¿Crisis? ¿Qué crisis? Después de anunciar el viernes que retiraría a sus parlamentarios, de hacer dimitir el sábado a sus cinco ministros, de provocar el domingo una rebelión jamás vista en su partido y de precipitar el lunes a Italia en una crisis de Gobierno de la que tomaron buena nota las bolsas y la prima de riesgo, Silvio Berlusconi acudió al Senado y, tras comprobar que no podía ganar, decidió no perder -según nota de El PAÍS-.
Tomó el micrófono y dijo tranquilamente: “Hemos decidido, no sin trabajo interno, otorgar un voto de confianza al Gobierno”. Finalmente, la moción de confianza fue aprobada por la Cámara alta por 235 votos a favor y 70 en contra, sin abstenciones.
La cara de póker que se le quedó a Pietro Grasso, el presidente del Senado, expresaba bien la sorpresa de todos, el estupor, tal vez la admiración por la habilidad política que volvió a exhibir el viejo tahúr, capaz de dejar a todos sus enterradores —sobre todo a los de su propio partido— con tres palmos de narices.
Durante toda la mañana se había dado por seguro que un buen número de los senadores del PDL traicionarían la orden de su jefe y votarían a favor de la continuidad del Gobierno del socialdemócrata Letta.
Se hablaba de 23, incluso de 40… Los más fieles y radicales al político y magnate –los llamados halcones– ya habían iniciado la caza de los más moderados –las palomas–, mientras que Enrico Letta intentaba desde la tribuna arañar entre las filas enemigas los votos necesarios para seguir adelante con su proyecto de reformas.
Las palabras del primer ministro sonaban contundentes, pero la partida se jugaba en las salas anexas, donde Il Cavaliere, con aspecto de no haber dormido en varias décadas, intentaba hacerse una idea de sus verdaderas fuerzas.
Lo más curioso es que cuando, a las 13.30, tomó el micrófono, el palacio Madama registró un silencio absoluto, construido de la máxima expectación.
Si Letta había necesitado casi una hora para advertir de que Italia corre un “riesgo mortal” si se abona a la inestabilidad, Il Cavaliere solo ocupó dos minutos escasos. Dijo: “Hemos escuchado con atención las declaraciones del primer ministro y escuchado sus compromisos. Poniendo juntas todas estas expectativas y el hecho de que Italia necesita de un Gobierno y de reformas, hemos decidido, no sin trabajo interno, otorgar un voto de confianza al Gobierno”.
Se trataba de una derrota, pero envuelta en el vistoso papel de la habilidad política. Todo lo que se había dicho antes y todo lo que se dijo después cobró de pronto importancia relativa.
La Bolsa voló y las expectativas de asistir en directo a un entierro político tuvieron que aplazarse. En la Cámara de Diputados, Letta dejaba claro lo que espera de Il Cavaliere: «Italia necesita que se acaben los chantajes, tipo ‘o haces esto o cae el Gobierno’, porque se ha demostrado que el Gobierno no cae».