Fue el cronista del pueblo, un dibujante excepcional, creador de personajes emblemáticos con los que todos se identificaban, el que plasmó la vida en vecindad y los oficios hoy desaparecidos, el que dio voz a los sin voz, el que hizo que La familia Burrón se publicara durante más de 60 años, fue Gabriel Vargas (Tulancingo, Hidalgo, 5 de febrero de 1915 – Ciudad de México, 25 de mayo de 2010).
A cuatro años de su fallecimiento, su viuda, Guadalupe Appendini, recordó que Gabriel Vargas “desde que nació, tenía la cosa de dibujar”, muestra de ello es que a los 14 años, con la pieza El día del tráfico, ganó un concurso de dibujo y una beca para estudiar en Francia, la cual rechazó.
Sin embargo, a esa edad sus dotes lo llevaron a trabajar en el periódico Excélsior como ilustrador y a partir de ahí, se convirtió en uno de los referentes de la historieta mexicana, a lo largo de más de 60 años de trabajo, cuyas caricaturas aparecieron en diferentes publicaciones que incluyeron los periódicos Novedades, Esto y El Sol de México.
Aunque el pináculo de su trayectoria fue con La familia Burrón, que comenzó a publicarse en diciembre de 1948, en el número 3544 de la revista Pepín y finalizó con el número 1616 en agosto de 2009, con tirajes que alcanzaron los 500 mil ejemplares semanales, los cuales se distribuían en todo el país, la obra de Gabriel Vargas es amplia e incluye historietas como Frank Piernas Muertas, Virola y Piolita, Sherlock Holmes, El Caballero Rojo, Los Superlocos, Don Jilemón, El Güen Caperuza y Los Hermanos Mazorca.
Su viuda lo recuerda simplemente como “una persona extraordinaria, como dibujante, como artista” que adoraba México, por lo que nunca se quiso ir del país, a pesar de que hasta Walt Disney lo invitó a trabajar a Estados Unidos. “Le pedía y le pedía, le escribía que se fuera a trabajar con él y Gabriel dijo ‘jamás saldré de México, le agradezco mucho, pero irme yo a trabajar a Estados Unidos, no, porque yo soy de aquí, de México”.
Para el caricaturista e ilustrador Óscar Altamirano, la importancia de La familia Burrón es que enriqueció “con sus personajes, la iconografía nacional, al estilo de José Guadalupe Posada con su Catrina, pues la imagen de Borola Burrón tiene muchos significados en la imaginería, ya sea como aguerrida mujer o como representante principal de la cultura de las historietas”.
A pesar del éxito que alcanzó La familia Burrón, Guadalupe Appendini reveló que esta historieta nació de una apuesta, cuando un amigo retó a Gabriel Vargas, por la cantidad de 10 mil pesos, a que no podía crear una mujer protagonista como la de la radionovela Anita de Montemar, así surgió Borola Burrón, a quien incluso el poeta Hugo Gutiérrez Vega compuso una oda escrita “en versículos chipocludos”.
Aunque en un principio, se pensó que sería un desastre, La familia Burrón adquirió de inmediato un gran éxito, que llevó a la creación de más de 50 personajes y a una permanencia de más de 60 años en los puestos de periódicos con la misma fuerza.
De hecho, Maira Mayola Benítez Carrillo, autora del libro Gabriel Vargas. Cronista gráfico, aseguró que esta es la “única historieta que ha durado tantos años en los puestos de periódicos, pocas personas lo saben, pero si hay un récord, Gabriel Vargas lo tiene, todos los guiones los hizo él, si bien tuvo personas que lo auxiliaban para dibujar, los guiones fueron manufactura de él”.
El caricaturista Luis Borja, quien a los 17 años llegó al taller del maestro en el periódico Esto para trabajar como aprendiz, recordó el gran ritmo de trabajo que esto implicaba, pues además de La familia Burrón, Gabriel Vargas hacía tres o cuatro historietas a la semana, de 32 páginas y seis cuadros cada una, “cosa que no se ve ahora”.
Por ello, contaba con un equipo de alrededor de 15 personas. “Él tenía la maestría de dibujar y hacer argumentos, él dirigía su revista, La familia Burrón, hacía los argumentos y distribuía entre cuatro o cinco dibujantes, que hacían el mismo trazo de muñequitos”.
Para mantener ese ritmo de trabajo, Gabriel Vargas “era muy disciplinado, usted lo leía y se moría de risa y uno decía, debe ser un hombre con un humor extraordinario en su manera de ser, pero ese humor sólo lo reflejaba en sus historietas, era un hombre muy serio y se daba a respetar y lo respetábamos todos en el estudio, no era un personaje que se dedicara a llevarse con los demás, a estar cotorreando”, comentó quien fuera su aprendiz.
