Capital de Bélgica, de Flandes, de la Comunidad Europea y de otras instituciones internacionales, Bruselas es una ciudad mestiza, pero de ambiente tranquilo, con una historia fascinante y un patrimonio abrumador que en realidad aún está por descubrir.
Lo más recomendable es comenzar la visita admirando la Grand Place, su centro neurálgico y una de las plazas más hermosas de Europa que, por fin, se encuentra libre de andamios.
Grand Place.
Declarada Patrimonio de la Humanidad, cada uno de sus edificios cuenta un pedazo de la historia de la ciudad desde el siglo XI. Aglutina el Ayuntamiento (siglo XV), bellos palacios gremiales, cafés y cervecerías.
Por ella han pasado muchos personajes, aunque quizá ninguno ha dejado tanta huella como el escritor francés Victor Hugo (1802-1885), quien vivió en dos de sus casas.
Ruta de Victor Hugo.
En la Grand Place se inicia un itinerario dedicado al autor de Los Miserables que recorre la ciudad donde le publicaron, en 1862, su novela más trascendente.
Siguiendo su huella se puede pasear por la Rue des Bouchers, una calle ahora convertida en escaparate gastronómico, y llegar a la cercana calle Fossé aux Loups para entrar en el antiguo Hôtel de la Poste, hoy transformado en el restaurante Belga Queen, donde Victor Hugo se alojó y solía almorzar.
Galleries St. Hubert.
Victor Hugo diría, sin embargo, que para encontrar los mejores restaurantes hay que acudir a este pasaje, que en su época era la galería comercial cubierta más grande del mundo. Allí aún está su café favorito, hoy la Taverne du Passage; también Tropismes, su librería de referencia; y el teatro Royal des Galleries, donde se estrenaron algunas de sus obras y que, años más tarde, sería redecorado por el pintor René Magritte (1898-1967)
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Catedral.
Cerca se alza el principal templo de Bruselas (siglos XIII-XVI). Dedicado a san Miguel y santa Gudula, destaca por sus vidrieras renacentistas y el púlpito barroco. Victor Hugo, ateo confeso, la visitaba porque le recordaba a Notre-Dame de París.
Ruta del Cómic.
Una singularidad de Bruselas es su relación con el cómic. En muchos rincones de la ciudad sorprenden al paseante viñetas de famosos ilustradores. Hay casi un centenar de dibujos murales repartidos por todos los barrios.
El itinerario que los enlaza incluye el Centre Belge de la Bande Dessinnée, situado entre la Grand Place y la Catedral, y cuyo protagonista es Tintin, sin olvidar a Astérix y Lucky Luke, entre otros personajes. El edificio que aloja el museo también tiene interés por ser un diseño del belga Victor Horta (1861-1947), figura clave del modernismo.
Bruselas modernista.
De la mano de éste y otros artistas se puede descubrir Bruselas como una de las grandes capitales del art nouveau. Hay edificios notables que solo pueden verse desde fuera, como la Maison Stoclet, de Josef Hoffman y Patrimonio de la Humanidad, pero sí se puede entrar en la casa-taller de Horta (Rue Americaine, 25), también Patrimonio de la Unesco.
Asimismo destacan los edificios en torno a la avenida Louise, conocida por sus tiendas de lujo, y los de la calle Defacqz, casi un museo art nouveau al aire libre, con casas de otros arquitectos belgas como Adrien Blomme (en el número 14) y Paul Hankar (48 y 71).
Museos Reales.
A pocos minutos a pie de esta carismática calle se halla el señorial Palacio Real, rodeado de jardines y con el conjunto de los Museos Reales. El principal, el de Bellas Artes, abarca el arte flamenco desde el siglo XV al XXI e incluye obras de Brueghel, Van Dyck, Jordaens y Rubens.
En el Museo de Arte Moderno el cuadro más famoso es Muerte de Marat, de Jacques Louis David (1748-1825). Fue el pintor de Napoleón y pasó el final de sus días en Bruselas, en el hotel The Dominican, a espaldas del Theatre Royal de la Monnaie, una de las mayores óperas de Europa.
Otro de los museos integrados en el barrio Mont des Arts es el dedicado al surrealista René Magritte, cuya casa en los alrededores se puede visitar. Muy pronto también abrirá sus puertas un museo sobre la Fin du Siècle en Bélgica, ese periodo artístico crucial que abarca el final del siglo XIX y el inicio del XX.
Les Marolles.
Desde los museos se puede regresar a la Grand Place, callejeando por el que quizás sea el barrio más popular de Bruselas. En él se han instalado muchos anticuarios que organizan rastros en sus calles y plazas. En Les Marolles no sería difícil trazar otra interesante ruta por históricos cafés.
Allí se hallan La Fleur en Papier Doré (calle des Alexiens, 55), donde solían reunirse los artistas del surrealismo, y el ineludible À la Mort Subite (Montagne-aux-Herbes Potagères, 7), famoso por su carta de cervezas bruselenses y sus tartines (rebanadas de pan con embutido o queso blanco), y vinculado a dibujantes y cantantes como Jacques Brel, el autor de la canción Ne me quitte pas, que tiene museo propio.
Iconos callejeros.
Esta cervecería no queda lejos de la popular y turística estatua del Manneken Pis (L’Etuve, 46), aunque en realidad los habitantes de Bruselas se identifican más con el Zinneke, un perro también meón que plasma mejor el carácter mestizo de la ciudad. Se localiza a tiro de piedra de la Grand Place, en el número 31 de la Rue Chartreux.
Ville Ancienne.
La calle Chartreux se sitúa en el barrio más antiguo de Bruselas, donde se erigía el fuerte que dio origen a la ciudad en el siglo X. En los últimos años la Ville Ancienne se ha convertido en el centro de la vida nocturna, la moda y la gastronomía de vanguardia.
A uno y otro lado de la calle Antoine Dansaert, donde han abierto tienda los grandes modistos y diseñadores belgas, hay placitas y rincones que bullen de vida a todas horas.
Destacan la de St-Géry, donde se ha rehabilitado un mercado cubierto para convertirlo en centro cultural y café; la plaza du Nouveau Marché aux Grains o Nieuwe Graanmarket –el flamenco es la otra lengua oficial–; y, muy en especial, la plaza de Sainte Catherine, que recuerda con sus restaurantes de pescado que aquí se situaba el puerto de Bruselas.
Atomium.
A pocas estaciones de metro del centro, el parque Laeken alberga otro icono de la ciudad: el Atomium, que fue erigido en 1958 para la Exposición Universal y allí se quedó. Pasear al atardecer junto a su estructura de hierro y verla reflejada en el lago entre arboledas puede ser un excelente final para esta visita a la capital belga.