Rojo, amarillo, negro, azul. Caño Cristales exhibe una auténtica paleta de colores a su serpenteante paso por un paraje excepcional, el Parque Nacional Natural Sierra de La Macarena. Este territorio, ubicado en el departamento del Meta, en el centro de Colombia, recobra la calma después de largos años de conflictos armados que lo han mantenido inaccesible al público hasta su reapertura, hace apenas cuatro años.
Todo empezó a mediados del siglo pasado, cuando miles de campesinos se asentaron aquí tras ser expulsados violentamente de su tierra natal y se desató un pulso por la tierra que acabó degenerando en una lucha entre fuerzas gubernamentales, grupos paramilitares y narcotraficantes que se prolongaría durante décadas. Pero el parque ha abierto sus puertas de nuevo, y lo ha hecho con la intención de convertirse en uno de los destinos ecoturísticos más importantes de Colombia.
Y es que esta tierra, por la que discurre Caño Cristales, es única, tanto por su biodiversidad y el alto número de endemismos que alberga como por ser uno de los lugares con más solera geológica del planeta. A caballo entre el piedemonte andino y la selva amazónica, esta serranía situada a 150 kilómetros al sur de Bogotá se originó hace 1.200 millones de años.
Forma parte del escudo guayanés, una inmensa formación rocosa que se extiende por Colombia, Venezuela, Brasil, Guyana, Surinam y Guayana Francesa, calificada como una de las zonas más antiguas de la Tierra. Y una de las más ricas en diversidad de especies, que encuentran en esta extensa región el 25 % de los bosques tropicales y el 15% del agua dulce del planeta.
Aquí, en esta sierra antediluviana, salpicada de mesetas abruptas, con paredes verticales y cimas planas, denominadas tepuis, y multitud de abrigos inexplorados llenos de pinturas rupestres, Caño Cristales es conocido también con otras denominaciones más poéticas, como «el río de los cinco colores» o «el río que escapó del Paraíso».
No importa que durante la mayor parte del año sea una simple corriente de agua que desciende por los recovecos de las rocas y los saltos con mayor o menor fuerza a tenor de las lluvias imperantes. Lo que hace a este caño (denominación local que hace referencia a los ríos de corto recorrido) distinto y singular es que durante unos tres meses al año ofrece una auténtica explosión cromática.