Los cientos de miles de mexicanos que han celebrado marchas contra la delincuencia en los últimos años, los activistas de organizaciones no gubernamentales que hacen propuestas por la seguridad pública, los ciudadanos que deciden plantar la cara al crimen no con más violencia, sino educando a sus hijos y viviendo honestamente, son quienes genuinamente están abriendo un camino a la paz.
Aunque indudablemente el Estado tiene la obligación primordial en la materia, la participación cívica es el otro extremo que cierra la pinza de la legalidad y la libertad de vivir sin miedo.
Precisamente de ello dio una muestra la ciudad de Boston, donde al igual que en varias comunidades de nuestro país, se sufrió un criminal atentado justo hace un año, cuando se hicieron estallar dos bombas durante su tradicional maratón anual.
Este año, más que un evento deportivo, vimos una conmovedora fiesta cívica en la que el pueblo, que no el gobierno, mostró el invencible valor y la fuerza de los pacíficos. Se le dio significado y sentido al dolor de las víctimas (3 asesinados y más de 260 heridos, varios de ellos con brutales amputaciones), convirtiendo al maratón en una ocasión propicia para unir a la sociedad.
Fue muy conmovedor ver a 36 mil hombres y mujeres inscribirse para correr en la justa deportiva, así como a toda la ciudad volcada a las calles para lanzar el claro mensaje de “no tenemos miedo”.
Más que una comunidad callada, se vivió una reflexión colectiva tanto en lo intelectual como en lo espiritual y en el arte, a través de conferencias y debates, actos religiosos de diversas denominaciones y performances artísticos.
Se trató de una gran muestra de esperanza, de la que algunos ejemplos podemos retomar en nuestras ciudades, muchas de las cuales también han podido demostrar que no hay que cerrar los ojos frente a la violencia, sino mirarla de frente para superarla con unidad social.
Pienso en los ciudadanos de Matamoros que día a día se comprometen a vivir con dignidad. En los morelianos que celebran El Grito de Independencia año con año a pesar del infame “granadazo”. En Monterrey, hoy de pie y en marcha.
En mi comunidad, Ciudad Juárez, donde sigue invicta la vocación de paz y trabajo a pesar de haber sido el frente de batalla de una guerra injusta. Esta actitud heroica se replica en estados enteros, como Guerrero, Jalisco, Morelos, Veracruz, Baja California y otros más.
Se trata de lugares donde la tragedia se ha hecho presente, pero con la fuerza de la sociedad ha prevalecido la esperanza y el ánimo de crear estrategias para la paz, con espíritu propositivo y concertador. No se trata de pueblos de víctimas, sino de pueblos de mujeres y hombres perseverantes.
En cada una de esas comunidades se ha lanzado un claro mensaje que trasciende fronteras físicas e ideológicas, un mensaje que los gobiernos municipales, estatales y federal deben escuchar y atender: la seguridad pública no es un asunto solo de armas, sino de hacer espacio a la sociedad y de permitir su participación real en la construcción de la paz.
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