El arquitecto, escultor, pintor, poeta e historiador del arte de origen alemán Mathias Goeritz, apelaba a la necesidad de idear espacios, obras y objetos que causaran al hombre moderno una máxima emoción, frente al funcionalismo, al esteticismo y la autoría individual. Es considerado autor del concepto de arquitectura emocional, y uno de los protagonistas de la modernización plástica mexicana.
Nació el 4 de abril de 1915 en Danzig, Alemania, actualmente Gdansk, Polonia, y pasó su infancia y juventud en Berlín, donde realizó estudios de pintura, historia del arte y filosofía.
En 1936 abandonó Alemania con la implantación del nacionalsocialismo, e inició un largo periplo por Europa y el norte de África que lo llevó a exponer con artistas de vanguardia como Joan Miró y Ángel Ferrant y a crear la Escuela de Altamira, en Santillana del Mar (Santander), en un momento en que su estilo evolucionó hacia la abstracción, a finales de la década de los cuarenta del siglo pasado.
Invitado por el arquitecto Ignacio Díaz Morales, llegó a México como profesor de historia del arte por la Escuela de Arquitectura de Guadalajara, en donde creó un taller de diseño en el que difundió las enseñanzas de la Bauhaus.
Después de cuatro años de laborar como profesor, decidió mudarse a la ciudad de México, en busca de mejores oportunidades para su desarrollo artístico.
En 1954 fue nombrado jefe del Taller de Educación Visual de la Escuela Nacional de Arquitectura de la Universidad Nacional Autónoma de México y dos años más tarde, en 1956, la Universidad Iberoamericana lo invitó a iniciar la Escuela de Artes Plásticas en la cual instaló los primeros talleres de diseño industrial que hubo en el país.
De acuerdo con Laura Ibarra, autora del libro Mathias Goeritz: ecos del modernismo mexicano, en sus primeros años en México, Goeritz realizó una gran actividad artística. Sus pinturas, y especialmente sus esculturas, que evolucionaron del expresionismo a la abstracción, despertaron el interés del público y la crítica.
“La fantástica construcción del Museo Experimental El Eco, que conjuntaba varias esferas del arte y pretendía ofrecer un espacio a los artistas de las más diversas disciplinas, financiada por el excéntrico empresario Daniel Mont, y diseñada arquitectónicamente por Mathias, contribuyó en especial a su reconocimiento. Después de su inauguración en 1954, sus obras ya no pudieron pasar inadvertidas y fueron siempre objeto de controversias”.
En ese año Mathias Goeritz publicó el artículo Arquitectura emocional que se convirtió en el eje dinamizador y fundamento teórico y estético de su trabajo.
“Seguramente para Mathias Goeritz la arquitectura fue el arte más público y el arte que se habita. Ocupar su espacio, vivir en él, recorrerlo, debía ser emocionante. Más aún: creía que sólo si emociona la arquitectura puede considerarse un arte”, señala en su artículo Mathias Goeritz: el arte que se habita, el periodista Javier Aranda Luna.
Y es que El Eco, construido en un predio de la calle de Sullivan en la colonia San Rafael de la Ciudad de México y recuperado hace algunos años por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), después de medio siglo de abandono, fue el proyecto base del Manifiesto de la Arquitectura Emocional.
Se ideó como una “escultura penetrable” donde confluyeran artes plásticas, escénicas y literarias con una estructura poética cuya disposición de corredores, techos, muros y recintos llevaran a sus asistentes a reflejar su experiencia del espacio en un acto emocional.
Entre las piezas destaca el Poema plástico que el artista alemán colocó en una columna amarilla que se levanta en el patio del Museo Experimental el Eco.
Sus ideas despertaron el interés de los arquitectos más importantes de ese entonces, quienes lo invitaron a colaborar. Entre éstos se encontraban Luis Barragán, Ricardo de Robina, J. Ortiz Monasterio, Mario Pani, Ricardo Legorreta, David Serur, Abraham Zabludosky, Pedro Ramírez Vázquez, Teodoro González de León, Jorge González Reyna, Vladimir Kapé, Feliz Candela, Juan Sordo Magdaleno, Guillermo Rivadeneyra, Nicolás Mariscal y otros.
“Mathias llegó a México en una fase de rupturas, tanto en la pintura como en la arquitectura, que significó la coyuntura ideal para la realización de sus numerosos proyectos e ideas”, agrega Laura Ibarra.
En 1957, junto con el arquitecto Luis Barragán y el pintor Jesús Reyes Ferreira, realizó las Torres de Satélite, inauguradas al año siguiente como emblema de la nueva Ciudad Satélite.
