La pirámide del siglo XX
Museo del Louvre es decir palabras mayores. Fortaleza levantada en el siglo XIII para proteger la orilla derecha de París y residencia real en el XIV, el Louvre se transformó en un soberbio palacio renacentista durante el reinado de Enrique III.
Cuando en 1989 se conmemoró el bicentenario de la Revolución Francesa y se inauguraron una serie de grandes obras, la más polémica fue la pirámide del Louvre. Muchos de quienes residíamos entonces en París pensamos que se rompería la armonía clásica, que el hierro y el cristal deslucirían el equilibrio del Carrusel y del Patio Cuadrado. Tonterías.
A diferencia de la torre Eiffel, que aún suscita discusiones y un cierto desdén entre los parisinos, parece como si la pirámide hubiera debido estar ahí desde siempre. ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? Su perspectiva ante las fachadas del Patio Cuadrado concilia el cartesianismo con la poesía. Y de noche, con los muros iluminados, corta el aliento.
el Louvre se transformó en un soberbio palacio renacentista durante el reinado de Enrique III
El Louvre es un universo. A no ser que planee residir en París una larga temporada, no intente verlo todo. Son kilómetros de salas y pasillos cargados de maravillas. La Gioconda de Da Vinci estará, inevitablemente, semioculta tras una nube de turistas. Pero con un poco de suerte puede acercarse sin el agobio de la multitud al Código de Hamurabi, o gozar con relativa tranquilidad de la Venus de Milo, o examinar la delicada luz con que Vermeer envolvió a su Encajera. Procure elegir. También la belleza empacha. Y más cuando se ofrece a toneladas.
Para retornar al mundo real, más prosaico incluso tratándose de París, se puede dar un paseo por los jardines de las Tullerías. Muy cerca del Arco de Triunfo que separa el Louvre de los jardines estaba la desaparecida calle Saint Nicaise, en la que el 24 de diciembre de 1800 estalló la llamada «máquina infernal».
Un carro cargado de pólvora y municiones que debía hacer explosión al paso de Napoleón Bonaparte. No causó ningún daño al futuro emperador, pero causó una terrible matanza. El atentado, organizado por monárquicos, se considera el primer acto del terrorismo moderno.
Las Tullerías desembocan en la plaza de la Concorde, donde se alza el famoso Hotel Crillon y el Museo d’Orsay al otro lado del río. Aquí, por donde ahora circulan los automóviles, se instaló la guillotina que acabó con Robespierre. Otra opción después del Louvre consiste en caminar por la avenida de la Ópera y patearse los Grandes Boulevares, la Madeleine o la plaza Vendôme. Pero ésa ya es otra historia.