
Avanza con pasos firmes por el sendero que pocos se animan a recorrer. Julio Gómez es un chico atrevido, soñador y dedicado, al que los retos no asustan. Pieza clave en el título mundial Sub-17 obtenido por la Selección Mexicana; auténtico ídolo en ciernes, responsabilidad que asume gustoso.
El monstruo de 100 mil cabezas rugió con sólo escuchar su nombre. Aquella muestra de valentía en Torreón provocó una sui géneris moda en Santa Úrsula. Las numerosas vendas fueron el mejor homenaje a un guerrero con cara de niño, pero temple a prueba de todo.
Julio no se intimidó con una herida de 10 centímetros en el parietal izquierdo, mucho menos con la multitud aclamándolo. Su presencia en el lienzo verde del Estadio Azteca era lo único que faltaba para que la celebración fuera completa.
Sonriente, con un fulgor especial en sus pequeños ojos, el tamaulipeco afirma que el impresionante apoyo le generó «adrenalina por entrar a la cancha y demostrar que soy un buen jugador».
Recibimiento de figura para un adolescente que puso a México en la final del Mundial con esa mágica chilena, en la que se olvidó del mareo provocado por el severo impacto sufrido minutos antes.
-Para ser ídolo, no sólo se requiere buen futbol, hace falta carisma ¿lo tienes?
-Soy una persona con un carisma enorme y poco a poco me irán conociendo.
Ha quedado comprobado con los innumerables autógrafos otorgados durante la más reciente semana. Su vida sufrió un cambio radical en pocos días: de adolescente que anhelaba hacer historia a consentido de la afición.
Posar para fotografías, conceder entrevistas y ser observado por visores de algunos clubes europeos son situaciones normales en su día a día, aunque no para la mayoría de los chicos de su edad (16 años).
Gómez está consciente del entorno, pero promete «continuar siendo el mismo». «He sido un chavo muy humilde desde que empecé en la carrera del futbol, siempre apoyo a todos, hablo con la gente que me pide entrevistas o fotografías», añade. «No hay que ser agrandado».
La gente que está cerca de él es fundamental para no elevarse, sobre todo, ahora que la fama empieza a seducirlo. Sus padres y tres hermanos siempre le recuerdan que la mejor manera de asimilar el éxito es no cambiar su alegre y sencilla forma de ser.
«Mi familia siempre me ha apoyado y a veces también me jalan las orejas», confiesa, orgulloso.
Chico aún más especial que el resto. Único que ya jugó en el máximo circuito. Acumula 196 minutos con el Pachuca.
«Todo tiene un proceso y ahora a mis compañeros les tocará debutar, pero ese no es el problema», sentencia. «Lo complicado es mantenerse, estar en Primera [División], porque luego vendrán muchas cosas», lanza la advertencia.
Compromiso que los monarcas mundiales adquirieron en cuanto levantaron el trofeo en el Azteca: «Sabemos que se va a esperar mucho de nosotros, pero podemos… Vienen cosas muy buenas». En especial, para él.
Agencia El Universal