Tendido a lo largo del mar de China Meridional, Vietnam es uno de los lugares más fascinantes del Sudeste Asiático por su paisaje de montes tapizados de arrozales y playas de nácar, pero también por el legado que mercaderes, nómadas y emperadores han dejado a lo largo de los siglos.
El recorrido entre Hanoi, la capital vietnamita, y Danang descubre este patrimonio excepcional así como una historia apasionante de antiguos reinos que compitieron entre sí por el control de Indochina y que tiene en las ruinas cham de MySon (Vietnam) y en los templos jemeres de Angkor (Camboya) sus máximos emblemas.
Fundada el año 1010 a orillas del río Rojo, Hanoi es una ciudad de unos cuatro millones de habitantes y otras tantas motocicletas. Los ciclomotores contribuyen al bullicio de una ciudad cuyo centro se localiza en el lago Hoan Kiem, donde puede visitarse el templo de Jade (Ngoc Son), al que se accede cruzando el puente del Sol Naciente (The Huc), ambos de clara influencia china.
Al norte del lago se halla la zona más antigua de Hanoi: «el Barrio de las 36 calles», en referencia al número de gremios que ordenan su trazado (grabadores de piedras, sastres, floristas…). En este gran bazar al aire libre, de urbanismo laberíntico pero perfectamente ordenado, se venden marionetas de agua, trajes de seda a medida y también deliciosos nems, esos rollos crujientes rellenos de gamba, cerdo y jengibre envueltos en hojas de lechuga y menta.
Al sur se abren las grandes avenidas del barrio Francés, con elegantes residencias surgidas entre los años 1930 y 1940. Antes de abandonar la ciudad es imprescindible visitar el Templo de la Literatura, que fue la primera universidad del país y posee una colección de estelas en forma de grandes tortugas con nombres de mandarines de los siglos XV al XVIII.
La bahía de Halong, a 164 kilómetros de Hanoi, nos sumerge en una fascinante leyenda: sus casi 3.000 islotes son en realidad fragmentos de jade que una corte de dragones lanzó sobre las plácidas aguas para proteger la zona de las invasiones chinas. Lo cierto es que Halong deslumbra, por mucho que uno la haya visto antes en revistas de viajes y películas como Indochina (Wargnier, 1991).
Navegar entre sus pináculos calcáreos a bordo de un sampan (velero de juncos) o en kayak permite acercarse a cuevas que fueron guarida de piratas y que hoy cobijan santuarios, o visitar poblaciones flotantes con jardines y mercados instalados sobre palafitos. Pasar una noche en la bahía de Halong es una experiencia mágica, viendo el resplandor de la luna llena sobre las aguas calmas.