Dicen que no duerme desde hace días, que altera los momentos de depresión profunda con otros de una euforia desproporcionada que lo lleva a exclamar: «¡Juro que regresaré al palacio Chigi! [la sede del Gobierno]». El siempre teatral Silvio Berlusconi está perdiendo el oremus -según nota de El PAÍS-.
Y, pensándolo bien, no es de extrañar. Hoy, miércoles 27 de noviembre de 2013, ha pasado a la historia de Italia como el día en que el Senado de la República expulsó, después de dos décadas de presencia ininterrumpida en el Parlamento, a aquel político y magnate conocido por Il Cavaliere, un título honorífico que –las desgracias nunca llegan solas– también puede perder. Pero, sobre todo, más que el escaño o el sobrenombre, lo que Berlusconi teme de veras perder es la inmunidad. Ese blindaje tan eficaz contra los procesos de todo tipo que han salpicado y siguen salpicando su carrera política y que a punto están de convertirse en su tumba.
En realidad, los 321 senadores de la República reunidos en el palacio Madama no han votado la expulsión de Il Cavaliere. El orden del día simplemente preveía que el Senado se diera por enterado de la decisión de la comisión parlamentaria que declaraba vacante el escaño de Berlusconi en la región de Molise. Las nueve votaciones, rechazadas una tras otra, planteaban reemplazar el orden del día, y salvar a Il Cavaliere. La votación, prevista para las cinco de la tarde (inicialmente a las siete) se ha retrasado por una cuestión técnica: los berlusconianos exigían que el voto fuera secreto, mientras que la mayoría pedía que fuera abierto. Finalmente, a las 17.41, se ha levantado la sesión: Silvio Berlusconi ya no era senador.
A Il Cavaliere solo le queda la calle. Y a ella ha apelado durante el día de hoy. Decenas de autobuses cargados de fieles –«el ejército de Silvio»– han llegado a Roma. Al mismo tiempo que el Senado debatía su expulsión, Berlusconi se daba un baño de masas junto a su «ejército» al exterior del edificio, insistiendo en el mensaje de siempre: «En ningún país civil y democrático, en la historia, ningún político ha sufrido una persecución de este tipo».
Berlusconi ha vuelto a acusar a los jueces que le han condenado de estar nombrados a dedo para perjudicarle. «Este es un día de luto para la democracia», ha afirmado, «pero debemos seguir en el campo. No es el líder del centroderecha el que ya no es senador. Son los líderes del Gobierno los que no son parlamentarios. Ni [Beppe] Grillo ni [Matteo] Renzi [el alcalde de Florencia, favorito en las primarias del Partido Democrático]». E insistió: se presentará a las elecciones al frente de su partido, Forza Italia. «Nunca en mi vida olvidaré este día», dijo Il Cavaliere al despedirse de sus fieles. «Viva Italia, viva Forza Italia, viva la libertad».
La expulsión de Il Cavaliere se ha hecho en virtud de la llamada ley Severino, un paquete de medidas contra la corrupción en la política aprobado durante el Gobierno técnico de Mario Monti. Según la ley, resultan inelegibles o, como en este caso, indignos de mantener el escaño todos los políticos condenados a más de dos años de prisión en sentencia firme. Y Berlusconi entra en este supuesto porque, el pasado mes de agosto, el Tribunal Supremo lo condenó a cuatro años de prisión (de los que solo tendrá que descontar uno gracias a una amnistía) por fraude fiscal en el llamado caso Mediaset.
La ley Severino «es perfectamente aplicable al senador Berlusconi», ha afirmado el ponente de la comisión que pidió la expulsión de Il Cavaliere, el ecologista Dario Stefano. Con la votación prácticamente perdida —bastan los votos de la izquierda y del Movimiento 5 Estrellas, de Beppe Grillo, para echar a Berlusconi— los fieles al veterano líder han decidido que la mejor defensa es el ataque.
«Su único objetivo es eliminar a Silvio Berlusconi», ha dicho la senadora Manuela Ripetti, vestida de negro —»de luto por la democracia»— como el resto de parlamentarias de Forza Italia. «Ustedes no le perdonan el que les haya impedido gobernar durante estos últimos 20 años, que les haya impedido meterle mano al país», ha afirmado.
La sesión se ha calentado cuando la senadora del Movimiento 5 Estrellas Paola Taverna ha afirmado que «la decadencia [la expulsión] de su mandato es lo único que le importa a Berlusconi. La decadencia del país no le importa nada». Los senadores berlusconianos respondieron a voces. «Este es el espectáculo que dan al país en directo por televisión», ha afirmado el presidente del Senado, Pietro Grasso.
Para más inri, este día D y esta hora H tanto tiempo temidos por Berlusconi –y tanto tiempo soñados por la oposición– le llega en un momento de debilidad extrema. No tanto porque tenga 77 años o porque su médico personal haya tenido que subir al estrado recientemente para evitarle un desmayo, sino porque el centroderecha que tanto empeño –y tanto dinero– le ha costado mantener unido se ha resquebrajado finalmente.
La traición de su delfín Angelino Alfano, que ha fundado el Nuevo Centroderecha llevándose consigo a un buen número de diputados y senadores, ha terminado por darle la puntilla, aunque los alfanistas votaron en contra de la expulsión de Berlusconi. Il Cavaliere ya no tiene siquiera la capacidad de la amenaza, sobre la que –a falta de los votos suficientes para gobernar– ha basado su estrategia en los últimos tiempos.
Su anuncio oficial de que ya no colaborará con el Gobierno de coalición –¿cuándo lo hizo?– ya no implica ningún peligro para el socialdemócrata Enrico Letta. Berlusconi no podrá hacer caer al actual Ejecutivo como sí hizo caer al Gobierno de Mario Monti. Por no tener –él que tanto tuvo– no tiene ni la influencia para que el presidente de la República, Giorgio Napolitano, le conceda la gracia del indulto sin siquiera pedirla.