Pese a ser la cabeza del equipo, Luis Borja aseguró que el maestro consultaba a sus dibujantes para la creación de nuevos personajes, por ello, “trabajar con Gabriel fue una experiencia maravillosa, porque sí se aprendía a dibujar y a ser disciplinado (…) Un hombre como él, no se da siempre, empezó a dibujar a los 12 años, siempre fue una fuente inagotable de ideas, de argumentos, de humor, murió a los 94 años y todavía escribiendo”.
De La familia Burrón, apuntó que “fue una historieta muy importante porque permitía que mucha gente se identificara con los personajes, la clase media para abajo, siempre fuimos de vecindad y él conocía perfectamente los caracteres de la gente que identificaba en sus personajes: el bolerito, el borrachito, el ratero, el policía, el juez, el doctor y desde luego la señora Borola, la escandalosa de la vecindad y que siempre andaba metida en líos, hacía inventos y cosas maravillosas”.
Edmundo Sánchez, editor e investigador del colectivo Historieta Mexicana, coincidió en que la trascendencia social de Los Burrón se debe a la identificación total de sus personajes con la familia mexicana, “porque metía a los personajes a las casas de los mexicanos, había tanta identificación, que la gente lo hacía suyo y lo esperaba cada semana”.
Aunque la gráfica, dijo, “era muy sencilla, no era un trazo muy rebuscado, era simple, pero tenía esa simpatía, eran personajes que tenían mucha simpatía y le daban esa característica de la caricatura identificable con la gente y eran tan simpáticos los personajes, que tanto chicos como grandes eran encantados por la magia de su dibujo”.
Magia que hacía a los lectores esperar ansiosos el siguiente número, para leer que le pasó a Borola y sus hijos. Esas aventuras, aseguró Edmundo Sánchez, hicieron que muchos incluso aprendieran a leer a través de estas historietas, pues “al querer saber qué decía Borola, el esposo, los hijos, la gente se metía a la lectura y empezaba a aprender a leer”.
Por su parte, Óscar Altamirano, quien fuera caricaturista de periódicos como La Prensa y La Jornada, consideró que el lenguaje que Gabriel Vargas plasmó en su trabajo, es uno de los legados más importantes, pues “las frases y modismos de sus personajes, siguen utilizándose en el lenguaje cotidiano de la mayor parte de nuestro país, lo cual no es raro considerando que fue un agudo observador del estilo de vida de las clases populares”.
También Evelio Álvarez, responsable del área de Colecciones y Conservación del Museo del Estanquillo, cuya sala 2 lleva el nombre de Gabriel Vargas, indicó que el maestro rescata “una manera de hablar, de ser, que incluso crea una nueva forma de hablar, que la hacemos muy nuestra, posteriormente empezamos a notar que, sin darnos cuenta, estamos hablando como él, el lenguaje de sus personajes en la historieta”.
A pesar de que plasmaba la vida de vecindad y los sectores pobres de la sociedad, Maira Mayola advirtió que el “vocabulario del maestro era muy fino, nunca usó una grosería, nunca fue vulgar, nunca fue corriente, no se dejó llevar por esas modas lingüísticas, él siempre tuvo una pureza para escribir y una ética impresionante, yo creo que por eso es el éxito y la vigencia de su obra, ya que la pureza del lenguaje no va a cambiar”.
Y es que Gabriel Vargas, recordó, usaba las palabras que se le ocurrían, así como expresiones simpáticas como “me duele la choya” o “tostarse la barriga en el fogón”, para referirse a la señora que cocinaba, pero nunca fue grosero, lo que le permitió que en otros lugares entendieran su obra.
Pero además, señaló la autora del libro Gabriel Vargas. Cronista gráfico, el maestro se dedicó a revalorizar nuestras tradiciones, pues en sus historietas da cabida a todos, a los vendedores ambulantes, a los oficios que se han perdido con el tiempo: “puedes ver igual al vendedor de tamales, que al que vendía camotes, al que reparaba zapatos en la calle o al que soldaba tus ollas e instrumentos de cocina“.
Los protagonistas de sus historietas, añadió, interactuaban con estos personajes que a veces “parecen que son fantasmas en la sociedad, pero él les daba sus diálogos y algunos se convertían en protagonistas, como Gamucita, la señora que lava ajeno para mantener a su hijo flojo. Él les da voz y nos narra esas penurias, de la mujer por batallar con ese muchacho (…) Todos tomaron forma, no son esos súper héroes de fantasía, invencibles, intocables, perfectos, somos los personajes de la sociedad”.
A pesar de que al maestro le faltó tiempo para retratar a toda la sociedad, Maira Mayola Benítez precisó que “sí abarcó a gran parte de ésta, de nivel alto, medio, bajo, todos los niveles culturales, incluso intelectuales, porque tiene personajes de todas las índoles, personas que estudiaron, secretarias, caciques, aunque no tengan diálogo, todos están dibujados y ese es su gran legado, haber plasmado esa sociedad”.
