Guadi Calvo*.
Para el pueblo egipcio el sueño fue demasiado corto y agitado, la ilusión de haber encontrado un leal sucesor del ideario del presidente Gamel Abdel Nasser, terminó en la pesadilla de otro Hosni Mubarak. La crisis económica traducida en desocupación e inflación, sumado a la represión y a las acusaciones de corrupción, hacen otra vez, como en 2011, las manifestaciones hayan estallado en todo el país en procura, de cómo entonces cayó Mubarak, ahora lo haga el presidente Abdel Fattah al-Sisi.
El enérgico plan de austeridad impuesto por tras el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) en 2016 que significó un préstamo de 12 mil millones de dólares y a pesar de que las tasas de crecimiento han conseguido este año, el nivel más alto desde 2010, con un 5,5 por ciento y la inflación se encuentra en el registro más bajo de los últimos cuatro años, mientras que la deuda y el déficit este en bajando, junto a la desocupación que se redujo un 8.1% en el primer trimestre de 2019, la más baja en 20 años. En el primer trimestre de 2018, la desocupación estaba en 10.6%. Este aparente éxito del gobierno del general al-Sisi, ha puesto al país entre las economías de más rápido crecimiento del mundo y tanto los economistas como inversores califican a este proceso, como “la mejor de reforma económicas de Medio Oriente”.
Los analistas económicos atribuyen la baja en la tasa de desempleo en los la construcción de megaproyectos que incluyen la creación de nuevas ciudades, miles de kilómetros de carreteras, plantas eléctricas y puentes, por lo que la mano de obra para estos proyecto emplea al 14,1% de la fuerza laboral egipcia, sumado a otros sectores que están exigiendo mano de obra adicional. Otro elemento coadyuvante para la reducción de la desocupación ha sido la incorporación de miles de hectáreas de tierra para a la agricultura y las granjas de peces en el Delta del Nilo y próximas al Canal de Suez. La caída de las importaciones ha reactivado la producción nacional para cubrir la demanda local. A lo que habría que agregar el repunte del sector turístico que desde la crisis económica de 2008 sumado a las actividades terroristas dieron un golpe casi mortal a esa industria una de las principales de Egipto.
Todavía es una incógnita sobre como continuara la caída en la tasa de desempleo ya que en Egipto se incorporan al mercado laboral en torno a un millón de trabajadores al año.
Pero estos cambios sustanciales están lejos de percibirse en la vida diaria ya que las tasas de pobreza siguen en aumento y el costo de vida no se detiene. Si bien las cifras oficiales publicadas en julio hablaban de que para 2018 el número de egipcios que vivía debajo de la línea de pobreza alcanzaba el 32.5 en el mes de abril el Banco Mundial ponía esa cifra en torno al 60 por ciento de los cien millones de egipcios estaba en condiciones de pobreza y vulnerabilidad. Programas asistencialistas como como Takaful y Karama, están muy lejos de cubrir la totalidad de las demanda ya que solo alcanzan a 9,4 millones de personas, lo que representa cerca del 10 por ciento de la población. En medio de este cuadro de situación y en el marco de poder ejecutar el programa del FMI, la represión política que incluye detenciones, torturas, desapariciones y ejecuciones extra judiciales no se detienen.
Por lo que desde la noche del viernes 20 de septiembre el pueblo egipcio ha salido a las calles de El Cairo y Alejandría, la segunda ciudad del país, a riesgo de caer bajo en severo aparato represivo impuesto en 2013por el gobierno del entonces presidente Mohamed Morsi y que ha mantenido el general al-Sisi.
La protesta del día 20 que se repitió en la noche del día siguiente y el viernes 27, han comenzado a extenderse por todo el país, con consignas que exigen la “caída del régimen”. Nuevamente la plaza Tahrir de El Cairo, ha vuelto a ser el epicentro de las protestas como sucedió en 2011 que terminaron con los treinta años de Mubarak. La nueva ola de protestas replicó en la ciudad portuaria de Damietta, sobre el Mediterráneo cercana al delta del Nilo y en Port Said donde también pedían la caída de al-Sisi, y en El-Mahalla al-Kubra a unos 60 kilómetros al norte de El Cairo
Más allá de las críticas al programa económico y la pulsión represiva también el gobierno ha sido acusado de haber generado grandes bolsones de corrupción, detrás de las megas obras, entre ella la más importante, la construcción de una nueva capital a un costo de 58 mil millones de dólares, anunciada en 2015 para inaugurar en 2020 a unos 45 kilómetros al este de El Cairo.
