Dando nuevos aires al porno amateur, Hunter Moore, de 25 años, gana dinero por medio de un sitio en el que publica fotografías de personas desnudas que otros le proporcionan; pero su labor, casi tanto como su personalidad, trasciende todo esto y expresa otros síntomas de nuestras sociedades contemporáneas.
La pornografía es quizá uno de los ámbitos que mayor amplitud y especialización han alcanzado en los últimos años. Podría decirse, sin asomo de equivocación, que ahora hay pornografía para todos los gustos, incluso los más inimaginables, inagotables variaciones que cada día se nutren o se multiplican con otras tantas introducidas en los temas principales.
Uno de los géneros mayores y de algún modo ya canónico en esta diversidad pornográfica es el amateur, ese que muestra escenas sexuales al natural, totalmente cotidianas o espontáneas, sin los ornamentos, a veces exagerados, que caracterizan otro tipo de imágenes verdaderamente industriosas.
Simbólicamente, el porno amateur tiene mucho que ver con cierto goce del espectador por violar la supuesta privacidad de una persona, por sorprenderla en su intimidad, ahí donde supuestamente se encuentra más segura —de ahí también su evidente relación con el voyerismo.
Por esta razón es un tanto previsible que en nuestra época, caracterizada también por las radicales transformaciones que ha sufrido la idea de privacidad, el porno amateur goce de una marcada popularidad entre los asiduos a este que algunos llaman “entretenimiento para adultos”. Paralelamente también se puede entender que Internet y sus recursos haya permitido al porno amateur renovarse, volver a ofrecer esa aura de autenticidad que en no pocas ocasiones intentó falsificarse.
Uno de los mejores ejemplos para ejemplificar este proceso —que sin duda tiene implicaciones más allá de la perversión o el morbo— es el sitio Is Anyone Up, creado por Hunter Moore, quien dedica doce horas del día y cinco días a la semana a postear fotografías de personas desnudas, personas comunes y corrientes de cuyos errores Moore obtiene sus ganancias.
Muchas de estas fotos le llegan a este joven de 25 años por medios electrónicos, a veces por ex novios y ex novias despechados que intentan calmar su ira haciendo público algo de aquella sesión en que él (o ella) y su pareja decidieron fotografiarse desnudos; otras por usuarios que quisieron cobrar la “recompensa” que Moore ofrece siempre que encuentra el perfil de una persona en Facebook que le agrada.
Curiosamente, esto impide que Moore sea acusado de algún delito, ya que la Communications Decency Act de 1996 prevé inmunidad para los proveedores de servicios de Internet que publican información proporcionada por un tercero.
“¿Que tengo que defenderme? Todo se reduce a ‘eres jodidamente estúpido y estoy haciendo dinero de tus errores’. Tal vez suene duro, pero, ¿de qué otra manera vas a aprender a no hacerlo de nuevo? Es como jugar a la ruleta rusa: ‘oh, esperemos que esta no salga’”.
Y si bien Is Anyone Up —como sitio, como negocio, como pornografía— podría verse con agrado o con repulsión, con escándalo o con cierta inteligente tolerancia, de algún modo posee un significado secreto, oculto, que trasciende todo eso, podría considerar una especie de síntoma cultural de las transformaciones ya irreversibles que Internet y las prácticas que alientan y permiten las nuevas tecnologías han suscitado en la subjetividad y las sociedades contemporáneas.