El creador de imágenes reverberantes donde los tiempos se sobreponen y distienden, Gerardo Suter (1957), descubrió la ilusión de la cámara oscura durante las calurosas tardes bonaerenses. Al cerrar los postigos de una habitación y alimentado por libros de viajes celestes, submarinos o al centro de la tierra, de niño veía aparecer, entre rendijas, figuras que caminaban por el techo.
Suter, quien desde hace más de 35 años se ha interesado en materializar la fotografía en latencia y explorar la parte conceptual de la imagen: su inserción en un contexto, sus funciones, su especificidad, recibió la Medalla al Mérito Fotográfico que brinda el Sistema Nacional de Fototecas (Sinafo), del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
Previo a la entrega de este galardón, que tuvo lugar en el 15 Encuentro Nacional de Fototecas que concluye este sábado 25 de octubre, junto con sus colegas Lourdes Grobet y Pablo Ortiz Monasterio, Gerardo Suter conversó sobre las rutas que de manera inconsciente lo condujeron a la fotografía, luego de algunos pinitos como economista que le enseñaron el tedio del oficinista.
Esos caminos que lo llevaron a su vocación fueron la amistad y el viaje. Suter recuerda que fue un poco el “comparsa” (guitarra y percusiones) del grupo de rock Barburia, aquél del éxito La barda, en el que Fabio Morábito componía y Óscar Domínguez hacía los arreglos musicales. Con esa compañía recorrió casi toda la República.
Siendo estudiante de Economía en la UAM Iztapalapa —donde hizo amistad con Juan Villoro— montó su primera exposición fotográfica, y sus imágenes fueron publicadas en la revista Foto Zoom, cuyo editor era Eleazar López Zamora, también director del Sinafo. Inconforme a la distancia con sus primeros trabajos, Gerardo Suter comenta que en algún momento decidió romper con la doble vida que llevaba, entre oficinesca y fotográfica, registrando eventos culturales.
Para 1981, un año después de terminar la carrera, Gerardo Suter ya tenía por colegas a Rubén Pax, Javier Hinojosa, Lourdes Almeida, Pedro Valtierra, Marco Antonio Cruz, Adolfo Tort, Armando Cristeto… “Éramos un grupo de disidentes de la fotografía”.
Había dos equipos de futbol —cuenta—, el oficial y el de los “rechazados”, al que pertenecía. “A nivel un poco más cerrado y sin guía alguna, hacíamos experimentos con la fotografía, en encontrar otras formas de utilizarla. El único lugar donde marginalmente se enseñaba fotografía, gracias a Rubén Pax, era la Escuela de Diseño y Artesanía, en La Ciudadela”.
Desde que fundara el Taller de la Luz, junto con Lourdes Almeida y Javier Hinojosa, la experimentación siempre ha sido una constante en la obra de Gerardo Suter. Nuevos procesos de impresión, soportes para la imagen y tratamientos de la misma, siguen hasta ahora en el desarrollo de cada serie, donde el trasfondo son la suspensión y la conjugación del tiempo, las “conexiones temporales”.
Este interés se hizo manifiesto en sus series La Cámara Circular y el Atlas Arqueológico del Profesor Retus, de los 80; o Códices, Cantos Rituales y Anáhuac, en los 90. A partir de mediados de esa última década, Gerardo Suter reconoce un lapso de búsqueda en torno al uso de la fotografía y lo que ésta tiene que representar, moviéndose del soporte físico al virtual.
Dice estar cada vez más convencido de que lo fotográfico termina cuando la imagen queda en estado latente, lo mismo en un proceso analógico que digital. Una vez “liberada” de ese periodo de incubación, fuera de la matriz fotográfica, la imagen se puede manipular de muchas maneras, ya sea con apoyo de la pintura, la escultura o la instalación —si se trata de vincularla con lo arquitectónico— a fin de aproximarse “al sentir, a lo subjetivo que percibí al momento de capturarla”.
Para el creador, la imagen representa una parte y su puesta en un soporte físico es otro momento de la misma, relacionado “con la forma en que consumimos, circula y nos llega la fotografía como espectadores”. Así arribó a proyectos como Nuevas Arqueologías (2006-2009) y DF penúltima región (2011).
“DF penúltima región vino después de una revisión que hice de las imágenes que desarrollé para Nuevas Arqueologías. Se trató de un trabajo arqueológico de reconocimiento de la ciudad, como un espacio híbrido entre la construcción y la destrucción. Por un lado es una revisión del paisaje y la arquitectura de la Ciudad de México, y por otro, de escenas que retomé, recuperé, reciclé, del terremoto de 1985”.
Ya en esa muestra, creada para los espacios del Antiguo Colegio de San Ildefonso, Gerardo Suter exploraba lo que ha denominado “imagen expandida”, que no es otra cosa que “pensar en estos intersticios donde el espectador puede entrar y completar la imagen o hacer las conexiones necesarias entre imágenes”.
Ahora, en su más reciente proyecto en el que el cielo y sus transformaciones son los protagonistas, apuesta de nuevo por estos contrapuntos que generan reverberaciones en la percepción del espectador, desafiando los horizontes con elementos gráficos.
Sobre la entrega de la Medalla al Mérito Fotográfico que recibió en Pachuca, Hidalgo, considera que es parte de una labor conjunta. “Me da gusto ser parte de esta gran familia que ha trabajado por la fotografía durante muchos años, que ha construido un lugar para la fotografía en el país”.