Pese a la ayuda de su andador, el anciano llega a duras penas a su mesa. Durante la jornada se mesa los cabellos, toma notas o susurra algunas palabras a su abogada, pero la mayor parte del tiempo permanece con gesto serio escuchando las atrocidades que narran los testigos. La quinta sesión del proceso contra Oskar Gröning —el antiguo miembro de las SS que trabajó en el campo de exterminio de Auschwitz entre 1942 y 1944— se centra en los testimonios de dos víctimas del horror nazi. Ambos están de acuerdo: el hombre de 93 años que se sienta enfrente, vestido con un chaleco morado y una camisa clara que refuerzan su imagen de abuelo entrañable, no merece su perdón -según nota de El PAÍS-.
Decenas de personas hacían cola desde las siete de la mañana del pasado 26 de abril para conseguir un sitio en el proceso que se celebra en Luneburgo, una pequeña ciudad del centro de Alemania. Ninguno de ellos —incluso un hombre llegado de EE UU que ya había viajado a Camboya para asistir al juicio contra los Jemeres Rojos— quiere perderse una de las últimas oportunidades de ver en el banquillo a un cómplice de la macabra máquina de asesinar y torturar personas que fue Auschwitz hasta su liberación el 27 de enero de 1945.
Pero este proceso es especial. No solo por celebrarse con 70 años de retraso. Gröning no es como otros exnazis encausados que eligieron guardar silencio. El hombre bautizado por la prensa como el contable de Auschwitz reconoce que trabajó en el campo, pero insiste en que solo llevó a cabo labores administrativas y que jamás pegó un tiro. Y pide perdón por el dolor causado. “No tengo ninguna duda de que soy moralmente responsable de lo que hice. Muestro mi arrepentimiento y humildad ante las víctimas”, declaró al comienzo del juicio, que se alargará hasta el 29 de julio.
El proceso a Gröning se ha podido retomar justo cuando Alemania se prepara para conmemorar el 70 aniversario del fin de la II Guerra Mundial gracias al precedente de John Demjanjuk. La sentencia que en 2011 condenó a cinco años de cárcel a este antiguo vigilante del campo de Sobibór establecía que para ser cómplice de los crímenes nazis no era necesario haber participado directamente en las matanzas. “El exterminio industrial de millones de personas requirió que cada pieza del engranaje cumpliera su función. No es la misma responsabilidad que la de los líderes del Holocausto, pero sí se puede juzgar a todos los que participaron como cómplices”, explica a este periódico el abogado de medio centenar de demandantes, Thomas Walther.
“Sobre la responsabilidad penal, les corresponde a ustedes decidir”, dijo a los jueces Gröning, al que se le acusa de colaborar en la muerte de 300.000 judíos, los que cayeron víctimas de la llamada Operación Hungría en 1944. Las disculpas presentadas tuvieron una respuesta inmediata. Eva Mozes Kor, de 81 años, narró ante el tribunal con entereza cómo ella y su hermana gemela fueron las únicas de su familia que se libraron de la cámara de gas por la única razón de que el médico del campo, Josef Mengele, las consideró de interés para sus experimentos.
Poco después de declarar, Kor se acercó a Gröning para decirle que le perdonaba y que debería convencer a sus “compañeros nazis” para que reconozcan lo que ocurrió en Auschwitz. Los dos ancianos se cogieron de la mano, escena que fue fotografiada por la abogada del antiguo miembro de las SS. La imagen despertó la indignación del resto de demandantes.
“Yo no tengo el derecho de perdonar a Gröning. Tendría que pedir disculpas a mi padre, a mi madre y a mi hermana pequeña, no a mí”, aseguró durante un receso del juicio Eugene Lebovitz, ciudadano estadounidense-israelí nacido en la antigua Checoslovaquia que perdió a toda su familia en Auschwitz. “El discurso de arrepentimiento de Gröning no tiene un efecto jurídico en el proceso. Y las víctimas no disponen de un mandato de sus seres queridos ya desaparecidos para aceptar sus disculpas”, abunda el abogado Walther en Luneburgo, la ciudad en la que justo ahora hace 70 años se suicidó el jefe de las SS, Heinrich Himmler.
Alemania sigue con expectación uno de los últimos juicios que se podrán celebrar contra los cómplices de la Shoah (holocausto en hebreo). Frente a los que se preguntan por el sentido de meter en la cárcel a un anciano al que le queda poco tiempo de vida, el ministro de Justicia, el socialdemócrata Heiko Maas, responde que este proceso contribuye a aliviar el gran fracaso de la justicia alemana, que solo llevó a la justicia a medio centenar de los 6.500 miembros de las SS en Auschwitz que sobrevivieron a la guerra.