Para los Juegos Olímpicos de 1968 levantó La Osa Mayor (conjunto de columnas-torres de hormigón frente al Palacio de los Deportes) y dirigió la Ruta de la Amistad (serie de esculturas al aire libre que, a lo largo de 17 kilómetros, muestra la obra de 16 artistas internacionales).
En los años que preceden a las Olimpiadas y nuevamente en colaboración con Luis Barragán, realizó una serie de ambientes luminosos con vitrales (catedrales de México D.F. y Cuernavaca, iglesias de San Lorenzo en México y de Santiago de Tlatelolco); también colaboró con el arquitecto Ricardo Legorreta en las Torres de Automex (1963) y los murales del hotel Camino Real (1968).
En 1975 fundó el grupo Cadigoguse con Germán Cabrera, J. L. Díaz, Sebastián y Ángela Gurría, con los que llevó a cabo cinco plazas escultóricas en Villahermosa.
Con la intención de integrar el arte y la naturaleza participó en el espacio escultórico de la UNAM (1979, cerca de la pirámide de Cuicuilco). A esta obra seguirían también en la ciudad de México, los Prismas incrustados (parque de Chapultepec) y la Corona de Bambi (1979, Centro Cultural Universitario), en la que consigue además, ilusiones ópticas.
Como parte de su poesía concretista, Mathias Goeritz creó el poema Pocos cocodrilos locos en el mural de un café, ubicado en la Zona Rosa de la ciudad de México, que sería destruido con el terremoto de 1985. Se trató de un poema mural formado con letras de acero en color blanco; su extensión ocupó tres paredes que, en conjunto, sumaban 43 metros cuadrados.
Entre los rasgos más destacables de su obra arquitectónica está la concepción del espacio como un gran elemento escultórico y la asimetría como algo que se observa en la construcción de cualquier ser vivo. Por ello, la emocionalidad estaba por encima de las líneas rectas, la simetría, la altura funcional y el espacio racionalmente dividido.
La investigadora Lily Kassner, autora del libro Mathias Goeritz, recientemente publicado por Editorial A Toda Máquina, consideró que México “se enriqueció mucho con la participación de los creadores extranjeros como Goeritz, quien “introdujo en México el concreto y el acero; y fue uno de los artífices de la escultura abstracta”.
En el texto Mathias Goeritz, las tímidas revoluciones, el crítico e historiador del arte Olivier Debroise (1952-2008), aseguraba que Mathias Goeritz poseía una mística de la producción artística que lo distingue de muchos de sus contemporáneos, aunque lo sitúa también, en el conjunto de los artistas del medio siglo XX, de los grandes creadores de un arte abstracto que buscaron -sin lograrlo completamente- desprender la práctica artística de las contingencias cotidianas.
“Mathias Goeritz consideraba a la creación artística, como filosofía, como ética, como poesía. Formidable reacción con las premisas de la generación de artistas inmediatamente anterior, interesados en inscribir su obra en el mundo real, en la descripción de realidades sociales”.
Para conmemorar el Centenario su Natalicio, el Museo de Arte Moderno (MAM), exhibe desde el pasado 31 de enero la pieza El carnicero, talla en madera de 75.2 x 54.5 x 31.1 cm que surgió de un ejercicio gráfico cuyo propósito era estudiar la figura humana asimilada como una unidad esencial.
Formalmente, la obra se caracteriza por una clara simplificación que parte de la reflexión sobre el simbolismo de las torres.
A partir de mayo de este año, el Palacio de Cultura Banamex será sede de la exposición: Mathias Goeritz y la invención de la arquitectura emocional que actualmente se presenta en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, España.
Francisco Reyes Palma, curador de la muestra, lo define como un artista a quien se le puede considerar un precursor o un asimilador, pero al que nadie le puede negar su papel de transformador.
Planteada como un recorrido por los trabajos emblemáticos de Goeritz, la exposición pone de manifiesto cómo el conjunto de su obra y actividad surge de la asunción del arte como proyecto meta-artístico (extendiéndose al ámbito de lo social, lo político y lo público), donde una forma primigenia –las líneas en arista que conforman el cuerpo de una serpiente (La serpiente de El Eco, 1953)– deviene módulo formal y conceptual de todo su trabajo, desarrollado en un contexto de Guerra Fría.
Mathias Goeritz es un artista reconocido por el desarrollo de una práctica interdisciplinaria que unió la arquitectura, la escultura, la pintura y la poesía.
Falleció en la ciudad de México el 4 de agosto de 1990, año en el que se concluyó su obra Monograma AMT en Jerusalén.