Los miles de mexicanos que, a raíz de la guerra contra Estados Unidos y la pérdida de más de la mitad del territorio nacional a mediados del siglo XIX, quedaron al norte del río Bravo y se convirtieron de manera abrupta en extranjeros en su propia tierra generaron una serie de transformaciones lingüísticas y nuevas formas de recreación social, política y cultural, como parte de un proceso de resistencia que continúa hasta nuestros días.
Lo anterior fue referido por José Manuel Valenzuela Arce, doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Sociología e investigador de El Colegio de la Frontera Norte, durante su participación en el Coloquio Internacional La etnografía y los desafíos del México contemporáneo, que se realizó en el Museo Nacional de Antropología.
Al impartir su conferencia magistral titulada Pluralidad y ciudades fronterizas, el experto señaló que cuanto ocurre en la frontera norte representa un gran desafío para el trabajo etnográfico, por lo cual es preciso repensar el papel de las comunidades y los grupos mexicanos al norte del río Bravo, toda vez que para mediados de este siglo habrá 130 millones de latinoamericanos en Estados Unidos, la gran mayoría de ellos mexicanos.
Esta población, comentó el especialista, está jugando un papel central en lo que ocurre en México, no sólo en el aspecto económico vinculado a las remesas, sino por lo que se refiere a los entramados humanos, a las redes sociales y culturales, a las relaciones afectivas con el país, todo lo cual lleva implícito la no pérdida de la identidad de los mexicanos en Estados Unidos.
Para el estudioso de los movimientos sociales, la frontera requiere una mirada más amplia desde la socioantropología y la etnografía, a partir del estudio de los procesos de resistencia cultural por parte de los mexicano-americanos, que iniciaron con la reinserción de una población de alrededor de 120 mil mexicanos en la nación estadounidense, luego de quedar al norte del río Bravo cuando el país perdió más de la mitad del territorio nacional.
“Ahí comienzan nuevos procesos de recreación social, política y cultural que no fueron entendidos del lado mexicano; nuestros liberales, los intelectuales del siglo XIX y principios del XX, como Guillermo Prieto, Martín Luis Guzmán o José Vasconcelos, no comprendieron el proceso de reinserción de la población en un mundo marcado por el racismo, donde el inglés era el idioma dominante y tuvieron que reinventar su propio génesis y transformar las palabras de acuerdo con su matriz lingüística y cultural. Lo que fue un proceso de resistencia fue visto como un proceso de degradación cultural”.
Valenzuela Arce se refirió también al tema de los “pacholos” (conjunción de pachuco y cholo) y la precarización de los mundos juveniles, como parte de los desafíos que impone la frontera, los cuales parten de una vertiente de los años 30 formada por grupos que enfrentan el racismo estadounidense y buscan darle un estilo a las calles y a los barrios.
“Los pachucos recrearon el idioma incorporando elementos del perfil cultural de los mexicanos como elementos de resistencia. Después del pachuco surgieron los cholos en los años 60, que recuperaron gran parte del habla del pachuco, la actitud desafiante, los elementos de la tradición indígena, las imágenes del terruño, los héroes patrios y otras figuras asociadas a una impronta religiosa como referente de identificación nacional”.
Los dilemas de la etnografía bajo contrato
En su intervención, Christian Ghasarian, profesor del Instituto de Etnología de la Universidad de Neuchâtel, Suiza, impartió la conferencia De consultor a transmisor y viceversa. Nuevos dilemas de la etnología bajo contrato, en la que se refirió como un nuevo campo etnológico a las investigaciones realizadas por las empresas, que trae consigo nuevos dilemas de orden epistemológico, metodológico y ético.
Citó como ejemplo la investigación que realizó en diversas plantas de energía eléctrica de una importante empresa del sureste de Francia, lo que le permitió pasar a la categoría de “colega de trabajo” y comprender cómo las representaciones y las relaciones interindividualizadas específicas se instituyen y se reproducen entre los trabajadores.
Ghasarian aseveró que recurrir a los etnólogos más que a los sociólogos para realizar estos estudios en empresas implica el reconocimiento de la investigación cualitativa, con la esperada inmersión que le caracteriza (la visión desde dentro).
“Trabajar con los electricistas y compartir sus experiencias me permitió llegar más lejos en la comprensión de su vivencia y obtener numerosas confidencias espontáneas. El etnólogo impuesto en este campo de trabajo debe desplegar sus cualidades humanas para hacerse aceptar por sus colegas en un momento dado, pues no hay etnografía valiosa sin confianza recíproca”.
En su opinión, la calidad de este tipo de investigaciones por contrato resulta de la motivación y el rigor personal de quien la emprende, y aseveró que, de acuerdo con los códigos de ética de la antropología y la etnología, el investigador debe respetar, proteger y promover los derechos y la integridad de las personas aludidas con su trabajo.
“El etnólogo de empresa pone más atención en el mundo de los obreros que en el de los directivos. La cuestión es saber si el etnólogo al servicio de las instituciones que acudieron a él como ‘consultor’ está siempre al servicio de la etnología, pues se puede encontrar efectivamente atrapado entre las relaciones de fuerza y de poder en el seno de la empresa”, concluyó.