Efraín Huerta…el Gran Cocodrilo de la poesía mexicana

Con humor, inteligencia y alegría –características que lo definían–, fue recordado el poeta Efraín Huerta (Silao, Guanajuato, 18 de junio, 1914-Ciudad de México, 3 de febrero, 1982), durante la mesa Los rostros de Efraín Huerta, que se llevó a cabo ayer domingo en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, la cual se llenó de lectores de quien fuera conocido como El Gran Cocodrilo de la poesía mexicana.

Fue una celebración en la que además de escuchar las reflexiones de los escritores Rafael Aviña, Francisco Hernández, Jorge F. Hernández y Mónica Mansour, el público pudo disfrutar de un concierto a cargo de la soprano Lourdes Ambriz y la pianista Yolanda Martínez, quienes interpretaron la pieza Siete poemínimos, compuesta por Enrique González Medina, quien se basó en los famosos poemínimos de Efraín Huerta.

Al tomar la palabra, la poeta, narradora, ensayista y traductora Mónica Mansour contó que su amistad con Efraín Huerta fue intensa y enriquecedora a pesar de que duró pocos años. Fue, abundó, una amistad con risas, especulaciones y desesperanzas políticas, enseñanzas de vida y de muerte, de amor y de enfermedades y comentarios sobre abundantes lecturas además de chismes que le encantaban.

“Efraín era un hombre sabio y culto, lleno de amor y humor y prodigaba ampliamente sus conocimientos y sus sentimientos de la misma manera que se interesaba en las ocupaciones y preocupaciones de los otros. Lo que más entendió mi generación sobre Efraín Huerta fue el amor a la libertad y la justicia, ese amor que guió su vida hasta el último instante. Siempre luchó por la libertad de todo: la palabra, la poesía, la humanidad, la verdad, la conciencia, el mundo y especialmente la de la temerosa y vibrante llanura de sombras que es nuestra patria, como él la describe en Amor, Patria mía, dijo.

Además, Mansour, quien es autora de un libro antológico titulado Efraín Huerta. Absoluto amor (Gobierno del estado de Guanajuato, 1984), señaló que una de las mayores enseñanzas de la poesía de Huerta fue su otro gran amor: el amor por el lenguaje.

“Eso lo aprendimos algunos lectores conscientemente y otros inconscientemente, pero a todos nos llegó en la forma de infinitos nuevos horizontes de los que la palabra puede hacer y modificar. Una característica de su persona y su obra fueron la coherencia y la intensidad que se advierte en todos los registros, tonos y temas de su poesía, así como en su prosa y otras aficiones”, puntualizó.

Para el escritor y especialista en cine Rafael Aviña, lo más destacable de El Gran Cocodrilo como crítico de cine era que más allá de la calidad, hay una calidez en sus textos. “Cuando uno lee sus críticas, muchas de ellas escritas con seudónimos, uno puede captar la esencia de este hombre por dos elementos: el oficio del escritor, del periodista, y por la cinefilia, que era algo sorprendente, la forma en que podía tener este gusto y su respeto por la cultura popular.

“Efraín Huerta podía saber de los palacios cinematográficos, del director, pero me llama la atención cómo comentaba al detalle la participación no solamente de los protagonistas sino de los actores secundarios. Eso habla no solamente de respeto, sino de esa cinefilia que tenía”, indicó Aviña.

Francisco Hernández se encargó de leer la letra de una canción que creó a partir del poemínimo Redicho, de Efraín Huerta: De noche/Todos los/Poegatos/Son/Pardos. Hernández escribió unas coplas y con la música de Guillermo Zapata se creó una rumba que será interpretada en las actividades que forman parte del Cocodrilo Fest, que se realizará el siguiente fin de semana en el kiosco de la Alameda de la Ciudad de México.

Finalmente, el escritor Jorge F. Hernández reconoció que de Efraín Huerta aprendió que hay una gran pero sutil diferencia entre hacerse el chistoso y tener buen humor. “Efraín Huerta era un hombre de buen humor, destilaba buen humor. Cómo no adorar a un hombre que convertía en poemínimo el instante eléctrico que podría equivaler al chiste si no tuviera inteligencia, si no tuviera piedad, si no se conmoviera ante el dolor ajeno, pero también si no despertara de los sueños a los aletargados, como yo en la preparatoria”.

Poeta y ensayista, Efraín Huerta fue reconocido como el poeta de la Ciudad de México; estudió leyes en la UNAM; fue reportero, reseñista, editorialista, dibujante, crítico de cine y de teatro; fundador de Taller (1938-1941); impulsor de Cuadernos del Cocodrilo. En 1977 el Gobierno del Estado de Guanajuato instituyó el Premio de Poesía Efraín Huerta.

Colaboró en Así, Comunidad, Diario de México, Diario del Sureste, El Corno Emplumado, El Día, El Fígaro, El Heraldo de México, El Mundo Cinematográfico, El Nacional, El Popular, Esto, La Capital, Metáfora, Nivel, Novedades, Pájaro Cascabel, Revista de Bellas Artes, y Revista Universidad de México.

Recibió la orden de las Palmas Académicas 1945 del Gobierno de Francia; Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 1975 por su obra en general; Premio Nacional de Poesía 1976; Premio Nacional de Periodismo 1978; Medalla de la Universidad Autónoma de Chiapas 1978; El Quetzalcóatl de Plata 1977 del DDF; el Premio Nacional de Periodismo 1978, y la Medalla de la Universidad Autónoma de Chiapas 1978.

Entre sus libros de poesía destacan: Los hombres del alba (1944); La rosa primitiva (1950); Los poemas de viaje 1949–1953 (1956); ¡Mi país, oh mi país! (1959); El Tajín (1963); Los eróticos y otros poemas (1974); 50 poemínimos (1978); Efraín Huerta: Absoluto amor (1984); Dispersión total (compilación de Thelma Nava y Raquel Huerta-Nava, 1986); Poesía completa (compilador Martí Soler, prólogo de David Huerta (1988); Poemínimos completos (1999), entre muchos otros.