EL SEÑOR DE TLACOLULA

¡QUE CONSTE,…SON REFLEXIONES!

POR SÓCRATES A. CAMPOS LEMUS.

Domingo 13 octubre, ESA ES UNA FECHA DE TRECE QUE FESTEJA al señor de Tlacolula, Y UNO PASA, admirado, por un lado del “árbol sagrado del señor del Tule”, dos mil años, dicen, nos contemplan en sus hojas y sus semillas, su tronco genera animales y figuras que parecen sacadas de una noche de farra o de suspiros, como que se le quiere tener atado a la tierra, y ese bendito árbol, solamente nos dice que ahí está, es el ejemplo de lo que se puede y de lo que hemos destrozado, cientos de pajarillos cantan y sobrevuelan y entramos a su iglesia con el olor a cera de panal y velas adornadas con flores de papel y olisqueamos las empanadas de amarillo y de quesillo con salsas de todo tipo y los conos de granos de granada como brillantes piedras rojas que nos manchan por dentro con el color de sangre, y así continuamos y vamos llegando a Tlacolula, ahí, no se detiene el tiempo, se proyecta desde atrás para la admiración de los de hoy, se escucha el zapoteco de varias tonalidades, se ve con admiración el trueque entre los iguales que saben que no se manchan ni se cobran de más, sino lo justo en el trato de palabra, como que las palabras cobran vida y son las que despiden a los que se van, con el cariño, y las lágrimas ahogando los suspiros y montando los recuerdos, y al centro, con varias entradas, uno se sorprende al llegar a esa iglesia que no tiene mucha luz, porque todo su interior deslumbra, por la luz de la fe y de la esperanza, y ahí, en medio, colgado en su cruz se encuentra EL SEÑOR DE TLACOLULA que se festeja en domingo 13 de octubre y, en ese día, como que el mercado cobra más vida y no se pierde en los gritos ni los cambios, ni se logran ver todos los colores y las cosas que nos deslumbran tejidas por esas manos mágicas o torneadas con amor y cocidas en los hornos, dando el color rojo brillante, y con sus especial decoración, y los tamales de mole con hoja de plátano, y las clayudas con quesillo y asiento y pedazos de tasajo de hebra, acompañadas de atole o de champurrado o de chocolate o del aromático café, entre el tortear y el calor que emana del corazón de las mujeres o de los braceros que les acompañan, ahí, en ese mercado indígena y de mestizos y turistas, todo es calor y color y admiración y risas y sonrisas que ocultan muchas cosas dentro del corazón, y que, solamente, saben leer los que son de allá mismo, entre el olor del copal amarillo que parece oro o del negro, y no sé cual nos llena mejor el alma y nos lleva en sus giros al fin del mundo, donde todo, es la esperanza, por un día mejor…

Hace años llegué como si nada, silencioso, y me metí a la iglesia y sentí que el Señor de Tlacolula me observaba, volteando, vi muchos espejos en las paredes y no entendí su función hasta que los rayos de Sol iluminan algunas partes y reflejaban, obligando a voltear y ver con atención ese mensaje sagrado, salí pensando en que hay una magia especial en todos los templos donde las raíces indias esconden sus recuerdos y a sus dioses, y llegue a las cuevas de YAGUL, a la entrada, vi algunas pinturas, en ellas, como que daban un saludo al que llegara y le prometían que a lo mejor resolvía el misterio de la encrucijada y volteando frente a un árbol de copal, entre piedras vestidas de musgo amarillento y naranja, revoloteaban los colibrís y les llamé con sus cantos y alegrías y volvían a ver, cómo sorprendidos, cuando prendía un incienso de otro aroma distinto al copal que, ellos, sin duda, conocían desde siglos atrás y algunas mariposas salían de sus flores y revoloteaban como queriendo explicar esa magia, allá, en Yagul, donde al final, también está el Señor de Tlacolula, cuando uno voltea hacia las montañas y ve esos paisajes lejanos y el valle donde como que todo se pinta en azul y es que, antes de llegar a Mitla, el señorío de la muerte, como que es un estancia o un estanco donde todos quieren dejar ese camino para una segunda oportunidad y ahí, entre un Pirú, cerca de un enorme Rana, me encuentro una bella piedra que mando engarzar y la traigo pegada, cerca del corazón, por muchos años, hasta que mis alas se van, para enraizarme en esos lares, entre el copal amarillo o el olor del copal negro, dos olores diferentes del mismo cuerpo, y uno se sorprende ante esas hojitas y bolitas como semillas del copal y rasca uno un poco la ramita y huele a delicia y amor y mar, sí, cuarenta leguas desde la iglesia de Mitla, por las cavernas de ahí, llegan hasta el mar, y por eso, alguna vez, perforando un pozo en Tanibeth, brotaba agua salada con pescaditos de mar y todos se espantaron, pensaron que se llegaría el mar de fondo, de golpe, por ese agujero, como presagio de un fin o de un nuevo principio, y se cerró con la técnica que cerraron aquel inmenso agujero de mar, donde brotaba el petróleo del Ixtoc, porque no había más, y en las figuras de Mitla, uno se queda sin habla y llega a un punto donde abraza las columnas y mide los años que le quedan, no sé cuántos me quedaban por estar en esta tierra, pero al final, pues da lo mismo, porque ahí queda uno en la nada…

Por ahí alguna vez, en una tarde donde los arcoíris dobles me guiaban los pasos, llegaba a Macuilxochitl, como jugando la vida en los dados, oliendo la tierra mojada y pensé mucho, entre un camino de copales, comprar un pedazo de tierra en San Felipe del Agua, y me decidí, y ahí fije mi residencia desde hace muchos pero muchos años, desde que nacía porque todo en el mundo mágico de los indios es idéntico a los demás, magia y color y aromas y sabores y ritos, los pasos, en silencio o ruidosos con cohetones y fandangos y música que sale del pulmón en un grito convertido en bello sonido, nostalgia pura con el Dios Nunca Muere o esos cantos de la costa o de la sierra o de los valles o de cualquier lugar, diferentes pero iguales ,es vital para dar gracias y pedir lo que nos falta en la fiesta del Señor de Tlacolula, cuando pueda llegue con sus pasos firmes y en silencio, muy de mañana, a ver cómo se van tendiendo los puestos y como se prenden los fogones y toma ritmo el día de mercado, los cambios y de las palabras, donde se rompe el silencio, donde los indios permiten a los mestizos que también cuenten sus alegrías y desgracias y que lleguen al mismo Señor de Tlacolula a prender la vela de cera de panal adornada o el pedazo de copal, aumentando la nada y el todo, los humos del amor y de la esperanza, caminando entre los cuartos de Yagul, esperando los cantos del colibrí y buscando entre la tierra algún pedazo de pasado que nos lleve hasta el presente… Buen día, Señor de Tlacolula, buen día, tengan, todos ustedes…