Si eres aficionado a Game of Thrones y aguardas con ansia la nueva temporada, puedes aprovechar el tiempo de espera para mejorar tu dothraki, la lengua ficticia de los indígenas del sur del Mar Dothraki -según nota de BBC Mundo-.
Lleno de sonidos guturales que ponen de relieve la dureza de la vida de los Siete Reinos, este idioma es una de las características más distintivas de la serie.
Pero a pesar de que es ficticio (un conlang, una lengua construida, si se usa la jerga adecuada), articularlo para que suene real no parece haber sido una tarea fácil.
Para ello, David J. Peterson -el hombre responsable de construir un léxico de 4.000 palabras- identificó unos patrones en el texto de George R. R. Martin en que se basa la serie de TV, y sobre estos creó primero el sonido de la lengua.
Después surgió el problema de la gramática.
Martin siempre aseguró que había creado las frases en dothraki de la nada, pero Peterson descubrió que eran gramaticalmente consistentes: los sustantivos seguían a los verbos, las preposiciones precedían a los nombres, etcétera.
Y en base a esa lógica desarrolló el corpus del idioma, que, a su vez, refleja las características del pueblo que lo habla.
Así, existen siete palabras para describir la acción de usar la espada contra alguien: desde hlizi?kh, cuando se hace con fuerza, hasta gezrikh, cuando es sólo un amago.
Pero Martin no ha sido el único escritor en crear las bases de un idioma totalmente nuevo.
Dijo Tolkien que su novela era «un intento de crear un mundo en el que haya un lenguaje aceptable para mi estética personal».
J. R. R. Tolkien, el autor de The Lord of Rings (El señor de los anillos), The Hobbit o The Silmarillion, fue más allá y creó varios para sus fantásticos mundos.
Y algunos son tan precisos que se han vuelto objeto de estudio de universidades.
El poeta y filólogo inglés Tolkien daba clases de lenguas clásicas en la Universidad de Oxford, en Reino Unido.
De niño aprendió latín, francés y alemán, además del inglés, y más adelante estudió galés, finlandés, nórdico antiguo e inglés antiguo.
Así que al escribir The Hobbit y The Lord of the Rings, tiró de ese conocimiento para dar nombre a los personajes y los lugares que creó en su cabeza.
Y también para construir las lenguas de la Tierra Media, incluidos elsindarin, la lengua de los sindar; elquenya, la de los noldor; el éntico; y el gnómico, además de otros menos desarrollados.
Estos conlangs no solo fueron cruciales para crear esa atmósfera de autenticidad de la ficción de Tolkien, sino que a ellos se debe la pasión con las que el británico escribió sus novelas.
Así se lo explicó en una carta a su hijo Christopher en 1958:
«Nadie me cree cuando digo que mi novela larga (The Lord of the Rings) es un intento de crear un mundo en el que haya un lenguaje aceptable para mi estética personal y que parezca real. Pero es verdad. Un investigador (entre muchos otros) me preguntó sobre qué trataba The Lord of the Rings y si era una alegoría. Y yo le dije que era el intento de crear una situación en la que el saludo común fuera elen si-‘la lu-‘menn omentielmo (una estrella brilla a la hora de nuestro encuentro)».
Recursos literarios
En «1984» -representada en la foto por una adaptación al cine en los años 50- Orwell utilizó la «neolengua» para marcar el carácter totalitario de Oceanía.
Los lenguajes son comunidades. Encarnan el alma de la cultura que los generó, capturan la historia y los sueños de la gente, y nadie lo sabe mejor que Tolkien.
Por eso, pocos son los que han podido crear idiomas tan bien articulados como él.
Sin embargo, muchos aderezaron su ficción con lenguas inventadas.
Y a veces lo hicieron con la intención de subrayar algo.
Por ejemplo, George Orwell introdujo la neolengua en su novela «1984», escrita entre 1947 y 1948 y publicada el 8 de junio de 1949.
Con ella quiso remarcar cuán totalitario era el estado de Oceanía, una especie de Londres del futuro, una sociedad dividida entre los miembros «externos» del Partido Único, los miembros del Consejo Dirigente o círculo interior del partido, y una masa de gente a la que el Partido mantiene pobre y entretenida para que no puedan ni quieran rebelarse.
Creó una adaptación del inglés transformando y reduciendo el léxico con fines represivos, basándose en el principio de que lo que no forma parte de la lengua, no puede ser pensado.
Nadsat
En esa línea, A Clockwork Orange («La naranja mecánica»), la novela de 1962 del británico Anthony Burgess llevada al cine en 1971 por el director estadounidense Stanley Kubrick, está escrita en inglés y nadsat, la lengua vernácula de sus personajes adolescentes.
Y esta jerga juvenil es crucial para ubicar a Alex y sus colegas en la jerarquía social, así como para hacer su brutalismo algo distante y completamente ajeno a los lectores.
El nadsat ubica a los protagonistas de «La naranja mecánica» en la jerarquía social.
Sin ella, sentirían una repulsion moral tal que no seguirían leyendo.
Asimismo, es un vehículo del que se vale Burgess para transmitir su mensaje político.
El nadsates un híbrido del cockney, el argot de los habitantes de los bajos fondos delEast Endlondinense, y del ruso. Con ello Burgess quiere subrayar las similitudes del Reino Unido del futuro con la Rusia totalitaria (la novela se publicó en 1962).
Riddley Walker y BFG
Riddley Walker, el clásico de culto del estadounidense Russell Hoban, también se sitúa en un futuro poco alentador, 2.000 años después de que una guerra nuclear borrara la civilización tal y como la conocemos, y en el que la humanidad vive una regresión a la Edad de Hierro.
Su narrador epónimo vive en Inland (Inglaterra), en una zona que actualmente pertenece a Kent. Y es precisamente el acento de esa región el que moldea fonéticamente el dialecto en el que está escrita esta novela de ciencia ficción.
Asimismo, el texto no tiene signos de puntuación y está desestructurado.
Y es que el lenguaje es el barómetro de la salud de una sociedad.
Muchos clásicos, como Shakespeare y Dickens, han sido honrados por el klingon.
Pero el desesperanzador futuro no es lo único que inspira a los escritores a la hora de invertar léxicos.
El británico Roald Dahl, por ejemplo, creó el gobblefunk para el protagonista de The BFG (The Big Friendly Giant, el amistoso gigante).
Aunque muy válidos para la ficción, estos idiomas inventados no son fácilmente aplicables a la vida real.
Como dijo el investigador lingüístico Fred Hoyt al diario británico The Guardian en 2013, incluso el élfico es un lenguaje «con el que sería más fácil componer una elegante elegía sobre la muerte que ordenar un sandwich».
Y sin embargo, durante siglos los autores han inventado palabras que luego han pasado a ser parte del léxico del inglés, como hurry (prisa) o bedazzled (deslumbrado), acuñados por William Shakespeare; butterfingers (manazas) o boredom (aburrimiento), por Dickens; o cyberspace (ciberespacio), por William Gibson.
Hasta Yahoo, el nombre del gigante tecnológico, tiene su origen en Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift.
En estos tiempos en los que los dialectos desaparecen y las lenguas caen en desuso, es reconfortante saber que los artífices de la palabra siguen trabajando para extender nuestro vocabulario y, con ello, nuestra experiencia del mundo que nos rodea.
Así que, tomándolo prestado del dothraki, ¡San athchomari yeraan! (Gracias, o literalmente, mucho honor).