Alegoría de la muerte, óleo sobre madera que sirvió como registro funerario en la primera mitad del siglo XIX, es restaurado por especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), quienes en breve lo devolverán al Museo Nacional de las Intervenciones, luego de que la sometieran a una serie de análisis, entre ellos una prospección con georradar para identificar los daños de su estructura.
La restauradora Mitzy Quinto, adscrita a la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural (CNPC) del INAH y responsable del proyecto, destacó que la obra conocida coloquialmente como ‘rueda de la muerte’ es una obra única, porque hasta el momento no se ha encontrado otra similar.
“En el centro de la pieza, donde están los meses del año, hay distintas capas de papel sobre las que se anotaban los nombres de los fallecidos; también presenta leyendas que hacen referencia a los lugares donde perecieron, esto nos habla de su uso como registro mortuorio”, destacó la experta.
Se trata, dijo, de un registro circular decorado; uno de sus valores radica en el uso documental que se le otorgó. Hasta el momento se han identificado —mediante estudios con luz ultravioleta y espectrografía infrarroja— los nombres de tres mujeres y seis hombres, y las fechas de sus fallecimientos, las cuales fluctúan entre 1818 y 1854, es decir, la primera mitad del siglo XIX”, indicó la experta.
Su iconografía, es muy peculiar, “porque presenta las doce horas relacionadas con los doce meses del año y una serie de cráneos intercalados ataviados con distintos atributos, como coronas de reyes, monjas coronadas y otros que no tienen ningún adorno, lo que indica que ricos y pobres vamos a morir. Es un ciclo en donde lo mismo comienza la vida que llega la muerte”.
Los meses del año eran reutilizados, una vez que estaban llenos se cubrían con otro papel o se arrancaban, lo cual se logró saber mediante los análisis microscópicos en los que aparecen los restos de las fibras del papel. Cada vez que se agregaba un nuevo nombre, la tabla era desmontada, probablemente de un retablo mayor, lo que ocasionó que se debilitara, abundó Mitzy Quinto.
La obra, que pertenece a la colección del Museo Nacional de las Intervenciones, está pintada al óleo sobre una madera de pino de 7 milímetros de espesor en la parte más gruesa. Sus dimensiones son de 1.18 metros de base por 74 centímetros de altura. Originalmente estaba compuesta de dos tablones unidos por fragmentos de lino en el anverso y el reverso.
El doctor José Ortega, investigador del Laboratorio de Geofísica del INAH, señaló que el estudio con el georradar ayudó a los restauradores “a conocer la estructura interna de la obra, porque se trata de una madera muy porosa y delgada; el análisis les permitió conocer los espacios vacíos que dejaron los insectos que se albergaron en su interior”.
Añadió que es la primera vez que se usa dicha tecnología en una pintura sobre tabla tan delgada. “El análisis mediante georradar trabaja con ondas electromagnéticas, y éstas tienen una amplitud determinada; se tuvo que aumentar el espesor de la obra para obtener la reflexión que permitió identificar las cavidades dentro de la madera”.
José Ortega mencionó que el uso de este instrumento en obras de arte es “muy limpio porque no es invasivo ni destructivo, y permite darle al restaurador una imagen precisa de la distribución de las oquedades”.
Sobre el estado de conservación de la pieza, Mitzy Quinto explicó que el ataque de los insectos xilófagos ocasionó su debilitamiento, por lo que fue primordial estabilizarla. Asimismo, antes de ser intervenida también fue sometida a estudios de microscopía electrónica de barrido, rayos ultravioleta, análisis químico de la estratigrafía e identificación taxonómica de los materiales orgánicos: madera y fibras.
La investigadora señaló que con el estudio químico se determinó que la capa pictórica es muy delgada y carece de barniz, además su capa de preparación blanca apenas es visible, lo que coincide perfectamente con su periodo histórico, al haber sido creada en una época tanto de cambios técnicos en la factura, como sociales relacionados directamente con la Guerra de Independencia.
La restauradora destacó que por los datos y la iconografía que presenta la tabla se deduce que perteneció a una parroquia donde se brindaban servicios religiosos al público, pero aún no se ha determinado a qué iglesia, debido a que la pieza hace referencia a dos templos: el de Nuestra Señora Santa Teresa la Nueva y de la Santa Veracruz, ambas en el Centro Histórico de la Ciudad de México, por lo que se presume que los fallecidos consignados en la obra pictórica pertenecieron a esa comunidad religiosa.
Mitzy Quinto detalló que se decidió conservar los fragmentos de madera de la tabla por separado, debido a que las deformaciones que tienen imposibilitan su unión en un solo plano. Asimismo, se realizó la reintegración cromática, con el propósito de conservar las huellas visibles del paso del tiempo.
La tabla está en la etapa final de su intervención, lo que significa que próximamente estará lista para su regreso al Museo Nacional de las Intervenciones. “En esta fase, se realizará una vitrina que estará diseñada para preservarla dentro de un ambiente controlado”, finalizó la restauradora.