Cartago es una de las fundaciones coloniales fenicias más antigua. Según algunos autores (como Filisto de Siracusa, Eudoxo de Cnido o Apiano), su establecimiento se remonta a la época de la guerra de Troya –datada hoy hacia 1200 a.C.–, lo que justificaría el encuentro entre Eneas y Dido.
Otras fuentes, con más verosimilitud, sitúan esa fundación hacia finales del siglo IX a.C. Una inscripción del rey asirio Salmanasar III la data entre 825 y 820 a.C., e incluso alude a un rey Mattenos/Mattan de Tiro. Esta última fecha ha sido confirmada por la arqueología y por las dataciones de radiocarbono.
También hay indicios de que los colonos fenicios entraron en contacto con la población indígena del lugar. El nombre de Cartago, en fenicio Qart Hadasht, significa «ciudad nueva», un topónimo que los fenicios utilizaron para sucesivos asentamientos de similar carácter en Chipre, Cerdeña, el norte de África o en la península Ibérica, donde los propios cartagineses fundarían en el siglo III a.C. la actual Cartagena. En el caso de Cartago, el topónimo tal vez indica que a la llegada de los tirios existía un asentamiento indígena en la colina de Byrsa.
Los arqueólogos han hallado en la zona agujeros de postes, propios de pequeñas cabañas típicas de un asentamiento anterior a la llegada de los fenicios. Estas cabañas, de planta oval, presentan una estructura arquitectónica simple con cimientos de mampostería y muros de adobes.
Hemos de imaginar toda la ladera sur de la colina de Byrsa construida con estas cabañas de cubierta vegetal, agrupadas dejando espacios abiertos entre sí a modo de plazas, donde se intercambiarían todo tipo de productos y ganado. No en vano, en la Eneida Virgilio explica cómo Eneas, a la vista de Cartago, «admira esta obra hasta no hace mucho constituida por simples chozas».
Tal como se relatan en el mito, las negociaciones entre Dido y los indígenas de la zona, primero para comprar el terreno y luego para negociar un enlace, también pueden reflejar hechos de épocas remotas. Las relaciones coloniales solían ir acompañadas de pactos, del pago de tributos y de adquisición de terrenos. Además, Cartago no fue una colonia aislada de su entorno, sino que surgió como una cultura mestiza desde su inicio.
La base cultural fenicia de la nueva colonia no impidió que los pobladores de origen africano dejaran en ella su rastro, como atestiguan las fuentes documentales. Justino describe cómo, «atraídos por la esperanza de ganancias, los habitantes de los lugares cercanos acudieron en tropel para vender sus géneros a estos nuevos huéspedes, estableciéndose junto a ellos, y su número creciente daba a la colina el aspecto de una ciudad». Las posibilidades que ofrecía el lugar eran óptimas, sobre todo para el desarrollo de la agricultura y la ganadería.