Esta construcción inicialmente iba a ser financiada por capitales de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), los que finalmente se han retirado, por lo que al-Sisi tuvo que pedir un préstamo a China $ 4 mil millones para poder cumplir con la primera fase de su plan. La financiación de la Nueva Capital Administrativa, de El Cairo y tendrá cerca de 700 kilómetros cuadrados, a si terminación aunque se encuentra estacada en su segunda y tercera fase. La primera de esas fases cubrirá unos 168 km cuadrados, donde se proyecta construir ministerios, barrios residenciales, un barrio diplomático y un distrito financiero. Ya se han construido una gran mezquita, una catedral, un hotel y un centro de convenciones. La constructora china State Construction Engineering Corp (CSCEC) tiene proyectado levantar 21 rascacielos entre el que se convertirá en el más alto del continente con 85 pisos. El proyecto además pretende crear unos siete millones de viviendas, además de un tren electrificado para que corra entre El Cairo y la Nueva Capital que con un valor de 1.200 millones de dólares, también su construcción a cargo de capitales chinos.
El proyecto de la Nueva Capital, es necesario ya que El Cairo, que ha tenido una expansión urbana extraordinaria, fundamentalmente por la llegada de desde el interior de ciento de miles de personas del interior del país huyendo de la pobreza y la violencia fundamentalista. Los cerca de 20 millones habitantes, hacen imposible el trafico cairota, incluso el subterráneo pesimamente administrado. Son cuatro los millones de pasajeros que utilizan cada día ese sistema, después de pasar por los detectores de metales que se ubican a la entrada de todas las estaciones, al tiempo que patrullas policiales y las cámaras de video monitorean los movimientos vigilando la seguridad siempre amenazada en todo el país por los grupos integristas.
De general a faraón.
Como ya lo ha intentado Hosni Mubarak, con treinta años en el poder, el general al-Sisi, parece tener intensiones de perpetuarse como el Rais, sin quitarse el barniz democrático que consiguió tras imponerse en las elecciones presidenciales de 2014 y renovar el mandato en 2018, con el 97 por ciento de los votos, en una disputa en que su rival era un aliado.
Al-Sisi llegó a los primeros planos de la política nacional, tras haber derrocado a Morsi en 2013 en un golpe de estado que ha dejado un número desconocido de muertos y desaparecidos, que no bajarían de los 10 mil, fundamentalmente os entre las huestes de Morsi, quien amparado en la poderosa organización Hermanos Musulmanes se convirtió en el primer presidente electo de la historia egipcia en junio de 2013.
Con la aparición de al-Sisi, quien llegó revindicando la figura del mayor líder de la historia moderna del país el Coronel Gamel Abdel Nasser y alejando el fantasma del fundamentalismo que pretendía instalar Morsi, para que le dieran cobertura las políticas neoliberales que había comenzado a activar, el pueblo egipcio encontró a la figura de al-Sisi, la posibilidad de la concreción de los sueños postergados.
Ya en el poder acuciado por la realidad económica, la insurgencia terrorista y el contexto internacional al-Sisi en vez de buscar el camino alternativo prometido, prefirió primero pactar con Arabia Saudita y más tarde con el propio Donald Trump, quién lo ha convertido en un vocero de sus políticas para la región.
Al-Sisi, profundiza sus políticas represivas no solo prohibiendo la actividad política y encarcelando miles de disidentes. Desde la llegada al poder no solo tiene encarcelados a cerca de 60 mil personas en su mayoría miembros de los Hermanos Musulmanes, cientos de ellos sentenciados a muerte sin contar la innumerable cantidad de desaparecidos. Libra también una guerra sucia en el Sinaí contra Wil?yat Sinai (Provincia del Sinaí), una organización vinculada a al-Qaeda y responsable de múltiples atentados. Desde principio de 2018, con la Operación Sinaí 2018, ha sido prácticamente toda la península sin que prácticamente se conozca no solo la suerte de los muyahidines sino también de la población civil al arbitrio del poder militar.
En las últimas manifestaciones de septiembre que se reiterado durante dos fines de semanas seguidos la policía actuó con suma violencia y encarcelando a más de dos mil personas. Organizaciones de derechos humanos denunciaron que muchos de los encarcelados continúan sin aparecer después de las protestas.
También fue detenida se encuentra una importante abogada de derechos humanos, Mahienour al-Massry, cuando salía de la oficina del Fiscal de Seguridad del Estado en El Cairo, donde había estado representando a varios detenidos por las protestas.
Al-Sisi ya no solo, no se ha convertido en un Nasser, sino que cada vez más va tomado la silueta espectral de Mubarak.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.