A tres meses de la muerte de Beatriz Tita Braniff Cornejo, investigadora emérita del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), amigos, colegas, autoridades y familiares se reunieron en el Auditorio Fray Bernardino de Sahagún del Museo Nacional de Antropología, para hablar de su legado y rendirle un homenaje póstumo.
Deborah Ontiveros, hija de la llamada mujer del desierto, habló de las facetas poco conocidas de la investigadora, como madre y mujer amorosa. “Beatriz fue una mujer inquieta y rebelde que decidió dejar un mundo de comodidades para caminar el desierto y entender la vida de otras personas, como los recolectores y cazadores del norte de México antes de la llegada de los españoles”.
Resaltó que su progenitora fue honesta y comprometida, odiaba la mediocridad y la falta de integridad. “Mujer violenta que nos hizo temblar a más de uno en varias ocasiones, capaz de llorar con un concierto de Debussy o convertirse en pantera a la menor provocación. Además fue amante del ron y de las buenas conversaciones, de risa fácil y con un sentido del humor extraordinario”.
Recordó que la investigadora se casó varias veces y aunque siempre fue la oveja negra de su familia, “sus matrimonios fueron más o menos tolerados, hasta que conoció al amor de su vida, un joven pobre y moreno que desató la furia y el abandono familiar, pero lejos de sentirse amedrentada renació en ella con más fuerza ese amor”.
“El amor era una de sus características fundamentales, increíblemente tierna y amorosa, apasionada de la vida como pocos en este mundo. Nada podía darme miedo o faltarme estando a su lado. Jamás olvidaré los paseos en bicicleta bajo un chaparrón en la ciudad de Hermosillo, o nadar en mar abierto. Ahora que soy madre me doy cuenta de lo maravillosamente irresponsable que solía ser, qué maravilla, espero ser así por lo menos alguna vez con mi hija Sofía”.
Con un nudo en la garganta, Deborah Ontiveros comentó que toda su vida doña Beatriz hizo lo que le dio la gana y cuando ya no pudo dijo adiós.
Por su parte, el coordinador nacional de Arqueología del INAH, Pedro Francisco Sánchez Nava, señaló que la arqueología mexicana no se puede explicar cabalmente sin el legado de Beatriz Braniff.
En el homenaje también participó la arqueóloga Ana María Álvarez, quien junto con Elisa Vllalpando fue pupila de la especialista, a quien recordó como la mujer que le enseñó que la arqueología es un modo de vida de tiempo completo. “Le aprendí que los esquemas están hechos para romperse, para reinventarse y volverse a romper”.
Indicó que aquella época fue de privilegios, de amistad con la maestra Braniff y con su familia, “de desandar las rutas de los pioneros con asombro y afán de descubrimiento, de confrontar mi pequeño bagaje de experiencia y conocimiento con los retos cotidianos de un mundo nuevo, agreste y sin nada de reverencias”.
Durante la ceremonia también se habló de cómo Tita Braniff abrió brecha para el estudio de la arqueología del norte del país, y logró identificar 900 sitios arqueológicos en Sonora. Asimismo, contribuyó en la creación del Museo de Paquimé.
Finalmente, José Luis Ramírez, encargado de su archivo personal, indicó que recibió de la doctora 340 archivos, los cuales ya están totalmente clasificados en 38 tomos y disponibles para todos los investigadores del país.