Una cápsula que contiene huellas de nuestro tiempo, es el recuerdo que los capitalinos del futuro encontrarán al interior del pedestal de la Escultura Ecuestre de Carlos IV; esa caja del tiempo es también testimonio de una intervención profesional sin precedentes, que ha logrado garantizar que este monumento, con más de 200 años de vida a cuestas, permanezca como emblema y testigo mudo de la historia de la Ciudad de México.
En la develación de esta obra que se vuelve a erguir majestuosa y digna en la plaza que lleva el nombre de su creador: Manuel Tolsá, la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda, expresó que “ver cabalgando nuevamente a nuestro Caballito nos llena de orgullo a todos los mexicanos”. Y destacó que este logro se debe a la coordinación establecida entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Gobierno de la Ciudad de México a través del Fideicomiso Centro Histórico de la CDMX.
En compañía del jefe de Gobierno capitalino, Miguel Ángel Mancera, la titular de la Secretaría de Cultura destacó que el INAH fue la institución a cargo de la recuperación de este patrimonio histórico que debido a una inadecuada intervención efectuada en 2013, perdió 45% de su superficie pictórica original y de la pátina que el tiempo y las acciones previas de mantenimiento le habían conferido.
Para ello, explicó, el INAH dividió su trabajo en dos etapas, la primera de las cuales estuvo encaminada al desarrollo de la investigación histórica, los estudios de diagnóstico integral y la generación del proyecto ejecutivo de conservación-restauración. En la segunda se ejecutaron las tareas “en un ejemplo de labor interdisciplinaria”.
García Cepeda narró el significativo hallazgo de un recubrimiento de pintura verde-marrón de técnica al óleo, con la que el escultor valenciano decidió acabar su creación, coincidiendo así con una cita del explorador Alexander von Humboldt —uno de los presentes en su inauguración en la Plaza Mayor, el 9 de diciembre de 1803—, quien además de compararla con la escultura ecuestre de Marco Aurelio en Roma, señalaba que Tolsá “tuvo el buen gusto de no dorarla” y haberla concluido con un barniz “olivo parduzco”.
La dedicación y profesionalismo de los especialistas del INAH al asumir la conservación y restauración de la Estatua Ecuestre de Carlos IV es lo que permite apreciarla en todo su esplendor como emblema y orgullo de la Ciudad de México, que nos ha visto desde el amanecer del siglo XIX: “El Caballito nos recibe con renovado aliento en la Plaza Tolsá del Centro Histórico. Su imagen es ahora memoria colectiva para permanecer en el tiempo, testigo y protagonista de nuestra historia”, reflexionó María Cristina García Cepeda.
Por su parte, Miguel Ángel Mancera habló del compromiso que el Gobierno de la Ciudad de México asume con su patrimonio histórico, el cual se expresa también en los monumentos distribuidos en sus calles, avenidas y plazas.
En el caso de los trabajos en El Caballito, precisó que se contó con el apoyo logístico y financiero (con una inversión de 7.5 millones de pesos) del Fideicomiso Centro Histórico. Asimismo, considerando que la Plaza Tolsá volverá a ser un punto de reunión importante para la ciudadanía, ésta contará con una nueva iluminación que de forma preliminar se estrenará la noche de este 28 de junio, y que se irá adecuando con el tiempo para apreciar mejor cada uno de los monumentos y edificios que la enmarcan.
“Con el INAH hemos venido realizando un trabajo muy importante bajo la conducción de la Secretaría de Cultura, para presentar nuevas cosas para la Ciudad de México y hoy nos corresponde esta restauración que precisa datos importantes y que nos deja clara la necesidad de trabajar de la mano con profesionales, en cada una de nuestras intervenciones y acciones”.
Al respecto, el director general del INAH, el antropólogo Diego Prieto Hernández, expresó que hay más de una lección que se desprende de los hechos que acontecieron en estos últimos años con la escultura. La primera, que el patrimonio cultural requiere ser atendido, evaluado e intervenido por profesionales especialistas capaces de generar proyectos con el debido conocimiento y aval científico: “Si hay que intervenir patrimonio arqueológico o histórico, la incorporación del INAH es fundamental, porque es una institución prestigiada”, apuntó.
La segunda lección es que estas iniciativas deben prever la difusión de sus avances, toda vez que los monumentos son parte de nuestra cultura e identidad; y tercera, que la preservación de los bienes culturales requiere de la participación de varios actores, entre ellos, los especialistas, las instituciones y los grupos de la sociedad civil, que ejercen su propia vigilancia y escrutinio sobre el cuidado del patrimonio.
Con el concurso de especialistas de las coordinaciones nacionales de Conservación del Patrimonio Cultural (CNCPC) y de Monumentos Históricos (CNMH), así como de la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía (ENCRYM), y otros más adscritos a las instituciones académicas más reconocidas del país y del extranjero —en total participaron cerca de 160 profesionales—, culminó la restauración de la obra.
Entendiendo al monumento de forma integral, la Escultura Ecuestre de Carlos IV ha sido restaurada a partir de la atención puntual de la pieza metálica, el núcleo del basamento y el recubrimiento pétreo del pedestal. La coordinación en campo de cada uno de estos elementos estuvo a cargo —respectivamente— de las maestras Jannen Contreras Vargas y Mariana López, y del restaurador Juan Manuel Rocha.
