Hace unos 126.000 años, a principios del pleistoceno superior, un sinfín de animales poblaban la península Ibérica. En aquellos tiempos lejanos las condiciones ambientales eran muy parecidas a las de hoy, incluso algo más cálidas. Regía el último período interglacial, que durante 50.000 años propició en nuestro planeta unas temperaturas cálidas y óptimas para la expansión de muchas especies, algunas de las cuales nos parecen hoy exóticas, como el hipopótamo, frecuente entonces en la cuenca mediterránea y la costa inglesa.
Pero el protagonista de nuestra historia es el gamo (Dama dama), un ungulado común en casi todo el continente europeo y también en Asia Menor hasta que la última glaciación sentenció su retirada de la mayor parte de su área de distribución original. Sin embargo, en la actualidad puebla de nuevo no solo gran parte de Europa sino también otros muchos territorios en todo el planeta. Codiciado como pieza cinegética, este bello ungulado ha sido llevado de la mano del ser humano a todos los continentes.
Empecemos narrando su devenir en la península Ibérica. En aquella época, en la zona montañosa que hoy conocemos como sierra de Guadarrama, a caballo entre las actuales provincias de Madrid, Segovia y Ávila, una serie de fértiles valles alfombraban de verdor un paisaje altamente biodiverso.
Faltaban algo más de 30.000 años para que Homo sapiens colonizara la Península, mientras que el hombre de neandertal vivía, sin saberlo, sus últimos tiempos sobre la faz del planeta. Extensiones infinitas de pastos y zonas boscosas favorecieron el establecimiento de una gran población de ungulados.
No solo gamos, también ciervos, corzos, uros (antepasados de los toros actuales), jabalíes, caballos y rinocerontes ramoneaban por esos ecosistemas montanos, subalpinos y alpinos, siempre alerta ante la presencia de depredadores como los osos y las hienas, que vivían asimismo una época de esplendor gracias a la abundancia de alimento disponible.
Muchos de los datos que hoy conocemos de aquella época y de aquel lugar son fruto del trabajo de un equipo de paleontólogos que lleva tiempo excavando en el conjunto de yacimientos ubicados en el municipio madrileño de Pinilla del Valle, situado frente al embalse de Lozoya. Aquí, en el yacimiento conocido como Cueva del Camino, a una altitud de 1.114 metros sobre el nivel del mar, se ha contabilizado el mayor número de restos fósiles de gamos de ese período de toda la península Ibérica.
«De los 1.235 restos de ungulados que hemos recuperado, el 83?% son de cérvidos. Y de este 83?%, más del 60?% pertenece a gamos», explica Diego Álvarez Lao, profesor de paleontología en la Universidad de Oviedo y miembro del equipo de paleontólogos que trabaja en Pinilla del Valle bajo la batuta de Enrique Baquedano, Juan Luis Arsuaga y Alfredo Pérez González.
«Las primeras investigaciones en Cueva del Camino empezaron en 1979 y fueron llevadas a cabo por paleontólogos de la Universidad Complutense de Madrid –recuerda Álvarez Lao–.
A principios de los años ochenta se hallaron allí dos molares de neandertal junto a una gran cantidad de restos de animales diversos, y se interpretó que el lugar era un antiguo enclave de ocupación de esos homínidos.» Luego hubo un parón de varios años durante los cuales no se excavó, y en 2002 el equipo actual reanudó las tareas paleontológicas, que aún siguen adelante. «Aunque Cueva del Camino dejó de excavarse en 2009, los yacimientos de Navalmaíllo, Buena Pinta y Cueva Descubierta continúan siendo muy fructíferos», añade Álvarez Lao.
Entre otras cosas, este equipo de investigadores, que cuenta con especialistas en todas las especies animales presentes en los yacimientos, descubrió que Cueva del Camino, lejos de ser un asentamiento neandertal, fue en realidad un gran cubil de hienas donde estas almacenaron sus trofeos de caza y restos de carroña, entre ellos las piezas dentales de neandertal. «El hecho de que los huesos pertenecientes a las distintas especies animales no hubiesen sido manipulados por homínidos facilitó su identificación», añade el paleontólogo.
A propuesta de Arsuaga, internacionalmente conocido por codirigir las excavaciones de Atapuerca, Diego Álvarez Lao se sumó a los trabajos de Pinilla del Valle en 2006. Especializado hasta entonces en el estudio de mamíferos herbívoros de épocas glaciales, como el mamut lanudo, el rinoceronte lanudo o el reno, para Álvarez el estudio de herbívoros propios de clima templado resultó novedoso y apasionante.
