Desde la mole fortificada de La Rocca (siglo XIV) se obtiene una postal precisa de lo que Bérgamo es. Al norte aparecen los afilados Alpes Oróbicos; a los pies del bastión, la belleza apiñada de la histórica Ciudad Alta; y al sur, en lo que parece un llano infinito, la Ciudad Baja.
Son los rasgos que definen a esta coqueta ciudad lombarda, capital de la provincia de Bérgamo: las montañas mandando su aliento fresco todo el año, incitando a escalarlas; los barrios medievales clavados sobre la colina y los distritos nuevos sirviéndoles de peana.
No extraña, pues, que Bérgamo tenga hasta dos funiculares para salvar sus empinadas cuestas. El más usado enlaza la Piazzetta San Giacomo con la Piazza Mercato delle Scarpe. En pocos segundos, el cajón tirado por un cable de acero deja al visitante en el interior de las Murallas Vénetas.
A partir de ahí, hay que dejarse llevar por la intuición para vagar por vías adoquinadas y empinadas que declaran el carácter medieval de la Ciudad Alta. Las hiedras se enseñorean de las paredes, compitiendo con la piedra venerable que recubre casas gremiales y palacetes, mientras la casi ausencia de vehículos convierte el paseo en una actividad relajante.
La Piazza Vecchia es el epicentro de la Ciudad Alta y tal vez su único espacio llano. Los palacios más bellos se citan en esta plaza, presidida por una fuente de 1780, escoltada por leones y una esfinge de piedra que sostienen una cadena con sus bocas.