Hay mil pretextos para ir a Provenza, pero buscar la luz y los colores que fascinaron a genios como Van Gogh, Cézanne y Picasso, es de lo más estimulante. Muchos de los rincones plasmados en sus pinturas se localizan en el triángulo que forman Arles, Aviñón y Aix, una ruta que conviene recorrer en el momento preciso, en las últimas semanas de junio y primeras de julio, cuando se da el máximo de horas de sol y los campos estallan de color con la lavanda en flor.
La primera cita de este viaje por Provenza tiene lugar en Arles, ciudad donde Van Gogh quiso encontrar la salvación de la pintura y donde vivió la época más fructífera de su vida. Pero al llegar todo recuerda que en esta región se instalaron los romanos mucho antes que los impresionistas. Provenza, “Provincia”, fue la primera incorporación del Imperio fuera de Italia, de ahí que en Arles estén algunos de los monumentos mejor conservados. Dos mil años después de su construcción, el circo romano sigue acogiendo corridas de toros a pesar de su forma elíptica.
Al atardecer, rodeando las murallas por la orilla del Ródano, se aprecian los restos romanos con una luz más tenue y misteriosa, la que deslumbró a Van Gogh, Gauguin y Picasso. Hay que entrar en el Café la Nuit del cuadro Una noche estrellada, el famoso paisaje nocturno de Van Gogh donde no aparece el color negro. En estas calles el holandés halló el secreto que transformó su arte, «un sol que inunda todo con una luz de oro fino», y también enloqueció hasta el punto de cortarse la oreja izquierda.