En un ejercicio emprendido a finales de la década de 1980, Michael Ende, uno de los escritores alemanes más famosos del siglo XX, reconocido por sus novelas fantásticas y considerado un importante autor de la literatura infantil, se cuestiona a sí mismo, a petición de los organizadores de una conferencia, “¿Por qué escribo para niños? “.
Lejos de responder como debería hacerse a una pregunta que fue formulada desde un pensamiento único, Ende, al interpelarse a sí mismo, le da la vuelta a su pregunta, duda de ella y la replantea desmantelando sus verdades absolutas.
“Yo no escribo para niños”, responde, y argumenta que no produce sus letras ni escoge sus temas pensando si son o no “pertinentes” para los niños o lo que se cree que deben ser los niños; mucho menos sus textos son de corte didáctico o pedagógico, es decir no se inscriben en una lógica funcional y pragmática, del tipo aleccionadora.
El autor de “La historia interminable” se opone a la forma en la que los críticos utilizan la categoría “literatura infantil” para subestimar a una forma de escritura, como si se tratara de una literatura inferior relegada a un supuesto público inferior. Por el contrario, Ende se resiste a asumir estos imaginarios sociales repletos de lugares comunes, estereotipos y prejuicios, que tienen como común denominador formar parte de una visión adultocentrista del mundo.
Ende apela a un “eterno juvenil”, un elemento sin el cual los seres humanos dejan de ser humanos, es decir la capacidad de toda persona de maravillarse, de cuestionar, de sentir emoción, de experimentar la esperanza, el sufrimiento y la vulnerabilidad. Características que se contraponen al mundo de lo ordinario y del desencanto, el mundo gris y predecible en el que viven los adultos.
“Lo más que puedo decir es que escribo libros cuya lectura yo hubiera disfrutado de niño… El niño que yo solía ser pervive en mí actualmente y no existe un abismo de la edad madura que me separe de él… Cuando hemos dejado de ser del todo niños, ya estamos muertos ”, señala el escritor alemán.
Y más adelante indica: “A lo largo de mi vida me he resistido a convertirme en lo que hoy en día se conoce como un adulto bien adaptado, con lo cual me refiero a esos lisiados desencantados, conocibles, ordinarios, que viven en un mundo desencantado, conocible ordinario, de los llamados hechos”.
Para Ende, eso que llamamos literatura infantil acontece en el escenario del juego espontáneo, donde la realidad, tal como la conocemos, no tiene lugar. Se trata de un espacio libre e ilimitado, un motor creativo que produce hechos misteriosos y cuyo prodigio es que al apreciarlos se presenten como “incuestionablemente reales”.
A decir de Ende, la literatura infantil no es apta para aquellos que lamentablemente tienen un “nivel bajo de comprensión”, pues ésta acontece con pensamientos e ideas desconocidas que conjuntan la magia, misterio, belleza y humor, claves de la producción artística de este autor.
DOL