El verano, con sus cálidas luces, intensifica la belleza de los fiordos noruegos, uno de los paisajes más espectaculares del planeta.
La emoción del encuentro con esta confluencia de aguas marinas, montañas y glaciares empieza en Oslo, la capital noruega, en el momento en que uno decide si viaja en tren hasta Bergen –base de las rutas por los fiordos– o si vuela directamente a Stavanger para continuar luego hacia el norte por carretera o en barco.
En cualquier caso, el fiordo de Lyse es el primero de los que deberían visitarse. Cada día salen barcos del puerto de Stavanger que navegan por las aguas del Lyse como si recorrieran un museo dedicado a la obra maestra de la naturaleza.
Su emblema es el Preikestolen, El Púlpito, un mirador elevado a más de 600 metros al que se llega tras dos horas de subida a pie. Desde la plataforma rocosa, sin barandillas, se contempla a vista de pájaro la ancha vena de agua marina que penetra 42 kilómetros en tierra, entre paredes rocosas que alcanzan los mil metros de altura.
El Púlpito no es el único atractivo de este fiordo, también lo son el largo arenal de Solastranden, la cascada de Månafossen, con 92 metros de caída, y los restos de la granja Mån, de origen medieval. La propia ciudad de Stavanger tiene un puerto de gran actividad, una catedral del siglo XIII y un casco viejo con mucho encanto que conserva casas de madera del siglo XVI.