En este sentido, Evelio Álvarez del Museo del Estanquillo, recordó la gran amistad que Gabriel Vargas tuvo con Carlos Monsiváis, con quien compartió su gusto por la Ciudad de México y que incluso llegó al grado de que ilustró una historieta con este autor, a quien puso como súper héroe para evitar la quema de libros a la usanza inquisidora.
Por otro lado, el responsable del área de Colecciones y Conservación de dicho museo, recordó que el caricaturista que nació en pleno periodo revolucionario, incursionó en el costumbrismo y plasmó el mundo de “los peladitos”, las vecindades y los personajes que hasta entonces se habían denostado.
“Empieza a hacer tiras cómicas, historietas, con personajes muy característicos de la Ciudad de México, el legado que podemos rescatar es habernos hecho ver una identidad que teníamos muy subyacente en la Ciudad de México y que no habíamos reparado que allí estaban: el peladaje, el tipo que está nada más a expensas de ver qué es lo que puede sacar, en muchos de los casos dispuesto a sobresalir de esta condición en que esta nueva sociedad lo tiene”.
Por ello, el especialista apuntó que La familia Burrón tiene mucho de crítica social, pues muestra “a la gente que tenía que luchar para subsistir, que pelearse por el alza de impuestos, pelearse por sobresalir, pelearse con los políticos, que muchas veces la sociedad los rebasa, se organizan como lo hacía Borola, que siempre estaba organizando algo para tener el ‘pipirrin‘, los frijoles. Esa era la sociedad que retrató en aquel momento y que de alguna manera sigue siendo la misma, el capitalino, el chilango que se las tiene que ver a diario para salir adelante”.
El mismo Gabriel Vargas señaló en una entrevista que lo único que buscaba “era que mis historietas fueran netamente mexicanas. Retomé las actitudes del barrio y de las carpas, eso era lo quería. Traté de reflejar cómo vive el mexicano”.
Con esta historieta de los Burrón, Gabriel Vargas también contribuyó a poner a México en un lugar en el mapa de los cómics, pues aunque históricamente tenemos grandes caricaturistas e ilustradores, Maira Mayola advirtió que “él nos llevó a otros países, su trabajo está en bibliotecas importantes de Brasil, Francia, España, Argentina e Italia. Nos puso en un lugar en ese mapa de las comitecas, que en otros países, son sitios importantísimos para conocer su cultura gráfica”.
A pesar de su enorme éxito, la autora del libro Gabriel Vargas, Cronista Gráfico recordó que el caricaturista siempre fue modesto, “se preocupada por crear y por vivir en el hoy, pensando en nuevas ideas”, lo que le llevó a dibujar todo lo que veía, lo mismo el Jueves de Corpus, que a la gente saliendo del mercado.
Por ello, hizo historieta bélica, como El Caballero Rojo y cuando estaban de moda los gángsters, creó a Frank Piernas Muertas, hizo biografía como la de Pancho Villa, ilustró calendarios y almanaques, Virola y Piolita que eran de humor blanco, historietas de Sherlock Holmes, aunque hay muy poca información al respecto y Maira Mayola sólo pudo localizar una ilustración, además de dibujos para carteles de cine y juegos infantiles.
Luis Borja, quien fue su aprendiz, recuerda Los Superlocos, Don Jilemón, El Güen Caperuza que “era un ranchero que siempre andaba en caballo, pero de dos patas, ahí Gabriel recreaba cómo era la vida de las rancherías, la vida en aquellos años de los 20, los 25, era un manjar leer esas revistas; tenía otra, Poncho López, era un viejillo rejego, que vivía en un pueblo, era una especie de cacique”.
Como era una época en que no había televisión, el caricaturista recordó que la gente leía mucho los pasquines, hoy comics y uno disfrutaba con esas historietas que eran aceptadas por la sociedad, pero hoy las cosas han cambiado.
El también caricaturista Óscar Altamirano advirtió que muy difícilmente alguien logrará un reconocimiento al nivel de Gabriel Vargas en el mundo de la historieta mexicana, “el cual sin duda, ha cambiado tanto por la economía, como por las nuevas tecnologías”.
Al maestro Vargas lo recuerda como “un hombre humilde y ahí estriba su grandeza, pues no obstante su reconocimiento en todos los ámbitos de la cultura, siempre tuvo para quienes lo tratamos de manera personal, una actitud generosa y sencilla”.
Y es que Gabriel Vargas fue Premio Nacional de Periodismo, Premio Nacional de Ciencias y Artes y nombrado Ciudadano Distinguido de la ciudad de México.
Toda la biblioteca del maestro, comentó, ya fue donada a la Fundación del Instituto Mora y el acervo que aún conserva, entre libros, revistas, sus dibujos y publicaciones, los entregará para su custodia y conservación a otra institución que próximamente dará a conocer.