
México, D.F – Desde la ola de reformas constitucionales en materia electoral, de mil novecientos noventa y seis, hasta la fecha, la sociedad mexicana ha entrado en una dinámica en la que intenta, cada vez más, participar o creer que participa en la vida política del país; en la toma de decisiones fundamentales.
En esa dinámica, han saltado al estrado de nuestra vida cotidiana, términos como: “Estado de Derecho”, “Democracia”, “elecciones”, “partidos políticos”, “coaliciones”, “alianzas”, “sociedad civil”, “plataforma electoral”, “candidatos”, precandidatos”, “campañas”, “precampañas”, “tribunales”, “juicios”, “anulaciones”, y una larga lista más.
El problema con todo esto (que se inscribe en el terreno de la ciencia política y la teoría del Estado) es que el ciudadano promedio incursiona en tal dinámica, con muy poca información, con imágenes incompletas de la realidad o, de plano, con ideas distorsionadas intencionalmente por los grupos de poder interesados en manipular la voluntad de los individuos y de las masas, para fines inconfesables. De esta forma, la participación de la sociedad, aunque genuina en su intención, corre el riesgo de perder efectividad e, incluso, de servir sin querer a esos intereses deleznables.
Salga en este momento a la calle y pregunte a diez personas, de la condición social o económica que guste: ¿Qué tipo de República es México?, ¿Qué es un gobierno representativo?, ¿Qué es un partido político y para qué sirve?, ¿Qué es política de derecha?, ¿Qué es política de izquierda?, ¿Qué es política de centro? Pocos o ninguno le darán una respuesta amplia, suficiente como para pensar que tienen un cúmulo aceptable de conocimiento, que les permita formar criterios, que luego les sirvan de base para tomar decisiones.
Por eso he dicho con insistencia, que una de las necesidades apremiantes, para construir un verdadero sistema democrático, es la educación del pueblo, contrario a lo que los déspotas y los tiranos procuran, “manteniéndolos en la ignorancia para más fácilmente abusar de sus derechos”.
En este renglón existe un gran déficit, pues solo en las carreras especializadas se profundiza sobre temas de esa índole.
No pretendo que todos los mexicanos estudien la carrera de Derecho o de ciencias políticas, en una sociedad que, para el Rector de la UNAM tiene un promedio de nueve años de educación (cifra que tal vez sea demasiado optimista), sino que las instituciones encargadas de organizar elecciones, así como los partidos políticos cumplan con su deber, de destinar una parte de su tiempo y de los recursos públicos que reciben, a procurar una verdadera cultura democrática, que empiece por difundir conceptos básicos, como los que mencioné al inicio de este artículo.
No es racional, ni aceptable, que en un proceso electoral se emitan millones de spots en radio y televisión (No exagero. Consulte las cifras en sitios oficiales) que carecen de substancia, que no informan ni dan datos concretos sobre la ideología o postura de los partidos políticos frente a problemas concretos ni, lo más importante, sobre la manera ( posible) en la que atacarán esos problemas, si obtienen el poder. Sólo nos presentan a gente haciendo pasteles, caras bonitas o individuos mirando hacia el horizonte (haciendo gesto de estadistas), a tipos con halo, rodeados de adoradores en una especie de paraíso, y a otros diciendo “sí se puede” (aunque no se sepa qué, ni cómo); pero no adoptan posiciones que los comprometan en el futuro y que podrían servir de base para calificar su gestión y para premiarlos con nuestro voto cuando hayan cumplido.
Como sociedad, debemos exigir mayor contenido, impedir que, a fuerza de repetición de imágenes y de frases vacuas, acabemos reproduciendo como pericos, los bombardeos publicitarios, o actuando por reflejo condicionado, como experimentos de Pavlov, moviendo el rabo cuando suene la campanita. Este puede ser el primer paso, entre muchos que se requieren para modificar la realidad.
Reciban un abrazo de un oaxaqueño orgulloso de serlo.