El sello de la corrupción

Alejandra Sota ha sido por años mucho más que la comunicadora de Felipe Calderón. Se trata de una persona que lo ha acompañado por décadas, convirtiéndose en integrante permanente de su más cercano e íntimo círculo de colaboradores, quienes lo acompañaron en sus diversos cargos y campañas hasta formar una secta cerrada e incondicional.

Desde Los Pinos, se confirió a Sota el gran poder de hablar con la voz del Presidente, de elaborar su mensaje y de intentar acallar en su nombre toda crítica. Intentó cumplir esta encomienda con maniobras por demás autoritarias: baste recordar que el empresario de medios de comunicación Joaquín Vargas la acusó de haberle exigido una disculpa pública de la periodista Carmen Aristegui, incluso redactando una carta que la periodista habría de leer al aire.

Alejandra Sota también fue encargada de espiar adversarios políticos con medios ilegales, según la señaló directamente la entonces candidata presidencial Josefina Vázquez Mota, con aquella famosa frase de “pinche Sota”.

A estos escándalos se suma ahora la investigación que le sigue la Secretaría de la Función Pública (SFP) por presunto tráfico de influencias. De acuerdo a lo publicado esta semana en diversos medios nacionales y por senadores priistas en agosto de este año, Sota habría otorgado irregularmente contratos irregulares a amigos y compañeros universitarios.

En las investigaciones preliminares se habla de las empresas Defoe Experts on Social Reporting y Milenio Consultores, a las cuales se concedieron contratos del gobierno federal por 45 millones de pesos a lo largo de tres años, durante la segunda mitad del calderonato.

De acuerdo a los datos de la SFP y del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos (IFAI), Sota se habría aliado con José Alonso Arango Pérez y Yamil Nares Feria, quienes cursaron con ella estudios universitarios. Además, Nares fue su subordinado en la Presidencia de la República.

Tales revelaciones se interpretan de manera muy distinta cuando recordamos que Alejandra Sota se enriqueció notoriamente durante el calderonato. Para muestra un botón: de vivir en un departamento en la colonia Del Valle de la Ciudad de México a principios del sexenio pasado, pasó a ser dueña de una casa de 660 metros cuadrados en la exclusiva colonia Bosques de Las Lomas, la cual tiene un precio de mercado de casi siete millones de pesos.

Este caso dista mucho de ser una incongruencia entre los calderonistas, que hicieron del amiguismo, el compadrazgo y la corrupción su principal característica como grupo político. Apellidos como Nava, Martínez, Gil, hicieron que el color azul dejara de ser símbolo de honestidad y se manchara con el lodo de la corrupción.

Por todo ello la investigación a Sota es una pésima noticia para Calderón, pues se trata de una persona cuya breve y ya cancelada carrera se hizo totalmente a la sombra del michoacano. Si sabía o no que una colaboradora tan cercana estaba malversando fondos públicos es lo de menos. Lo verdaderamente trascendente es que con ello se reitera que la corrupción en su gobierno fue tan grande que llegó hasta la misma casa presidencial.

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