Desde al menos 500 años antes de nuestra era, tanto los políticos como los ingenieros chinos eran conscientes de que el transporte acuático era más eficaz y menos costoso que el terrestre. Todas las grandes civilizaciones del planeta llegaron a esta conclusión, pero la originalidad china consistió en diseñar y realizar una vía acuática artificial que articulara la capital con territorios extremadamente lejanos, exenta de los peligros y sobresaltos que jalonaban los grandes ríos. Tal fue el Gran Canal, la gran arteria acuática que desde el siglo VII d.C. recorre China de norte a sur, a lo largo de casi 1.800 kilómetros. Su construcción y mantenimiento resultaron enormemente costosos, pero el Gran Canal abarató radicalmente el tráfico de bienes pesados a lo largo del Imperio, como harían 1.200 años después los trenes en Europa.
La creación del Gran Canal fue resultado de varios factores. Uno fue la geografía: mientras que los grandes ríos de China fluyen de oeste a este, la naturaleza no proporciona una comunicación entre el norte y el sur. Asimismo, China contaba con ingenieros hidráulicos de gran capacidad que desde tiempo inmemorial trabajaban en el río Amarillo, donde habían aprendido a excavar canales de irrigación y habían ideado sistemas para controlar las frecuentes inundaciones. Pero el factor decisivo fue el desarrollo de imperios centralizados cuyas capitales estaban en el centro o el norte del país y que necesitaban un medio de transporte sostenible para trasladar los impuestos en grano recaudados en el sur, tropas y mercancías.
Aunque anteriormente se habían construido algunos canales regionales importantes, fue Yangdi, el segundo y último emperador de la breve dinastía Sui, quien a principios del siglo VII creó el primer sistema de transporte acuático a escala de todo el Imperio. El Gran Canal Sui, que conectaba varios ríos y canales preexistentes, implicó también la construcción de grandes tramos completamente nuevos. Su centro neurálgico se encontraba en la capital imperial de esta dinastía, Luoyang, y transcurría hacia el sur hasta Hangzhou, pequeña ciudad fronteriza que se convertiría en uno de los mayores ejes comerciales del mundo. La urbe que Marco Polo llamaría Kinsay fascinaría a Europa durante siglos.
El Gran Canal Sui fue realizado con el trabajo anual obligatorio; según la Historia de la dinastía Sui, su primer tramo movilizó a más de un millón de trabajadores. El nuevo canal estaba bordeado por un camino empedrado para facilitar el
arrastre ocasional de los barcos y por interminables hileras de árboles, sobre todo sauces, que servían para reafirmar su lecho.
Múltiples puentes de vano alto permitían el paso a los navíos con sus mástiles, mientras en todo el recorrido del canal se alineaban intermitentemente edificios para el alojamiento de las tropas y el almacenamiento de materiales, como los eficaces instrumentos para dragar el lecho del canal. Al igual que en cualquier otra gran vía comercial de China, no tardaron en aparecer por doquier las pagodas, que permitían agradecer a los dioses el buen transcurso del viaje y rogar para poder cumplir con los plazos obligatorios requeridos al transporte oficial: aún hoy día jalonan con sus siluetas grises el recorrido del Gran Canal.
Unos pocos años después de la realización del primer tramo hacia el sur, el Gran Canal fue prolongado hacia la frontera del norte a fin de facilitar el transporte de tropas a Corea, país que Yangdi intentó repetidamente invadir. Para la realización de este tramo, el más largo del Gran Canal Sui, se tomó la inusitada medida de movilizar a mujeres para los trabajos obligatorios. Pero las campañas de Yangdi contra Corea terminaron en desastre y precipitaron la caída del emperador y con él la de la misma dinastía Sui.