Pero volvamos a los gamos. ¿Qué sucedió con ellos cuando la última glaciación impuso sus duras condiciones ambientales? «Las especies típicas de climas templados, como la que nos ocupa, fueron reemplazadas en casi todo el continente por otras más adaptadas al frío. Paulatinamente su área de distribución y la de otros ungulados fue disminuyendo. Algunos, como el ciervo, simplemente redujeron su número.
Los gamos, en cambio, desaparecieron de la mayor parte de Europa y quedaron restringidos al Mediterráneo occidental, a lugares como Sicilia, aunque algunos autores creen que su llegada a esa isla es posterior, ya en tiempos del Imperio romano.» También sobrevivieron en el sur de la península de los Balcanes y de Anatolia, en una época en que ambos territorios estaban unidos porque aún no existía el estrecho del Bósforo.
No se sabe con exactitud cómo y cuándo los gamos volvieron a repoblar el continente, pero se han hallado pruebas de que fueron reintroducidos en Rodas durante el neolítico, y en las islas del Egeo y en la Grecia continental durante la edad del bronce.
Menos clara es su expansión por la Europa septentrional, tradicionalmente atribuida a los normandos. Sin embargo, hay evidencias que certifican que mucho antes los romanos los introdujeron en Gran Bretaña: se han encontrado numerosos restos fósiles en el asentamiento romano de Monkon, en la isla de Thanet (que hoy ya no es una isla sino el distrito más oriental del condado de Kent), y sin duda alguna también había gamos en los jardines del que fue el gran palacio romano de Fishbourne, en el sur de Inglaterra, residencia del príncipe britano Cogidubno durante el siglo I d.C.
«El gamo es el cérvido que más influencia humana ha sufrido», afirma Álvarez Lao, quien explica que también se han hallado huesos fósiles de este ungulado pertenecientes al período romano en lo que hoy es Suiza, norte de Francia y Países Bajos. No se sabe con certeza si se trata de restos de animales que nacieron y vivieron en el lugar o de piezas que fueron importadas desde otras partes del Imperio para comerciar con ellas, dadas las propiedades protectoras y medicinales que, según cuenta Plinio el Viejo, se atribuían a los restos de cérvidos en la Antigüedad.
Más al sur, en los yacimientos portugueses de Saõ Pedro Fronteira y Torre de Palma, en la región del Alentejo, también aparecieron hace unos años restos fósiles de gamo que sugieren de nuevo que los romanos dispersaron la especie por gran parte de su Imperio.
Según los zooarqueólogos Simon Davis, del Instituto Portugués de Arqueología, en Lisboa, y Michael MacKinnon, de la Universidad de Winnipeg, en Canadá, se puede afirmar con cierta seguridad que el gamo existía en la Lusitania romana, y considerando la ausencia de restos fósiles de épocas anteriores, dicen que parece probable que los romanos los reintrodujeran, como hicieron con otras especies animales, como los camellos. Puesto que no se han localizado restos pertenecientes a la posterior época musulmana, quizá la extinción de esa población reintroducida fue paralela al final de la dominación romana.
Tras la gran debacle imperial, los gamos probablemente no volvieron a poblar tierras lusas hasta que mucho tiempo después, durante los siglos XII y XIII, fueron de nuevo reintroducidos: su presencia queda de manifiesto, por ejemplo, en un documento redactado en Coimbra en 1145, en el que se discute el precio de la carne de gamo.
El resto de la historia de la dispersión del gamo pertenece ya a tiempos modernos, con el establecimiento a partir del siglo XV de los cotos de caza por parte de las principales monarquías europeas. Los reyes de Portugal crearon sus coutadas reais en lugares como Vila Viçosa y Mafra. En España hay citas históricas referentes a gamos al menos desde el siglo XIII. A finales del XVI aparece una documentación más detallada en las Relaciones topográficas de los pueblos de España, de Felipe II, en la que se mencionan cotos en diversas localidades, sobre todo de la provincia de Madrid, pero también de Cáceres, Badajoz, Toledo, Guadalajara y Ciudad Real, ligados en su mayoría a la Corona o a grandes señores, como el duque de Alba.
Era el inicio de una nueva era en la que los humanos empezarían a desplazarse por el mundo introduciendo y reintroduciendo especies en todos los continentes, sin calibrar, la mayoría de las veces, las consecuencias de ese descomunal trasiego de biodiversidad. Hoy este ungulado habita en zonas de Estados Unidos, México, Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda, islas Fidji y las Pequeñas Antillas, y no parece que sus poblaciones corran peligro. Es la ventaja de ser considerado un bocado suculento por los humanos de prácticamente todo el planeta.