Casio Longino, uno de los asesinos de César, así como los hermosos jardines del dictador, los horti Caesariani, conectados con el corazón de la Urbe por medio de un puente erigido por el mismo Agripa.
Lujo junto al Tíber
Las acuarelas de Domenico Marchetti y el informe de Rodolfo Lanciani son los únicos testimonios conservados de la arquitectura de la villa. Se trataba de una residencia a orillas del Tíber, con vistas al Campo de Marte y con una arquitectura escenográfica compuesta por dos cuerpos simétricos dispuestos a ambos lados de una gran exedra.
Las pinturas decoraban nueve estancias del ala invernal: tres dormitorios, el triclinio o comedor, el vestíbulo, el ingreso, un pasillo semienterrado (criptopórtico) que comunicaba con las habitaciones de los sirvientes, el jardín y el pasillo interno de la exedra central.
La calidad de las pinturas, la cantidad de detalles y los motivos decorativos dependían de la función de los espacios y del rango social de las personas que tenían acceso a ellos. De ese modo, los ambientes en los que el patrón recibía a su clientela presentaban una decoración más austera, mientras que aquellos en los que acogía a sus invitados contenían las más ricas y elaboradas pinturas. Estos magníficos frescos se conservan hoy día expuestos en el Palacio Massimo alle Terme, en salas que recrean la planta original de la casa.