Durante la explicación científico-técnica de los trabajos a los medios de comunicación, efectuada en el Museo Nacional de Arte, la restauradora Liliana Giorguli Chávez y el arquitecto Arturo Balandrano Campos, titulares de la CNCPC y de la CNMH, respectivamente, no dudaron en calificar este proyecto como ejemplar y paradigmático, que crea un precedente a nivel nacional e internacional sobre cómo intervenir una obra de esta calidad, valor y tamaño, usando las técnicas más avanzadas y estableciendo un diálogo entre disciplinas. Se trató de una iniciativa “que supo convertir un hecho desafortunado, en una oportunidad”, expresaron.
Giorguli detalló que desde julio de 2016 se desarrolló el diagnóstico y los estudios técnicos y científicos, y a partir de octubre de ese año, se emprendieron las acciones directas sobre la pieza, las cuales iniciaron con la estabilización del metal y la limpieza de la escultura. Esta última requirió cinco meses dada la dificultad de remover la suciedad y recubrimientos (capas de cera, chapopote y resinas) aplicados principalmente en el siglo XX, sobre una superficie que desplegada alcanza los 46.5 m². Esos recubrimientos fueron retirados mediante limpieza mecánica, combinada con la aplicación de un gel diseñado para ese fin.
El criterio para la recuperación de la unidad visual de la obra fue reponer una capa de superficie que rescatara la intención tonal con que Tolsá decidió acabar su creación, y que a su vez tenía distintos matices en zonas cóncavas y convexas, a fin de acentuar las volumetrías.
La capa pictórica original —que aún se extiende en aproximadamente 30% de la superficie escultórica— fue protegida mediante resinas que son reversibles (con lo que se respeta uno de los criterios de la conservación), y luego se procedió a la aplicación de recubrimientos de poliuretano acrílico, que recupera el color y protege a la escultura de los agentes del intemperismo.
Como explicó la coordinadora nacional de Conservación del Patrimonio Cultural del INAH, Liliana Giorguli, el viandante que recorra la Plaza Tolsá se encontrará con una escultura que da testimonio de ese tono “olivo-parduzco” que logró perdurar 214 años —también con tenues matices que destacan los volúmenes—, pero que tampoco resultará disonante a quienes por muchos años la vieron con un tono mucho más oscuro.
En lo que respecta al recubrimiento pétreo del pedestal, cabe citar que a la suciedad acumulada, manchas de humedad y grafitis de aerosol que estaban sobre él, en septiembre de 2013 se sumaron los escurrimientos del cobre y del fierro disueltos al derramarse el ácido nítrico sobre la escultura y los andamios. Estos factores ocasionaron una alteración visual en las cuatro caras del basamento.
Con miras a generar una regularidad visual y estabilidad material de la superficie pétrea, se hizo la limpieza de los diferentes elementos, se removieron y sustituyeron algunos bloques de piedra que presentaban disgregación y pulverulencia, y se desmontó la cornisa a fin de corregir su horizontalidad y acceder al espacio entre el núcleo de concreto armado y los sillares, para evitar futuras filtraciones de agua al interior del basamento.
Asimismo, recibieron tratamientos de limpieza las dos placas de mármol que datan de 1852, año en que el arquitecto Lorenzo de la Hidalga dotó de pedestal a la escultura; y otra más de bronce que da cuenta del traslado del monumento en 1979, del cruce de las avenidas Bucareli y Reforma, a la Plaza Tolsá.
Arturo Balandrano Campos, coordinador nacional de Monumentos Históricos del INAH, detalló que el acceso al núcleo de concreto armado permitió verificar que los soportes metálicos de la escultura no presentan daños por oxidación, así como el buen estado de la cimentación, efectuada en 1979 bajo supervisión del arquitecto Sergio Zaldívar, lo que garantiza la estabilidad estructural del monumento.
Uno de los hallazgos que se dieron durante estos trabajos, fue una cápsula del tiempo introducida para dar fe del traslado de la escultura de su vieja glorieta, a la plaza flanqueada por el Palacio de Minería y el Museo Nacional de Arte, en la céntrica calle de Tacuba. Los objetos resguardados en dicha cápsula, entre ellos monedas de la época, documentos y planos de la Ciudad de México, se deterioraron por las filtraciones de agua que tuvieron los cilindros en que se introdujeron los materiales, razón por la que fueron estabilizados y ahora reposarán junto con nuevos documentos y objetos que atestiguan la intervención hecha entre 2016 y 2017.
Con la entrega de la pieza para su custodia, el Gobierno de la Ciudad de México recibirá un manual de mantenimiento en cual quedan especificadas líneas de acción que garantizan la conservación de la Escultura Ecuestre de Carlos IV a corto, mediano y largo plazo. También se han dispuesto estaciones para monitorear, tanto los movimientos del subsuelo, como el impacto de agentes contaminantes en las inmediaciones de la Plaza Tolsá, para que con base en esos datos se pueda brindar atención oportuna al monumento.