Los alambres que flotan en la superficie de las fotografías de Roberta semejan mapas agitados, telarañas urbanas tejidas y suspendidas arriba de nuestras cabezas.
El hecho de enmarcar este paisaje incomprensible para la mayoría de nosotros, el hecho de abstraerlo y fijarlo, nos informa de una profunda relación entre la sensibilidad y los ojos de la autora, el tiempo y el espacio. Con esto nos obliga a admitir la horrenda belleza del caos, los códigos, las presencias y formas sugerentes, las ausencias, el vacío. Roberta nos sugiere mirar otra vez y detenidamente esta enredada maraña que, por estar tan presente en nuestra vida cotidiana como un elemento más de nuestro tan deteriorado paisaje urbano, no le ponemos atención, y mucho menos podemos considerar la posible belleza en este confuso encordado.
Las formas tan sugerentes, los juegos de luz y sombra, los espacios vacíos, la ilimitada variedad de figuras geométricas como ventanas vacías o abiertas, los pasos tan perdidos que olvidaron sus zapatos colgados en tendederos eléctricos.
Una estrella fugaz, un cometa que a su paso por el firmamento quedó atrapado en la red flotante. Mástiles de barcos fantasmas varados en las esquinas de cualquier calle.
René Bustamante