
Sinceramente no me puedo jactar de ser un lector compulsivo, he vivido (para bien o para mal) impregnado del sentimiento de no querer morir habiendo leído o escrito más de lo que de verdad viví, es por eso que no puedo presumir que me chuto cien libros al año, pero tampoco soy el mexicano promedio que sólo lee la concupiscencia de la musa semanal del TV notas.
Sin embargo, entre los pocos autores que he leído apasionadamente, Ernesto Sábato es el que más hondo ha impregnado mi ser. Llegó a mi vida gracias a mi madre, importado desde una librería de Buenos Aires con la finalidad de hacerme llevadera la agonía de los días posteriores a la extracción de mis cuatro muelas del juicio (las cuales fueron más difíciles de sacar que un panista en su burbuja de presidencia). Tal fue la huella que dejó en mi ser el pelado argentino, que tres años después de aquella masacre bucal he leído la mayor parte de su obra, la cual, me sirvió para salir de muchas hecatombes de esperanzas, y he de confesar, que de un tiempo a la fecha había vivido sin recordar las enseñanzas que el gran Sábato dejó en mí.
Por eso la noticia de su fallecimiento me dejó cimbrado. Inmediatamente lo hilé a la lista de personas cercanas a mi formación humana, intelectual y sentimental que han optado (ya sea por muerte o por ir a vivir otras historias) no seguir en la serie de mi vida. Pero Ernesto no fue de esos personajes palpables del programa, puesto que nunca lo conocí, lo más cercano que estuve de él fue visitar la ciudad donde pasó su juventud, La Plata; más bien siempre fue de esos personajes que sin aparecer tajantemente en la trama, son cardinales por el simple hecho de que en ti hay un poco de él.
El punto es que he seleccionado algunas citas de su obra para que juntos agarremos esperanzas (o simplemente vida) de sus palabras.
Ésta me recordó al desesperanzado que todos llevamos dentro, aquél al que le partieron la madre y desde ése día se da baños de piedra y frivolidad, pero la neta, en el fondo, sigue siendo el mismo niño plagado de miedos, de complejos, que solo espera que ésa persona, o quien se quiera apuntar, llegue a darle un abrazo, un beso y le diga que todo va a estar bien:
“Dada la índole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de producirse, sólo nos proporcionarían frustración y amargura; motivo por el cual los pesimistas se reclutan entre los ex esperanzados, puesto que para tener una visión negra del mundo hay que haber creído antes en él y en sus posibilidades. Y todavía resulta más curioso y paradojal que los pesimistas, una vez que resultaron desilusionados, no son constantes y sistemáticamente desesperanzados, sino que, en cierto modo, parecen dispuestos a renovar su esperanza a cada instante, aunque lo disimulen debajo de su negra envoltura de amargados universales, en virtud de una suerte de pudor metafísico; como si el pesimismo, para mantenerse fuerte y siempre vigoroso, necesitase de vez en cuando un nuevo impulso producido por una nueva y brutal desilusión.”
En días pasados he tenido serias dudas sobre si nuestro país podrá ver algún día la luz de la tranquilidad. Y es que uno puede estar consciente de las matanzas, leer muchas cosas de las que no te quisieras enterar; pero el saber que el 80% de los masacrados en la fosa de San Fernando murieron por recibir martillazos en el cráneo, no te puede llevar más que a creer que todo está perdido. Sin embargo, tal vez, después de todo, sigue valiendo la pena ofrecer el corazón, aunque “todo” esté perdido:
“Una convicción más profunda, aunque tácita, lo inclinaba a pensar que el tiempo de los seres humanos no vuelve nunca para atrás, que nada vuelve a ser lo que era antes y que cuando los sentimientos se deterioran o se transforman no hay milagro que los pueda restaurar en su calidad inicial: como una bandera que se va ensuciando y gastando. Pero nuestra esperanza lucha, pues no debe dejar de luchar aunque la lucha esté condenada al fracaso, ya que, precisamente, la esperanza solo surge en medio del infortunio y a causa de él.”
La siguiente, la neta la neta, es proyección pura. ¿Cuántas veces no hemos dicho pendejadas tan reverendas que todavía hoy sigue el eco de nuestra idiotez? Lo trágico es que una vez dicha la letanía ya no hay marcha atrás, el ser lastimado ya no es el mismo, como diría Fernando Delgadillo (súper cliché, ¡y qué!):
“Así es amar querida mía, sin esperanza
por eso el alma solo se entrega una vez
después la vida nos traiciona la confianza
y uno no vuelve a ser aquello que un día fue.”
Así, Sábato escribió:
“¿Somos, acaso, siempre la misma persona? ¿Tenemos, acaso, siempre los mismos sentimientos? Se puede querer a alguien y de pronto desestimarlo y hasta detestarlo. Y si cuando lo desestimamos cometemos el error de decírselo, eso es una verdad, pero una verdad momentánea, que no será más verdad dentro de una hora o al otro día, o en otras circunstancias. Y en cambio el ser a quien se la decimos creerá que ésa es la verdad, la verdad para siempre y desde siempre. Y se hundirá en la desesperación.”
La última es para que no olvidemos que la vida pasa más rápido que una estrella fugaz, que es muy difícil (casi imposible) hacer que lo bello dure, y que, aunque irremediablemente nos hemos equivocado, probablemente nos estemos equivocando ahora, y nos seguiremos equivocando mañana, hay fulanos como Sábato, que a base de equivocarse, nos dicen esto:
“Siempre entendemos demasiado tarde a los seres que más cerca están de nosotros, y cuando empezamos a aprender este difícil oficio de vivir ya tenemos que morirnos, y sobre todo ya han muerto aquellos en quienes más habría importado aplicar nuestra sabiduría.”
Y mejor ahí le paro porque si no empezaré nombrar, llamar, gritar y escribir de cuanta hija de Calderón, ex amigo y futura musa hay por ahí. Además para que dejen de rascarse el yoyo (¡en lunes y en la chamba cochinotes!) y cuando lo crean pertinente, decidan aventurarse en el viaje de memorias, dolor, lágrimas y vida que es leer al magnánimo Ernesto Sábato.
Descanse en paz, Maestro.
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